“La reflexión calmada y tranquila desenreda todos los nudos”, afirmó en su día Harold Mac Millan, el político conservador británico que llegó a primer ministro, un europeísta convencido al que los franceses doblegaron cuando se esforzaba en integrar al Reino Unido en las primeras estructuras comunitarias.
Cabe confiar en que Casimiro Curbelo hizo este ejercicio, sereno y sosegado, para dar un paso determinante, que le honra, tras el indeseado incidente en que se vio envuelto, generador de una controversia política considerable. La experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones y el ya ex senador socialista por La Gomera, bregado en unas cuantas batallas políticas, habrá comprobado que sobre la base de aquéllas, sobre todo cuando se expanden y afectan otros ámbitos, hay que decidir o escoger los caminos que dejan. Había muchos nudos: parece que empiezan a desatarse.
El caso es que, a la espera de un pronunciamiento judicial, conserva intacta la presunción de inocencia. Ya se verá si la cosa va más allá de la comisión de una falta. La trascendencia pública del incidente adquirió pronto una dimensión política desde que una dirigente federal del PSOE, Elena Valenciano, hiciera una tan prematura como concluyente determinación: el comportamiento de Curbelo avergonzaba, se forzaba su dimisión y no se iba a contar con él para el inminente proceso electoral. A partir de ese momento, se abrió una auténtica caja de truenos que sonaron fuerte en ciertos momentos a medida que se aproximaban las fechas en que se decidía la inclusión como candidato repetidor al Senado. Ni la añagaza de unas nuevas siglas hizo temblar el pulso de Ferraz, donde estas situaciones, con más o menos razón, con mayor o menor respeto a las formas y al cumplimiento estatutario, se lidian con firmeza, sin pulsos que valgan.
Al final, pese al respaldo unánime de los órganos insulares, Casimiro Curbelo ha dado el célebre paso al costado de los argentinos. Ahí estriba el núcleo de su reflexión: renuncia a la candidatura para que no se hable de él y de su familia. Y para defenderse sin privilegios, ha dicho; pero también para liberar de la incomodidad asfixiante que atenazaba a la organización y para evitar esperpentos como hubiera sido concurrir a las próximas legislativas con unas siglas distintas a las que representa en el Cabildo Insular donde sigue siendo presidente.
Curbelo, en cualquier caso, podrá seguir siendo el factótum del socialismo gomero pero habrá constatado que sus enemigos aguardaban un episodio como éste y que no le perdonarán un solo yerro que, inevitablemente, con toda la carga demagógica, conectarán con el incidente de Madrid. Todo su haber político, que es voluminoso y que engloba un impulso decisivo al progreso de la isla, se ha tambaleado. Toda esa obra, labrada, además, al calor de la cercanía a la población y de la promoción de los intereses generales insulares, palidece y se desvaloriza porque la política es así, porque se tiene más en cuenta un hecho como el de Madrid que todas las instalaciones o todas las infraestructuras promovidas o todas las coberturas sociales que se pueda prestar desde las instituciones de las que se es responsable.
Seguro que Curbelo, a pesar del incidente y de su trascendencia, a pesar de las repercusiones políticas, habrá palpado nuevamente el calor de los suyos. Políticamente, ni tinieblas ni rechinar de dientes. De ahí que más valor tenga esa renuncia que, por otro lado, propicia la aparición en escena de un hombre capaz y predispuesto, que lo hará bien, como es Gregorio Medina. Ya se verán los resultados pero, de momento, menos nudos.
Cabe confiar en que Casimiro Curbelo hizo este ejercicio, sereno y sosegado, para dar un paso determinante, que le honra, tras el indeseado incidente en que se vio envuelto, generador de una controversia política considerable. La experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones y el ya ex senador socialista por La Gomera, bregado en unas cuantas batallas políticas, habrá comprobado que sobre la base de aquéllas, sobre todo cuando se expanden y afectan otros ámbitos, hay que decidir o escoger los caminos que dejan. Había muchos nudos: parece que empiezan a desatarse.
El caso es que, a la espera de un pronunciamiento judicial, conserva intacta la presunción de inocencia. Ya se verá si la cosa va más allá de la comisión de una falta. La trascendencia pública del incidente adquirió pronto una dimensión política desde que una dirigente federal del PSOE, Elena Valenciano, hiciera una tan prematura como concluyente determinación: el comportamiento de Curbelo avergonzaba, se forzaba su dimisión y no se iba a contar con él para el inminente proceso electoral. A partir de ese momento, se abrió una auténtica caja de truenos que sonaron fuerte en ciertos momentos a medida que se aproximaban las fechas en que se decidía la inclusión como candidato repetidor al Senado. Ni la añagaza de unas nuevas siglas hizo temblar el pulso de Ferraz, donde estas situaciones, con más o menos razón, con mayor o menor respeto a las formas y al cumplimiento estatutario, se lidian con firmeza, sin pulsos que valgan.
Al final, pese al respaldo unánime de los órganos insulares, Casimiro Curbelo ha dado el célebre paso al costado de los argentinos. Ahí estriba el núcleo de su reflexión: renuncia a la candidatura para que no se hable de él y de su familia. Y para defenderse sin privilegios, ha dicho; pero también para liberar de la incomodidad asfixiante que atenazaba a la organización y para evitar esperpentos como hubiera sido concurrir a las próximas legislativas con unas siglas distintas a las que representa en el Cabildo Insular donde sigue siendo presidente.
Curbelo, en cualquier caso, podrá seguir siendo el factótum del socialismo gomero pero habrá constatado que sus enemigos aguardaban un episodio como éste y que no le perdonarán un solo yerro que, inevitablemente, con toda la carga demagógica, conectarán con el incidente de Madrid. Todo su haber político, que es voluminoso y que engloba un impulso decisivo al progreso de la isla, se ha tambaleado. Toda esa obra, labrada, además, al calor de la cercanía a la población y de la promoción de los intereses generales insulares, palidece y se desvaloriza porque la política es así, porque se tiene más en cuenta un hecho como el de Madrid que todas las instalaciones o todas las infraestructuras promovidas o todas las coberturas sociales que se pueda prestar desde las instituciones de las que se es responsable.
Seguro que Curbelo, a pesar del incidente y de su trascendencia, a pesar de las repercusiones políticas, habrá palpado nuevamente el calor de los suyos. Políticamente, ni tinieblas ni rechinar de dientes. De ahí que más valor tenga esa renuncia que, por otro lado, propicia la aparición en escena de un hombre capaz y predispuesto, que lo hará bien, como es Gregorio Medina. Ya se verán los resultados pero, de momento, menos nudos.
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