Los sucesos de la localidad catalana de Lloret de Mar han tenido una notable trascendencia y han puesto en tela de juicio no ya los inconvenientes de la estacionalidad turística sino el propio modelo de su oferta y las fórmulas de explotación.
Deberían reflexionar los empresarios, profesionales y responsables públicos del sector: de registrarse esos hechos en Canarias, las repercusiones podrían ser muy negativas.
En distintos destinos turísticos de las islas, es cierto, se han registrado incidentes, algunos desórdenes y hasta algunos resultados indeseados consecuencia de comportamientos poco cívicos, en muchos casos alocados e incontrolados. Pero, por lo general, son hechos aislados. Al menos, no se recuerdan algaradas tan serias como las de Lloret, donde la reacción de autoridades y población, por cierto, ha sido ejemplar: unidad, rechazo y civismo.
El origen está en el tipo de turismo. A la ciudad catalana, como a otras muchas de cualquier zona costera, llegan bajo la fórmula del 'low cost' ('bajo coste') que, ciertamente, facilita el acceso a los bienes de consumo hasta el punto de creer que todo el monte es orégano. Claro, cuando se producen los excesos, cualquier cosa es posible. El gamberrismo se queda corto. Se pasa fácilmente a una situación mucho más complicada.
Cierto que nunca llueve a gusto de todos. En el Puerto de la Cruz, por ejemplo, cuando ejercimos la alcaldía, mantuvimos un sustancioso debate sobre el particular con agentes del sector. Defendimos, por encima de todo, un modelo de convivencia plural. Perro había tanto detractores del modelo 'senior' pues daba a la ciudad, decían, un aspecto avejentado y poco dinámico, como de los grupos de jóvenes que se hacían notar demasiado, eran más ruidosos, se comportaban en los establecimientos de forma incívica y en sus correrías nocturnas causaban daños en vías y mobiliario urbano.
La conclusión es que la coexistencia es posible si se mantienen las formas de captación de esos dos segmentos de mercado. Otra cosa es la comercialización del producto y esa da para otro debate.
En todo caso, lo ocurrido en Lloret de Mar debe servir de alerta. en todas partes. Hay que tomar las debidas prevenciones. No puede ocurrir que una ciudad turística vea cuestionada su oferta por unos comportamientos de imprevisibles consecuencias. Se sabe cómo empiezan, una discusión, una provocación, una gresca, una bronca... Pero nunca cómo acaban.
Deberían reflexionar los empresarios, profesionales y responsables públicos del sector: de registrarse esos hechos en Canarias, las repercusiones podrían ser muy negativas.
En distintos destinos turísticos de las islas, es cierto, se han registrado incidentes, algunos desórdenes y hasta algunos resultados indeseados consecuencia de comportamientos poco cívicos, en muchos casos alocados e incontrolados. Pero, por lo general, son hechos aislados. Al menos, no se recuerdan algaradas tan serias como las de Lloret, donde la reacción de autoridades y población, por cierto, ha sido ejemplar: unidad, rechazo y civismo.
El origen está en el tipo de turismo. A la ciudad catalana, como a otras muchas de cualquier zona costera, llegan bajo la fórmula del 'low cost' ('bajo coste') que, ciertamente, facilita el acceso a los bienes de consumo hasta el punto de creer que todo el monte es orégano. Claro, cuando se producen los excesos, cualquier cosa es posible. El gamberrismo se queda corto. Se pasa fácilmente a una situación mucho más complicada.
Cierto que nunca llueve a gusto de todos. En el Puerto de la Cruz, por ejemplo, cuando ejercimos la alcaldía, mantuvimos un sustancioso debate sobre el particular con agentes del sector. Defendimos, por encima de todo, un modelo de convivencia plural. Perro había tanto detractores del modelo 'senior' pues daba a la ciudad, decían, un aspecto avejentado y poco dinámico, como de los grupos de jóvenes que se hacían notar demasiado, eran más ruidosos, se comportaban en los establecimientos de forma incívica y en sus correrías nocturnas causaban daños en vías y mobiliario urbano.
La conclusión es que la coexistencia es posible si se mantienen las formas de captación de esos dos segmentos de mercado. Otra cosa es la comercialización del producto y esa da para otro debate.
En todo caso, lo ocurrido en Lloret de Mar debe servir de alerta. en todas partes. Hay que tomar las debidas prevenciones. No puede ocurrir que una ciudad turística vea cuestionada su oferta por unos comportamientos de imprevisibles consecuencias. Se sabe cómo empiezan, una discusión, una provocación, una gresca, una bronca... Pero nunca cómo acaban.
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