El registro de la abstención en las pasadas elecciones autonómicas y locales iba a ser de los datos más requeridos como consecuencia de todo el proceso opinativo que las precedió. Que si corrupción galopante, que si descrédito de la clase política, que si progresiva desafección, que si desapego en aumento… Llegamos a la conclusión de que la abstención era el adversario común -especialmente en determinadas circunscripciones- y que los estados mayores de las organizaciones políticas debían esforzarse en estrategias orientadas a la motivación, emisión y captación del voto.
Con los porcentajes a la vista, en Canarias puede decirse que casi todo sigue igual o que las variaciones apenas se notaron. No ganó la abstención, pese a que la irrupción de los acampados en la segunda semana de la campaña fue un estimulante a quienes, indecisos o no, tenían la intención de no pasar por las urnas.
En la Comunidad Autónoma, la abstención se elevó al 37,30%, un 1,28% menos que en la convocatoria de 2007. Luego hay que referirse a los votos nulos y en blanco, para interpretar algunos matices. Así, se contabilizaron 22.245 votos nulos (2,36%), un 1,70% más que hace cuatro años. Y hubo 20.813 votos en blanco (2,21%), un 0,81% más que 2007.
Dando por sobreentendido que nulos y blancos no quisieron votar candidaturas, su suma es del 4,57% que, descontado el mismo concepto de los anteriores comicios, queda en 2,57% y restado del total relativo de votantes de ambas convocatorias (1,30%) hace que el incremento real de sufragios nulos y en blanco el pasado 22M haya sido del 3,27%.
Con permiso de los sociólogos y expertos en estadística electoral que deberán seguir aplicándose en análisis que justifiquen esta evolución, las fluctuaciones no son significativas, lo que tampoco debe ser admitido como un triunfo de los partidos políticos que saben de deserciones y han comprobado cómo se multiplicaban, desde muy distintos ángulos y casi a la desesperada, las apelaciones a la participación en la jornada electoral.
En cualquier caso, estos comportamientos del electorado que dejan una aritmética tan peculiar y tan respetable subrayan la doble necesidad de revisar el sistema electoral para que las proporcionalidades sean más justas o equitativas; y de robustecer una cultura de pactos políticos, inevitable para propiciar la gobernabilidad de las instituciones y proporcionar estabilidad a las mismas… porque así lo ha determinado el pueblo.
Que esa cultura choque con imponderables, desde la contraposición ideológica a las pugnas tribales y familiares, desde las ansias de poder a los deseos de revancha, desde la salvación de personalismos a la cristalización de otros intereses políticos, que choque, decíamos, es lógico e inevitable. Alcanzar la cuadratura del círculo en esta materia sí que es imposible. Sólo en la tolerancia, en la generosidad y en la visión de futuro están las claves de su madurez, decisiva, al menos, para no oscurecer aún más el horizonte.
Con los porcentajes a la vista, en Canarias puede decirse que casi todo sigue igual o que las variaciones apenas se notaron. No ganó la abstención, pese a que la irrupción de los acampados en la segunda semana de la campaña fue un estimulante a quienes, indecisos o no, tenían la intención de no pasar por las urnas.
En la Comunidad Autónoma, la abstención se elevó al 37,30%, un 1,28% menos que en la convocatoria de 2007. Luego hay que referirse a los votos nulos y en blanco, para interpretar algunos matices. Así, se contabilizaron 22.245 votos nulos (2,36%), un 1,70% más que hace cuatro años. Y hubo 20.813 votos en blanco (2,21%), un 0,81% más que 2007.
Dando por sobreentendido que nulos y blancos no quisieron votar candidaturas, su suma es del 4,57% que, descontado el mismo concepto de los anteriores comicios, queda en 2,57% y restado del total relativo de votantes de ambas convocatorias (1,30%) hace que el incremento real de sufragios nulos y en blanco el pasado 22M haya sido del 3,27%.
Con permiso de los sociólogos y expertos en estadística electoral que deberán seguir aplicándose en análisis que justifiquen esta evolución, las fluctuaciones no son significativas, lo que tampoco debe ser admitido como un triunfo de los partidos políticos que saben de deserciones y han comprobado cómo se multiplicaban, desde muy distintos ángulos y casi a la desesperada, las apelaciones a la participación en la jornada electoral.
En cualquier caso, estos comportamientos del electorado que dejan una aritmética tan peculiar y tan respetable subrayan la doble necesidad de revisar el sistema electoral para que las proporcionalidades sean más justas o equitativas; y de robustecer una cultura de pactos políticos, inevitable para propiciar la gobernabilidad de las instituciones y proporcionar estabilidad a las mismas… porque así lo ha determinado el pueblo.
Que esa cultura choque con imponderables, desde la contraposición ideológica a las pugnas tribales y familiares, desde las ansias de poder a los deseos de revancha, desde la salvación de personalismos a la cristalización de otros intereses políticos, que choque, decíamos, es lógico e inevitable. Alcanzar la cuadratura del círculo en esta materia sí que es imposible. Sólo en la tolerancia, en la generosidad y en la visión de futuro están las claves de su madurez, decisiva, al menos, para no oscurecer aún más el horizonte.
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