Es llamativo que el partido “estrepitosamente” derrotado en las urnas, afectado por una “significativa” debilidad política, siga ocupando la centralidad semanas después de aquel revés vaticinado por activa y por pasiva. El que en estos días se ponga en marcha su proceso interno con vistas al trigesimooctavo Congreso Federal del primer fin de semana de febrero; el que sean previsibles nuevas candidaturas a la secretaría general tras la anunciada por Alfredo Pérez Rubalcaba; el que circulen documentos que sirven para referenciar filosofías y posiciones; que se visualicen muy atinadas sus acciones iniciales de oposición y hasta que el nuevo gobierno -por cierto, ¿dónde está el presidente?- empiece a probar el impopular acíbar de sus primeras decisiones tan cargadas de contradicción con respecto a lo que se había anunciado hace pocas fechas -la tendenciosa capacidad de desmemoria de algunos del derechío es inagotable- sitúan al PSOE en una posición que, coyuntura electoral andaluza al margen, fortalece su responsabilidad futura y lo que ésta entraña de compromiso con la sociedad.
Cierto que los socialistas afrontaron históricamente trances delicados tras los que salieron airosos para superar relevos generacionales y hasta travesías del desierto; pero no desde la endeblez política derivada de las dos últimas convocatorias electorales, fruto de la corriente incontenible de la recesión, del castigo que inevitablemente propinan quienes directamente la padecen y de los errores propios. De ahí que más importancia tenga ahora la necesidad de acreditar la madurez que se le supone a una organización centenaria y a la que ha correspondido buena parte de la responsabilidad gubernamental en la España constitucional.
Sin perder de vista las cifras del pasado 20 de noviembre -con Rodríguez Zapatero en 2008 obtuvo cuatrocientos cincuenta y ocho mil votos más que los sumados por el PP en la última cita electoral; pero con cuatro millones trescientos quince mil menos que su propio registro de hace cuatro años, se ha quedado con la representación institucional en las cámaras más exigua-, la recuperación de espacios políticos y apoyos sociales para el PSOE pasa por un ejercicio, el de su Congreso Federal, que poco o nada tenga que ver con la transitoriedad o la provisionalidad. Al contrario, debe sentar bases para contrastar que da un salto en orden a una revisión de su rearme ideológico, de su funcionamiento, de sus ofertas programáticas y de las estrategias que sea capaz de elaborar para mantenrse en esa centralidad política tras su última derrota electoral.
O sea, que cualquier cosa menos inmovilismo o producir un debate público descabalado. Nada que temer al pluralismo de enfoques, a la diversidad de criterios, a la renovación ideológica. Las cosas no son imutables: la realidad obliga a una organización política a dar pasos que empiecen por robustecer sus propios fundamentos democráticos en un marco de respeto y tolerancia. Sabiendo que hay gente expectante, que hay una sociedad que aguarda decisiones que inspiren confianza. La pregunta ¿qué hacen o qué dicen los socialistas sobre tal cuestión?, en cualquier ámbito de este país, no es baladí.
Por eso, con un funcionamiento interno muy diferente al de los últimos tiempos, las premisas de renovación e integración son primordiales en este trance histórico del PSOE cuya reconquista del poder político es muy legítima pero siendo consciente de lo que significa para la sociedad y para la democracia española la realidad presente, necesitadas de algo más que afanes y mensajes electorales.
Por eso, esta vez, el día después, el día después del Congreso Federal tiene más importancia que nunca. Esa fecha, en la que hay que saber administrar la victoria, vertebrar la organización y cohesionarla, con generosidad y sin planteamientos excluyentes, tiene que ser la demostración palmaria de que el PSOE sigue siendo una sólida referencia social y política para un sistema que precisa de estímulos y de credibilidad. En fin, otro trance histórico.
Cierto que los socialistas afrontaron históricamente trances delicados tras los que salieron airosos para superar relevos generacionales y hasta travesías del desierto; pero no desde la endeblez política derivada de las dos últimas convocatorias electorales, fruto de la corriente incontenible de la recesión, del castigo que inevitablemente propinan quienes directamente la padecen y de los errores propios. De ahí que más importancia tenga ahora la necesidad de acreditar la madurez que se le supone a una organización centenaria y a la que ha correspondido buena parte de la responsabilidad gubernamental en la España constitucional.
Sin perder de vista las cifras del pasado 20 de noviembre -con Rodríguez Zapatero en 2008 obtuvo cuatrocientos cincuenta y ocho mil votos más que los sumados por el PP en la última cita electoral; pero con cuatro millones trescientos quince mil menos que su propio registro de hace cuatro años, se ha quedado con la representación institucional en las cámaras más exigua-, la recuperación de espacios políticos y apoyos sociales para el PSOE pasa por un ejercicio, el de su Congreso Federal, que poco o nada tenga que ver con la transitoriedad o la provisionalidad. Al contrario, debe sentar bases para contrastar que da un salto en orden a una revisión de su rearme ideológico, de su funcionamiento, de sus ofertas programáticas y de las estrategias que sea capaz de elaborar para mantenrse en esa centralidad política tras su última derrota electoral.
O sea, que cualquier cosa menos inmovilismo o producir un debate público descabalado. Nada que temer al pluralismo de enfoques, a la diversidad de criterios, a la renovación ideológica. Las cosas no son imutables: la realidad obliga a una organización política a dar pasos que empiecen por robustecer sus propios fundamentos democráticos en un marco de respeto y tolerancia. Sabiendo que hay gente expectante, que hay una sociedad que aguarda decisiones que inspiren confianza. La pregunta ¿qué hacen o qué dicen los socialistas sobre tal cuestión?, en cualquier ámbito de este país, no es baladí.
Por eso, con un funcionamiento interno muy diferente al de los últimos tiempos, las premisas de renovación e integración son primordiales en este trance histórico del PSOE cuya reconquista del poder político es muy legítima pero siendo consciente de lo que significa para la sociedad y para la democracia española la realidad presente, necesitadas de algo más que afanes y mensajes electorales.
Por eso, esta vez, el día después, el día después del Congreso Federal tiene más importancia que nunca. Esa fecha, en la que hay que saber administrar la victoria, vertebrar la organización y cohesionarla, con generosidad y sin planteamientos excluyentes, tiene que ser la demostración palmaria de que el PSOE sigue siendo una sólida referencia social y política para un sistema que precisa de estímulos y de credibilidad. En fin, otro trance histórico.
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