viernes, 6 de octubre de 2023

INCENTIVAR EL COMERCIO PORTUENSE

 

Hay algunos sectores –bastante céntricos, por cierto- del Puerto de la Cruz que aparecen muy apagados, faltos de dinamismo, al menos desde el punto de vista comercial. Malas señales. Se van extendiendo y si no se atajan, frenarlas resultará  cada vez más complicado. La imagen contrasta con el pujante movimiento advertido hasta hace pocos meses, cuando la ocupación turística adquirió niveles sobresalientes y la ciudad volvía por sus fueros.

Son ciertos dos hechos: uno, la actividad comercial portuense ha tenido que ir a remolque del desarrollo del sector turístico, que se ha visto condicionado por factores que han incidido en su crecimiento; y otro, la falta de espacio y los cambios en los usos y hábitos de compra han generado cambios, incluso físicos, con fenómenos como el de las grandes superficies o apertura de zonas próximas a las que resulta relativamente fácil acceder y, sobre todo, estacionar, cumpliendo así la máxima americana ‘not parking, not business’ (sin aparcamiento, no hay negocio). La falta de iniciativa y una bajísima capacidad de emprendimiento y de voluntad de modernización han ido lastrando las no muy abundantes opciones de crecimiento y diversificación.

Así, el comercio portuense pasó de una actividad familiar, válida para el mantenimiento de propietarios o arrendatarios,  a otra más anquilosada y mortecina  en la que las rebajas o las temporadas de precios especiales apenas servían de reclamos. Es verdad que aparecieron centros comerciales en algunos emplazamientos estratégicos y la figura de la Zona Comercial Abierta incentivó el quehacer cotidiano; pero, sorprendentemente, el público local parecía sentirse más atraído por el desplazamiento –aunque eso significara más gastos-  y la supuesta comodidad de comprar en lugares cercanos y en una oferta mayor y más atractiva.

Algunas asociaciones de pequeños y medianos empresarios (pymes) vieron venir el declive e intentaron impulsar el sector a base de estudios técnicos o participativos e innovaciones que sirvieran de motivación; pero los portuenses son reacios a esas “colectividades” y las iniciativas no pasaron de voluntarismos y escaso respaldo del propio sector, para el que la promoción –salvo contadas excepciones- siempre fue un concepto muy condicionado.

Ahora, hay esquinas y calles donde existen numerosas tiendas cerradas. Las perspectivas de reapertura, incluso pensando en actividades diferentes, son muy limitadas. Algunos promotores están incursionando la vía de la reforma o el reacondicionamiento de casonas que, convenientemente acondicionadas, quedan aptas para una actividad comercial que tendrían la virtud añadida de ser ejercida en un marco adecuado y atractivo. Algo es algo.

Aunque hace falta más, mucho más. Por ejemplo, tomarse en serio la reactivación del Consejo Sectorial de Comercio como un mecanismo de participación en el que los titulares se involucren a fondo en una estrategia clara y bien asumida de promoción, de modo que haya revulsivos permanentes, propiciando por ejemplo la coexistencia entre las franquicias y el pequeño/mediano comercio. Aunque los planes despierten sospechas y recelos, lo cierto es que se hace necesario un plan comercial municipal que optimice la supervivencia y modernización del sector. Y hay que mejorar la capacitación y la adaptación de los establecimientos locales a la necesaria transformación digital del momento.

En fin, que no es cuestión de dejar pasar mucho tiempo. Tal como evoluciona el sector, tal como se aprecia el frenazo y las limitaciones a la actividad comercial, el Puerto precisa de incentivos que le permitan recuperar unos niveles de pujanza. Sus calles brillan con el tránsito peatonal y este será más productivo si encuentra algo más que bares y cafeterías. El concepto de Zona Comercial Abierta ha de lucir a partir de una dinámica que refleje la pujanza del destino turístico.

 

 

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