A Berlusconi también le han castigado los electores, por resumir en el adverbio de modo las similitudes que pueden encontrarse con el revés sufrido por el socialismo español, interpretado, no sólo por analistas sino por numerosos militantes, como una respuesta desfavorable a las medidas contracrisis puestas en marcha por José Luis Rodríguez Zapatero. Otros gobernantes de la Unión Europea, incluidos Sarkozy y Merkel, recibieron también varapalos electorales en elecciones regionales o cantonales.
Pero en el caso del primer ministro italiano concurren otras circunstancias. Quizá el pueblo italiano, tan tolerante, tan permisivo, se haya cansado de un comportamiento impropio de un gobernante proclive a los escándalos que ha ido timoneando en medio de un progresivo desprestigio y ante una creciente pérdida de credibilidad.
Cierto que las peculiaridades de la política italiana proporcionan unos tintes grotescos a los que nos hemos acostumbrado desde hace años pero… todo tiene un límite y ese es el que los electores acaban de poner a Silvio Berlusconi, derrotado con estrépito en Milán y Nápoles. Un auténtico descalabro de imprevisibles consecuencias pues sabidas son las dificultades de relación personal y política con el jefe de la Liga Norte, Umberto Bossi, su aliado político y el más firme sostén cuando han arreciado las sucesivas crisis que envuelven a Il Cavaliere.
El desgaste de Berlusconi es notable. Ni sus delirantes afirmaciones sobre el triunfo de la coalición centroizquierdista ni las predicciones catastrofistas amainaron el descontento ciudadano. Los electores de importantes ciudades italianas se han cansado, han dicho basta y su pronunciamiento cabe interpretarlo no sólo como un castigo sino como un fin de ciclo.
Eso sí: fin de ciclo a la italiana.
Pero en el caso del primer ministro italiano concurren otras circunstancias. Quizá el pueblo italiano, tan tolerante, tan permisivo, se haya cansado de un comportamiento impropio de un gobernante proclive a los escándalos que ha ido timoneando en medio de un progresivo desprestigio y ante una creciente pérdida de credibilidad.
Cierto que las peculiaridades de la política italiana proporcionan unos tintes grotescos a los que nos hemos acostumbrado desde hace años pero… todo tiene un límite y ese es el que los electores acaban de poner a Silvio Berlusconi, derrotado con estrépito en Milán y Nápoles. Un auténtico descalabro de imprevisibles consecuencias pues sabidas son las dificultades de relación personal y política con el jefe de la Liga Norte, Umberto Bossi, su aliado político y el más firme sostén cuando han arreciado las sucesivas crisis que envuelven a Il Cavaliere.
El desgaste de Berlusconi es notable. Ni sus delirantes afirmaciones sobre el triunfo de la coalición centroizquierdista ni las predicciones catastrofistas amainaron el descontento ciudadano. Los electores de importantes ciudades italianas se han cansado, han dicho basta y su pronunciamiento cabe interpretarlo no sólo como un castigo sino como un fin de ciclo.
Eso sí: fin de ciclo a la italiana.
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