Hay algunos
sectores –bastante céntricos, por cierto- del Puerto de la Cruz que aparecen
muy apagados, faltos de dinamismo, al menos desde el punto de vista comercial.
Malas señales. Se van extendiendo y si no se atajan, frenarlas resultará cada vez más complicado. La imagen contrasta
con el pujante movimiento advertido hasta hace pocos meses, cuando la ocupación
turística adquirió niveles sobresalientes y la ciudad volvía por sus fueros.
Son ciertos dos
hechos: uno, la actividad comercial portuense ha tenido que ir a remolque del
desarrollo del sector turístico, que se ha visto condicionado por factores que
han incidido en su crecimiento; y otro, la falta de espacio y los cambios en
los usos y hábitos de compra han generado cambios, incluso físicos, con
fenómenos como el de las grandes superficies o apertura de zonas próximas a las
que resulta relativamente fácil acceder y, sobre todo, estacionar, cumpliendo
así la máxima americana ‘not parking, not business’ (sin aparcamiento, no hay
negocio). La falta de iniciativa y una bajísima capacidad de emprendimiento y
de voluntad de modernización han ido lastrando las no muy abundantes opciones
de crecimiento y diversificación.
Así, el comercio
portuense pasó de una actividad familiar, válida para el mantenimiento de
propietarios o arrendatarios, a otra más
anquilosada y mortecina en la que las
rebajas o las temporadas de precios especiales apenas servían de reclamos. Es
verdad que aparecieron centros comerciales en algunos emplazamientos
estratégicos y la figura de la Zona Comercial Abierta incentivó el quehacer
cotidiano; pero, sorprendentemente, el público local parecía sentirse más
atraído por el desplazamiento –aunque eso significara más gastos- y la supuesta comodidad de comprar en lugares
cercanos y en una oferta mayor y más atractiva.
Algunas
asociaciones de pequeños y medianos empresarios (pymes) vieron venir el declive
e intentaron impulsar el sector a base de estudios técnicos o participativos e
innovaciones que sirvieran de motivación; pero los portuenses son reacios a
esas “colectividades” y las iniciativas no pasaron de voluntarismos y escaso
respaldo del propio sector, para el que la promoción –salvo contadas
excepciones- siempre fue un concepto muy condicionado.
Ahora, hay
esquinas y calles donde existen numerosas tiendas cerradas. Las perspectivas de
reapertura, incluso pensando en actividades diferentes, son muy limitadas.
Algunos promotores están incursionando la vía de la reforma o el
reacondicionamiento de casonas que, convenientemente acondicionadas, quedan
aptas para una actividad comercial que tendrían la virtud añadida de ser
ejercida en un marco adecuado y atractivo. Algo es algo.
Aunque hace falta
más, mucho más. Por ejemplo, tomarse en serio la reactivación del Consejo
Sectorial de Comercio como un mecanismo de participación en el que los
titulares se involucren a fondo en una estrategia clara y bien asumida de
promoción, de modo que haya revulsivos permanentes, propiciando por ejemplo la
coexistencia entre las franquicias y el pequeño/mediano comercio. Aunque los
planes despierten sospechas y recelos, lo cierto es que se hace necesario un
plan comercial municipal que optimice la supervivencia y modernización del
sector. Y hay que mejorar la capacitación y la adaptación de los
establecimientos locales a la necesaria transformación digital del momento.
En fin, que no es
cuestión de dejar pasar mucho tiempo. Tal como evoluciona el sector, tal como
se aprecia el frenazo y las limitaciones a la actividad comercial, el Puerto
precisa de incentivos que le permitan recuperar unos niveles de pujanza. Sus
calles brillan con el tránsito peatonal y este será más productivo si encuentra
algo más que bares y cafeterías. El concepto de Zona Comercial Abierta ha de
lucir a partir de una dinámica que refleje la pujanza del destino turístico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario