“Gana Santa Cruz”, la última frase del discurso de investidura de José Manuel Bermúdez, nuevo alcalde de Santa Cruz de Tenerife, el aserto enfático dirigiendo la mirada a Julio Pérez, primer teniente de alcalde en virtud del pacto suscrito entre Coalición Canaria y el Partido Socialista Canario, se convertía no sólo en la asimilación de un eslogan de campaña de esta organización política sino en la rúbrica de una alianza y en el propósito que la sustancia y estimula para justificarla, como es natural, en el lugar común de la defensa de los intereses generales de la ciudadanía.
Las negociaciones debieron ser tensas y difíciles, con muchas aristas por ambas partes, inevitables circunstancias del pretérito, recelos repartidos entre personalismos y sustrato ideológico, presiones internas y externas, dudas y expectativas caracterizadas por la incertidumbre, no en vano es la primera vez que se experimenta en la capital tinerfeña una gobernabilidad de este tipo. En Coalición Canaria afrontaban un escenario completamente desconocido: partían como opción derrotada, por primera vez desde los tiempos de Manuel Hermoso. Los socialistas arrancaban con un resultado que, sin ser óptimo, brindaba una ocasión de oro para cogobernar, dicho en puridad, para tocar poder también por vez primera, sea en los términos más comunes. Mientras la ganadora de los comicios, Cristina Tavío, constataba cómo se esfumaban las posibilidades de que Mariano Rajoy colocase otra banderita en el casi insuperable mapa del poder municipal popular al no lograr una mayoría suficiente para gobernar, otras combinaciones con posibles entendimientos entre grupos que habían obtenido representación corporativa eran sinónimo de inestabilidad y de sopa de siglas que seguro no gustaban a una ciudadanía más preocupada en salir del marasmo que afecta a la capital.
Queda la impresión de que los socialistas fueron ganando progresivamente en la negociación, sortearon vericuetos y al final han obtenido una cosecha óptima: controlan las áreas centrales del Ayuntamiento sobre la base de que el programa de gobierno, a grandes rasgos, y el suyo se superponen. Y por primera vez en la historia desde 1979 -habría que remontarse a los tiempos de la II República para hallar acaso los antecedentes- asumen responsabilidades de gobierno en el ámbito municipal. Este sí que es un hecho novedoso. De la mesura y del oficio de Julio Pérez, así como del propio Bermúdez, depende ahora el buen fin de asuntos controvertidos pero, sobre todo, de la estabilidad y de la seriedad que ha de aportar para superar el desprestigio, el hastío y hasta las sombras de deterioro e ingobernabilidad que la larga estancia sembraron la monopermanencia en el gobierno municipal. Aún es pronto para hablar de ello pero este salto es para ir pensando en el futuro y la cogestión gubernamental que se inicia en este mandato será determinante.
Pero, todo a su tiempo. Porque ahora hay que poner en valor los resultados y su repercusión, sabiendo, además, que la cultura de pactos políticos va imponiéndose. Este encontrará enemigos dentro y fuera y debe superar otros enquistamientos. Mientras la ley se mantenga en vigor y la ciudadanía emita mensajes como el de Santa Cruz, entiéndanse ustedes señoras y señores, hay que cultivar y empezar a acostumbrarse a ententes que, eso sí, deben tener un norte claro como el que pareció desprenderse del aserto final de Bermúdez: Santa Cruz gana.
Las negociaciones debieron ser tensas y difíciles, con muchas aristas por ambas partes, inevitables circunstancias del pretérito, recelos repartidos entre personalismos y sustrato ideológico, presiones internas y externas, dudas y expectativas caracterizadas por la incertidumbre, no en vano es la primera vez que se experimenta en la capital tinerfeña una gobernabilidad de este tipo. En Coalición Canaria afrontaban un escenario completamente desconocido: partían como opción derrotada, por primera vez desde los tiempos de Manuel Hermoso. Los socialistas arrancaban con un resultado que, sin ser óptimo, brindaba una ocasión de oro para cogobernar, dicho en puridad, para tocar poder también por vez primera, sea en los términos más comunes. Mientras la ganadora de los comicios, Cristina Tavío, constataba cómo se esfumaban las posibilidades de que Mariano Rajoy colocase otra banderita en el casi insuperable mapa del poder municipal popular al no lograr una mayoría suficiente para gobernar, otras combinaciones con posibles entendimientos entre grupos que habían obtenido representación corporativa eran sinónimo de inestabilidad y de sopa de siglas que seguro no gustaban a una ciudadanía más preocupada en salir del marasmo que afecta a la capital.
Queda la impresión de que los socialistas fueron ganando progresivamente en la negociación, sortearon vericuetos y al final han obtenido una cosecha óptima: controlan las áreas centrales del Ayuntamiento sobre la base de que el programa de gobierno, a grandes rasgos, y el suyo se superponen. Y por primera vez en la historia desde 1979 -habría que remontarse a los tiempos de la II República para hallar acaso los antecedentes- asumen responsabilidades de gobierno en el ámbito municipal. Este sí que es un hecho novedoso. De la mesura y del oficio de Julio Pérez, así como del propio Bermúdez, depende ahora el buen fin de asuntos controvertidos pero, sobre todo, de la estabilidad y de la seriedad que ha de aportar para superar el desprestigio, el hastío y hasta las sombras de deterioro e ingobernabilidad que la larga estancia sembraron la monopermanencia en el gobierno municipal. Aún es pronto para hablar de ello pero este salto es para ir pensando en el futuro y la cogestión gubernamental que se inicia en este mandato será determinante.
Pero, todo a su tiempo. Porque ahora hay que poner en valor los resultados y su repercusión, sabiendo, además, que la cultura de pactos políticos va imponiéndose. Este encontrará enemigos dentro y fuera y debe superar otros enquistamientos. Mientras la ley se mantenga en vigor y la ciudadanía emita mensajes como el de Santa Cruz, entiéndanse ustedes señoras y señores, hay que cultivar y empezar a acostumbrarse a ententes que, eso sí, deben tener un norte claro como el que pareció desprenderse del aserto final de Bermúdez: Santa Cruz gana.
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