Están jugando, oh sí, en la radio”.
Son versos de Bryan Ferry para Roxy Music, en una canción dedicada al medio, a su magia, a su servicio, a su poder de comunicación. Ahora que no soplan en Canarias buenos vientos para la radio, con la resolución de un concurso público de concesión de frecuencias por parte del Gobierno autónomo que ha excluido a un buen número de emisoras que desde hace años se han hecho con una posición en el dial y se han consolidado desde el punto de vista empresarial y mediático, la poesía de Ferry suena más desgarradora: se apaga la señal, flaquea el pluralismo, se destruye empleo, desaparecen pequeñas empresas, se pierde la inversión, se quiebran las ilusiones, se frenan la dedicación y las vocaciones...
La decisión del ejecutivo autonómico llegó a producir, hace poco, un hecho sin precedentes en la radiodifusión canaria: durante unas cinco horas estuvieron emitiendo conjuntamente las emisoras que no resultaron adjudicatarias. Fue un solo indicativo, una sola señal. Se podrá decir que era el derecho al pataleo y hasta que llegaba tarde la reacción: el individualismo del canario, su escasa proclividad a moverse de forma solidaria en los momentos oportunos, ponían de relieve que hay que calcular bien las reacciones, entremezclar bien los elementos y tener muy claro el objetivo a conquistar. El resto, ya lo sentenció la sabiduría popular: el conejo se escapó, palos a la madriguera.
A la pregunta si puede ser objeto de revisión la decisión, si va a haber marcha atrás, la respuesta es complicada. En la recta final de la legislatura anterior, los grupos parlamentario socialista y popular, entonces en la oposición, pidieron al gobierno monocolor y minoritario de Coalición Canaria que la resolución del concurso quedara aplazada hasta el nuevo ciclo político, con un nuevo gobierno que decidiera en circunstancias políticas distintas.
Ahora, el nuevo ejecutivo resultante de la alianza política suscrita entre los nacionalinsularistas y los socialistas canarios tendrá que lidiar la papeleta. Menuda papeleta. Porque no será fácil una reconsideración después de la primera determinación del órgano que ha evaluado con arreglo a las bases del concurso y que ha hecho una preadjudicación.
A un comunicado de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife nos remitimos para entender mejor que la resolución inicial favorece la especulación y que, desde el punto de vista social y laboral, las consecuencias son tremendas. Por supuesto, ni que decir tiene que el pluralismo en el conjunto de la oferta informativa del archipiélago, vía radiofónica, se ve muy mermado. Por eso, la dirección de la Asociación planteaba sin dobleces hasta dónde es posible la revisión del concurso.
Independientemente de algunos planteamientos retorcidos, revanchistas y viscerales hechos por algún medio excluido, cabe vislumbrar que sucederá algo muy similar tras la resolución del concurso para la Televisión Digital Terrestre (TDT): indefinición prolongada, una cascada de pleitos y recursos en los tribunales, bufetes de abogados a todo tren, un Consejo Audiovisual al que quizá proporcionen inyecciones, emisiones en precario y a la espera de, y puede que hasta incumplimientos de los requisitos exigidos en el pliego de condiciones una vez adjudicada la frecuencia. A propósito: nadie, que se sepa, ha hecho seguimiento para velar por el normal desenvolvimiento de los nuevos y regularizados canales pero da igual porque, entre la crisis, la negligencia, la artificialidad y la irresponsabilidad varias televisiones locales o han dejado de emitir o han reducido personal o han probado fehacientemente que no disponían de recursos para hacer la producción propia que se les exigía. Por no hablar de algunos medios peninsulares que llegaron a vaticinar, los muy osados, que superarían a la mismísima televisión pública y terminaron haciendo recaudaciones entre sus filotelevidentes o llorando su desaparición.
Sobre eso, sobre ese terreno acomodaticio, refugio del pasotismo e imperio del compadreo impune, también habrá que hablar y reflexionar. Ahora, confiemos en que la radio, pese al jaque, pese al golpe asestado, siga siendo una buena compañía.
(Publicado en Tangentes, número 37, julio 2011)
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