A la espera de que el gobierno municipal del Puerto de la Cruz diga algo sobre lo que quiere hacer en materia de turismo, habrá que confiar en que sus responsables directos no hayan olvidado la importancia de los recursos promocionales propios que han ido consolidándose pero que, en los últimos años, han ido palideciendo como consecuencia de una cierta desidia, de un creciente abandono que, de no atajarse, puede conducir a una pérdida irreversible.
El mes próximo, sin ir más lejos, se celebrará una nueva edición de la Semana Bávara, la trigesimooctava, amenizada por una orquesta, Die Iustigen Egerländer, cuya estancia en la ciudad se solventa a base distribuir a sus componentes en distintos establecimientos hoteleros. Es una convocatoria en la que tiene mucho que ver el Centro de Iniciativas y Turismo (CIT) de la localidad. El bueno de Fred Gallasch es quien, al final, cuando ya sólo queda tiempo para la improvisación y las soluciones apuradas, se hace cargo de la parte más ejecutiva y ahí le tendremos traduciendo, atemperando, apelando, corrigiendo y unos cuantos gerundios más que connotan su participación directa en esta Semana, llamada a ser más brillante y animada en una época del año en la que es necesario captar mercados. Si se admite que la iniciativa ya sale por inercia, alguien debería reparar en que no basta la vía rutinaria: hay que integrar, promover, innovar y promocionar con otro aire.
Podría decirse lo mismo, ya que estamos, del intercambio carnavalero Düsseldorf-Tenerife que ha entrado, por lo comprobado en los últimos años, en una preocupante espiral de descuido y desatención. Cuidado, porque el intercambio es, en sí mismo, palabras mayores: se cumplirán en 2012 cuarenta años desde que Gregorio Etner, Eduardo Lobenstein y Horst Morgenbrod encontraron la fórmula para llevar a cabo -cuando no había plan de medios ni azafatas ni móviles ni DVD ni TDT- una promoción directa de los encantos de la ciudad en una zona tan característica de Alemania como es la Renania-Westfalia, a la larga una de las emisoras más potentes de afluencia turística.
Desde 1972, en efecto, se viene desarrollando -principalmente, con la ciudad de Düsseldorf- un intercambio de contenido carnavalero que ha fructificado no sólo con el respaldo interinstitucional sino con el acercamiento entre las ciudades. La reina del Carnaval portuense y sus damas de honor despiertan la admiración de miles de ciudadanos alemanes; en tanto que el príncipe de Düsseldorf y su acompañante, la venetia, asisten al fin de semana y la Piñata tinerfeña luciendo sus galas, siempre dignas de admiración, con un acompañamiento musical extraordinario.
Otros contenidos de este intercambio, encuadrados en el ámbito de la oficialidad, favorecen la seriedad de su planteamiento, al que se suman, por cierto, delegaciones oficiales de otras ciudades de la región alemana, interesadas, sobre todo, en poder introducir en sus programas lúdicos y festivos la presencia o la participación de las bellezas tinerfeña y los modelos que lucen.
En 2002, a propósito, en el ejercicio de la alcaldía, tuvimos oportunidad de conmemorar el treinta aniversario de esta iniciativa. Con nuestro colega de Düsseldorf tuvimos oportunidad de rubricar los documentos que hermanaban a las ciudades.
Es una historia, por tanto, interesante y una opción promocional que hay que mimar y enriquecer. A la aportación individual de emprendedores y profesionales, hay que unir la contribución de empresas y compañías gracias que resulta decisiva para materializar una experiencia que va a cumplir cuarenta años. A lo largo de ellos, muchas personas han envejecido o dejaron sus vidas: merecen ser recordados como sujetos activos de un hecho positivo para la ciudad.
Esa historia, ciertamente, es acreedora de respeto y de continuidad no mecánica. El intercambio requiere celo y dedicación. Hay que ser sensibles con su significación. Es en lo que debería afanarse el gobierno local. Se trata de una inversión productiva, luego hay que cultivarla.
No parece que sea la tónica de los últimos años. Ahora que se van a cumplir cuarenta -que son muchos- bien estaría una corrección de esta suerte de rumbo a la deriva que sirviera, al menos, para no desvirtuar ni perder aquello que con tanto esfuerzo ha costado conseguir y que se ha convertido en elementos distintivos de una ciudad llamada a otras empresas.
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