Sí, sabido es que el capitalismo no tiene escrúpulos y que estas protestas, por todos los hemisferios y por todos los continentes, les traerá sin cuidado. Pero la corriente se va agrandando, adquiere dimensiones transoceánicas y se convierte en un fenómeno que reclama sin reservas ni ambages un cambio global. Los que con toda razón enarbolaron la bandera del fracaso del comunismo, hoy tienen que ir guardando la del capitalismo, incapaz éste, con su voracidad insaciable y con su egoismo insolidario, de propiciar soluciones equilibradas o de hallar, en tiempos como los que corren, alternativas a las artificialidades, al consumismo incontrolado, a los vicios y a las desigualdades. No sabe, no supo qué hacer con la crisis desbocada. Qué fracaso, aún contando con la complicidad de poderes políticos débiles y sumisos, de muy frágiles liderazgos individuales o colectivos, que han ido cediendo y cediendo hasta verse completamente a los pies de quienes galopan ya ni se sabe hacia qué meta.
La abreviatura del 15-0 se incorpora al siglario de fechas con las que se simboliza o condensa un acontecimiento, un suceso o el espíritu y las secuelas de lo ocurrido. Este 15 de octubre apenas será una bofetada o un golpe de tos para quienes aprietan en las coordenadas de la recesión hasta comprobar que Estados Unidos y Europa se hunden juntos pero han palpado que las sociedades de aquí, de allá y de acullá están hartas. Esa reivindicación de un cambio global para acabar con los privilegios elitistas y poner punto final a los recortes se ha extendido y va más allá de una protesta localizada más o menos numerosa. Tienen tanta suerte, por cierto, que cuentan con la espontánea, ¿espontánea?, alianza de unos desalmados que, en Roma, echan a perder la convocatoria y desvirtúan por completo el sentido de la protesta con sus acciones agresivas y violentas. Tal como sucediera con los indignados de la Puerta del Sol, en Madrid, la acción vandálica de unos cuantos bastó para que cargaran sobre aquéllos los poderes políticos y los medios más conservadores hasta acentuar el cansancio, aumentar el descrédito y predisponer a una parte de la población que se cansó de aquella “revolución cívica y pacífica”.
La gente se ha cansado y alza la voz en las mismísimas barbas del capitalismo y los poderes financieros de la City londinense, de Bruselas y de Wall Street. Allí, y en otras importantes ciudades de los cinco continentes, los profesionales, los trabajadores, los desempleados, los médicos y sus pacientes, los pensionistas que sólo quieren estabilidad después de haberlo dado todo, los médicos y sus pacientes, los profesores y sus alumnos, o sea, quienes no han sido responsables directos del hundimiento de la economía pero sí quienes están sufriendo las consecuencias del mismo y las están pagando con enormes sacrificios, han exclamado que no se resignan y que tienen derecho a decir sanseacabó.
Es un momento histórico, claro que sí, al que asistimos con altas dosis de incertidumbre, sin saber cómo terminará todo esto. Hemos palpado que el 15-0 ha sido un clamor cívico. Y que el mundo, la ciudadanía, gira o quiere girar superando ciertas pasividades y notables resignaciones. Porque mientras Europa sigue sin forjar una sólida unión ni política ni fiscal, en Estados Unidos, “se abre una brecha en el consenso sobre que el capitalismo es la única vía al paraíso”, según ha escrito Norman Birnbaum, catedrático emérito de la Universidad de Georgetown.
Un momento histórico lo protagonizan los pueblos. Esa es la lección que hay que seguir dando a los poderosos y a sus injusticias inescrupulosas. Al menos, mientras quede la palabra para que sepan que la indignación crece.
La abreviatura del 15-0 se incorpora al siglario de fechas con las que se simboliza o condensa un acontecimiento, un suceso o el espíritu y las secuelas de lo ocurrido. Este 15 de octubre apenas será una bofetada o un golpe de tos para quienes aprietan en las coordenadas de la recesión hasta comprobar que Estados Unidos y Europa se hunden juntos pero han palpado que las sociedades de aquí, de allá y de acullá están hartas. Esa reivindicación de un cambio global para acabar con los privilegios elitistas y poner punto final a los recortes se ha extendido y va más allá de una protesta localizada más o menos numerosa. Tienen tanta suerte, por cierto, que cuentan con la espontánea, ¿espontánea?, alianza de unos desalmados que, en Roma, echan a perder la convocatoria y desvirtúan por completo el sentido de la protesta con sus acciones agresivas y violentas. Tal como sucediera con los indignados de la Puerta del Sol, en Madrid, la acción vandálica de unos cuantos bastó para que cargaran sobre aquéllos los poderes políticos y los medios más conservadores hasta acentuar el cansancio, aumentar el descrédito y predisponer a una parte de la población que se cansó de aquella “revolución cívica y pacífica”.
La gente se ha cansado y alza la voz en las mismísimas barbas del capitalismo y los poderes financieros de la City londinense, de Bruselas y de Wall Street. Allí, y en otras importantes ciudades de los cinco continentes, los profesionales, los trabajadores, los desempleados, los médicos y sus pacientes, los pensionistas que sólo quieren estabilidad después de haberlo dado todo, los médicos y sus pacientes, los profesores y sus alumnos, o sea, quienes no han sido responsables directos del hundimiento de la economía pero sí quienes están sufriendo las consecuencias del mismo y las están pagando con enormes sacrificios, han exclamado que no se resignan y que tienen derecho a decir sanseacabó.
Es un momento histórico, claro que sí, al que asistimos con altas dosis de incertidumbre, sin saber cómo terminará todo esto. Hemos palpado que el 15-0 ha sido un clamor cívico. Y que el mundo, la ciudadanía, gira o quiere girar superando ciertas pasividades y notables resignaciones. Porque mientras Europa sigue sin forjar una sólida unión ni política ni fiscal, en Estados Unidos, “se abre una brecha en el consenso sobre que el capitalismo es la única vía al paraíso”, según ha escrito Norman Birnbaum, catedrático emérito de la Universidad de Georgetown.
Un momento histórico lo protagonizan los pueblos. Esa es la lección que hay que seguir dando a los poderosos y a sus injusticias inescrupulosas. Al menos, mientras quede la palabra para que sepan que la indignación crece.
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