martes, 26 de julio de 2011

Y NO ESCARMIENTAN

No escarmientan, ¡eh! Se van amontonando los casos y pronto leeremos -si no está editado ya- un libro con todas las expresiones, barbarismos, lindezas que los micrófonos no cerrados, después de la intervención de algún cargo público, recogen y propagan, para regocijo o rechifla, para lapsus sin más o para poner en evidencia -según cualquier analista crítico que simpatice más o menos con el autor- la personalidad de quien las dice.

En alguna ocasión ya nos hemos referido a estas situaciones siempre incómodas pues suelen verse reflejadas en las páginas y escritas, de modo que el episodio adquiere mayor trascendencia. Entre la impaciencia por terminar y los apremios de cualquier otra naturaleza, a veces se escapan frases e improperios que se amplifican. No deja de ser una anécdota, pero ¿y si algún día se dice algo más grueso, una de esas expresiones que, por coloquiales o comunes, se tolera en conversaciones privadas pero que, como epílogo de una intervención, ya no son tan de recibo?

A ver si los políticos aprenden de una vez para que nadie les afee la conducta cuando se les escapa un exabrupto que, micrófono todavía abierto, resulta impropio.

Los últimos pillados in fraganti han sido José Bono, presidente del Congreso de los Diputados; y Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid. Al primero se le escapó un “¡Estoy hasta los huevos!”, seguido de un “Ya está bien”, que empequeñeció aquel célebre “¡Manda huevos!”, de Federico Trillo, qué causalidad, desde el mismo sitial. Confiemos en que el rango no imponga esos alardes de masculinidad.

Y a la señora presidenta, durante la inauguración de un centro de innovación de una entidad bancaria, se le fue, en réplica al alcalde Ruiz Gallardón, un “Qué suerte tenéis; nosotros, ni un puto duro”, en referencia a un gasto cercano a los treinta millones de euros que el Ayuntamiento madrileño iba a sufragar. No era la primera vez que Esperanza Aguirre cometía un desliz similar: en cierta ocasión, llamó “hijoputa” a un compañero de partido mientras hablaba con su vicepresidente de la situación en CajaMadrid. Y en otra, reconoció ante el mismísimo Mariano Rajoy que había dicho “barbaridades” en una intervención pública sobre la reforma laboral.

Lo dicho: es cuestión de cautela. Y de tener presente que, pese a haber terminado de hablar y aunque suenen aplausos, un micrófono abierto o mal cerrado, puede jugar malas pasadas como las comentadas.

A ver si se enteran.

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