jueves, 12 de noviembre de 2020

NO ERA EN CANARIAS SINO EN GUYANA

 

Alguien hizo circular en la red social Facebook un video en el que durante una misa oficiada en Canarias por dos concelebrantes –uno de ellos, de color- es súbitamente interrumpida por otro ciudadano negro de torso desnudo que, en actitud desafiante, rodea el altar, parece que amenaza, hace por agredir, vocea y termina propinando un sopapo a quien debía ser oficiante principal mientras su compañero, probablemente invadido por el miedo, permanece en actitud impasible. El agresor abandona sin más el recinto religioso. Fin de las imágenes. Y comienzo de los comentarios de los usuarios de la red. Imaginen.

Con el paso de las horas, en la misma plataforma se explica que se trata de un bulo, del enésimo bulo. Lo ocurrido es en Georgetown, en Guyana, no en alguna iglesia del archipiélago canario donde casi todos los días arriban a sus costas hombres, mujeres y niños procedentes de distintos países africanos y donde se suceden las noticias de hacinamiento y deficientes condiciones de acogida o alojamiento, tal es así que ya hay presencia y seguimiento de observadores de la organización Human Rights Watch, una organización no gubernamental dedicada a la investigación, defensa y promoción de los derechos humanos. Es un templo católico de aquel país.

El hecho sirve para entender hasta dónde puede llegar la ruindad. Y hasta dónde la manipulación. Ahora que las sociedades de varios países --¿exageramos si decimos que es la ciudadanía universal?- se ven sacudidos por un fenómeno cada vez más endémico y al que los poderes públicos no encuentran forma de atajarlo o erradicarlo, las imágenes, ciertamente impactantes, ponen de relieve que la ruindad no tiene límites con tal de alentar objetivos políticos –o de otra índole- perversos, más allá de confundir y de manipular.

Sirva también para expandir un mensaje deliberadamente tendencioso o sesgado. Así se abusa de la debilidad humana, de la ignorancia. Así crecen, así las impulsan.

Pero sirva, igualmente, para contrastar la realidad, para que la gente se dé cuenta de las malas intenciones, de lo fácil que es pervertir la realidad.

Y no hace falta explicar mucho más pues todo se entiende, al menos teóricamente. Se entiende que hay quienes se aprovechan de la situación, de los frágiles soportes para afrontar y tratar públicamente lo que es una verdadera tragedia humana. Solo los insensatos, solo quienes no conocen la ética son capaces de producir estas cosas que luego derivan hacia radicalismos y populismos extremos. Nadie aporta una solución cabal, ni siquiera pondera circunstancias adversas que concurren ni recuerdan la diáspora en el pasado de pueblos que se vieron obligados a emprender otras rutas después de haber padecido tribulaciones o penalidades parecidas. Así se escuchan en la radio o televisión afirmaciones que traspasan la cordura. Y así se escriben dislates impropios de la sociedad de nuestros días, en la que parece estar haciendo mella algo más que un virus nocivo.

Así hay que padecer las distopías.

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