Llegó destinada a la escuela infantil ‘Clara Marrero’, en el portuense barrio de La Vera, en 1986. Aquí llegó y aquí se quedó, para ejercer como directora del centro durante catorce años.
Ahora pone punto final a un magisterio comprometido, desarrollado entre dificultades y esperanzas, entre limitaciones y soluciones imaginativas para que los alumnos, sobre todo, no dejaran de percibir las enseñanzas. Sus compañeras de claustro siempre le agradecerán su constancia, un peculiar celo que se convirtió durante cursos y cursos en el mejor estimulante de un quehacer incesante.
Severina, Severina Pérez Alonso, se despide hoy sin alharacas, con la modestia que siempre caracterizó su ejercicio docente. La escuela, pionera en su especialidad en el norte de Tenerife, le va a echar de menos. Y también el barrio, La Vera, en el que se integró, el núcleo que logró entender como pocas personas.
Severina llegó para quedarse. Nacida a principios de los cincuenta, es del plan de 1967. Cursó magisterio en la antigua Escuela Normal de La Laguna. En el ámbito de la privada empezó a curtirse en la docencia: primero, en el colegio Fray Martín de Porres; luego, dos años en el Luther King.
Su primer destino en el sector público fue en Breña Alta (La Palma), hasta que, a mediados de los años ochenta, se incorporó a la escuela infantil ‘Clara Marrero’ en cuyo claustro, de ocho profesoras, ha sido una compañera leal y predispuesta siempre para mejorar el nivel del centro.
Severina entendió pronto que La Vera era un sector que necesitaba de entrega y comprensión. Mucha paciencia invirtió para asimilar los problemas de todo tipo que iban surgiendo en un barrio que crecía y cuya población, muy heterogénea en sus orígenes y en su condición social, precisaba integrarse y vertebrarse. En ese crecimiento de La Vera, Severina ha tenido mucho que ver: ha sido un proceso en el que ha participado tan silenciosa como eficazmente. Había que educar y a eso se dedicó. Ecuánime, sensible, seria y amable a la vez: no ha conocido desánimo, pese a los reveses; ni se arrugó frente a las adversidades. Fue maestra y madre a la vez. Fue compañera y vecina al mismo tiempo. Se granjeó el afecto de la gente del barrio.
Para eso se implicó en todos los proyectos relacionados con la mejora de este núcleo de población cuyos rincones conoció con exactitud. Potenció, como no se conocía antes, las relaciones escuela-familia. Y como buscaba tiempo, mientras escuchaba quejas, lamentos, llantos o anhelos, encontró el suficiente para su proyecto de circulación vial que ha merecido varios premios otorgados por la Dirección General de Tráfico.
Severina, en fin, no será una maestra más sino que será recordada por muchas cualidades. Supo crear y mantener un clima de armonía y buen hacer con toda la comunidad educativa. La gente de La Vera, que es agradecida y de buen corazón, sabrá reconocérselo. Seguro, además, que ella no se irá del todo. Ahora, con más tiempo libre para escribir cuentos y para caminar, sus grandes aficiones, paseará por las calles del barrio y se detendrá a hablar con los padres y madres de sus alumnas. Escuchará, como hizo siempre desde que llegó, y transmitirá, a su manera, ese espíritu de sacrificio que ha lucido a lo largo de una rica vida profesional y que le permitió salir airosa de no pocas tribulaciones.
Cuando hoy se despida y cruce por última vez como directora la puerta del ‘Clara Marrero’, habrá acumulado razones para que le dispensen gratitud y reconocimiento.
Ahora pone punto final a un magisterio comprometido, desarrollado entre dificultades y esperanzas, entre limitaciones y soluciones imaginativas para que los alumnos, sobre todo, no dejaran de percibir las enseñanzas. Sus compañeras de claustro siempre le agradecerán su constancia, un peculiar celo que se convirtió durante cursos y cursos en el mejor estimulante de un quehacer incesante.
Severina, Severina Pérez Alonso, se despide hoy sin alharacas, con la modestia que siempre caracterizó su ejercicio docente. La escuela, pionera en su especialidad en el norte de Tenerife, le va a echar de menos. Y también el barrio, La Vera, en el que se integró, el núcleo que logró entender como pocas personas.
Severina llegó para quedarse. Nacida a principios de los cincuenta, es del plan de 1967. Cursó magisterio en la antigua Escuela Normal de La Laguna. En el ámbito de la privada empezó a curtirse en la docencia: primero, en el colegio Fray Martín de Porres; luego, dos años en el Luther King.
Su primer destino en el sector público fue en Breña Alta (La Palma), hasta que, a mediados de los años ochenta, se incorporó a la escuela infantil ‘Clara Marrero’ en cuyo claustro, de ocho profesoras, ha sido una compañera leal y predispuesta siempre para mejorar el nivel del centro.
Severina entendió pronto que La Vera era un sector que necesitaba de entrega y comprensión. Mucha paciencia invirtió para asimilar los problemas de todo tipo que iban surgiendo en un barrio que crecía y cuya población, muy heterogénea en sus orígenes y en su condición social, precisaba integrarse y vertebrarse. En ese crecimiento de La Vera, Severina ha tenido mucho que ver: ha sido un proceso en el que ha participado tan silenciosa como eficazmente. Había que educar y a eso se dedicó. Ecuánime, sensible, seria y amable a la vez: no ha conocido desánimo, pese a los reveses; ni se arrugó frente a las adversidades. Fue maestra y madre a la vez. Fue compañera y vecina al mismo tiempo. Se granjeó el afecto de la gente del barrio.
Para eso se implicó en todos los proyectos relacionados con la mejora de este núcleo de población cuyos rincones conoció con exactitud. Potenció, como no se conocía antes, las relaciones escuela-familia. Y como buscaba tiempo, mientras escuchaba quejas, lamentos, llantos o anhelos, encontró el suficiente para su proyecto de circulación vial que ha merecido varios premios otorgados por la Dirección General de Tráfico.
Severina, en fin, no será una maestra más sino que será recordada por muchas cualidades. Supo crear y mantener un clima de armonía y buen hacer con toda la comunidad educativa. La gente de La Vera, que es agradecida y de buen corazón, sabrá reconocérselo. Seguro, además, que ella no se irá del todo. Ahora, con más tiempo libre para escribir cuentos y para caminar, sus grandes aficiones, paseará por las calles del barrio y se detendrá a hablar con los padres y madres de sus alumnas. Escuchará, como hizo siempre desde que llegó, y transmitirá, a su manera, ese espíritu de sacrificio que ha lucido a lo largo de una rica vida profesional y que le permitió salir airosa de no pocas tribulaciones.
Cuando hoy se despida y cruce por última vez como directora la puerta del ‘Clara Marrero’, habrá acumulado razones para que le dispensen gratitud y reconocimiento.
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