El próximo mes de octubre se cumplirán dos años de la publicación de un trabajo titulado “Taoro, otra frustración” en el que aludíamos a esa especie de maldición que parece pesar sobre el antiguo gran hotel y la sede de un casino de juego durante décadas. “Condenado a permanecer cerrado... Nadie lo quiere ya... Pobre Taoro”, escribíamos entonces, a raíz de algunos anuncios hechos por Víctor Pérez, consejero de Hacienda del Cabildo Insular de Tenerife. De no ser porque aporta alguna alternativa y un futurible, los que ha realizado en este periódico hace pocas fechas el vicepresidente primero de la institución, Carlos Alonso, permitirían reproducir casi al pie de la letra aquellas apreciaciones nuestras de hace casi un par de años.
Defendimos en su momento, en el ejercicio de las responsabilidades públicas y luego en el ámbito mediático, la idea de restituir el uso residencial turístico. Volver al hotel. Aterraba la probabilidad de que el edificio estuviera cerrado y se prolongara el tiempo sin una solución tangible: abandono, deterioro, indefinición, debates estériles... Y nos parecía que, dadas las circunstancias que concurrían -y concurren- en el destino turístico portuense, era una opción tan válida como viable. Por un lado, la oferta alojativa de la ciudad se enriquecería considerablemente, sobre todo desde el punto de vista cualitativo. Aquí estábamos, aún en plena crisis, ante una auténtica oportunidad para el Puerto de la Cruz. A ningún empresario, a ningún hotelero le escuchamos opiniones contrarias a que la ciudad precisaba de uno o dos establecimientos turísticos de primer rango. Ahí radicaba la validez.
Y, por otra parte, encontrábamos en la “Operación Mencey” (remodelación del inmueble promovida por el Cabildo seguida de una concesión administrativa ventajosa para las partes) unos antecedentes que habrían de favorecer una iniciativa similar. He ahí la viabilidad. Había costado lo suyo la idea de restitución del uso residencial turístico, una de las opciones que surgió nada más materializarse el traslado del casino y sus instalaciones complementarias al complejo "Costa Martiánez". Los informes técnicos determinaron, por fin, la voluntad política pero... no ha habido suerte. Ni los concursos convocados ni la falta de interés de posibles inversores y del empresariado han predispuesto la solución apuntada.
De ahí que el Cabildo Insular deseche la aspiración, a la que quizá ha faltado más entusiasmo o un seguimiento más activo por parte de los últimos gobiernos locales para terminar creando una favorable corriente de opinión. Ahora habla Carlos Alonso de importantes gastos adicionales -¿cuáles?- que dificultarían aún más el retorno del uso hotelero pero, en encomiable tono constructivo, abre las expectativas de la recuperación del inmueble “como una fuente de ocio, un centro que dinamice y dé calidad a la oferta” de la ciudad que precisa de incentivos para superar el proceso de decandencia que la envuelve.
Lo malo es que los vientos siguen sin soplar en la dirección que habría de impulsar tales incentivos. Pero si están agotadas todas las opciones de recobrar la explotación hotelera -aunque sea a la desesperada, ¿no puede hacerse un último intento?-, que el diseño del vicepresidente Alonso no caiga en saco roto para rescatar del abandono frustrante y de la maldición a un inmueble emblemático. Que se madure esa idea de centro dinamizador de la actividad social y económica, en la que además de usos de ocio, lúdicos o recreativos, igual caben otros que permitan aprovechar y rentabilizar el recinto.
A ver si deja de ser frustrante el Taoro.
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