En un gobierno de coalición siempre se producen episodios de tensión o tirantez. Las partes juegan sus bazas, tratando de hacer valer su peso ideológico. Los socios recelan y algunos de ellos exponen públicamente sus discrepancias y hasta largan algunos denuestos que incomodan y que los grupos de oposición no dudan en utilizar para hacer ver fisuras, contradicciones y abrir flancos críticos con tal de desgastar y, sobre todo, tratar de hacer ver que la cosa no funciona. Que con un ejecutivo enfrentado y poco cohesionado políticamente, los horizontes futuros son como negros nubarrones que amenazan tormenta. Y la intensidad, o las consecuencias de ésta, ya se verá.
En un gobierno de coalición siempre aparece el deslenguado o el especialista empecinado en desestabilizar creyendo que hay que hablar para los suyos, para sus leales y para su electorado. Se equivoca de cabo a rabo, acreditando que no tiene conciencia del costo de una fractura, difícil de soldar cuando no hay aritmética parlamentaria. Su error, obrando así, es mayúsculo y encarna, al reiterarse, la relevancia de la deslealtad. Nada impide que defienda sus postulados y su oferta programática, que explique la complejidad de la toma de decisiones cuando hay que luchar contra precedentes, poderes fácticos e intereses contrarios: es hacer política en tiempos difíciles y en ámbitos donde no solo no se regala sino que reflejan las circunstancias en medio del encono y la crispación. A algunos interesa ese escenario, del que hay que salirse, por supuesto, con silencio unas veces y otras, sobre todo, con inteligencia y tolerancia política.
Pero una cosa es defender posiciones y otra, muy distinta, es atacar a las instituciones y a los pilares de la edificación de la que se forma parte. Es lo que viene sucediendo con Podemos en los tiempos más recientes: si ya fue infeliz y penosa aquella intervención televisiva de su líder, vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias Turrión, comparando al prófugo Puigdemont con los exiliados republicanos, mucho, pero mucho más, ha sido su afirmación de la carencia de normalidad en la democracia española al referirse a que los líderes de los dos partidos que gobiernan en Catalunya, uno está en prisión y el otro, en un país extranjero.
Pareciera que Iglesias –y lo que quede de su formación política- no repara en los fracasos de anteriores convocatorias electorales. No se dan cuenta del descontento que generan algunas decisiones que levantan ampollas sociales y elevan la contrariedad de amplios sectores que se acuerdan de Ortega, con su “no es esto, no es esto”. Porque gobernar es otra cosa, empezando por la lealtad que hay que demostrar en el ejercicio cotidiano cuando se tiene la opción y la legitimidad, acentuada la responsabilidad cuando se es parte integrante de una coalición. Iglesias, con su sostenella y no enmendalla- no acepta que se la está jugando y que está dando al traste, en una situación de emergencia sanitaria, con unas opciones y unas obligaciones de envergadura. Se equivoca, sí. En otras circunstancias, sus declaraciones hoy hubieran sido motivo de cese. Porque la deslealtad, en alta política, es difícilmente admisible.
3 comentarios:
Evidentemente gobernar es otra cosa y jugar a gobernar y ser oposición no es nada bueno.
Te felicito, Salvador, lo has expresado nítidamente lo que todos estamos pensando sobre este asunto.
Al final la cabra tira al monte. Iglesias y gran parte de la Dirección de Podemos no está preparada para gobernar un país. Una cosa es representar a Tres millones y pico de ciudadanos porque no hay nada mejor en un momento determinado, montar tiendas de camping en la capital y gritar consignas, y otra es gobernar un Estado de la Unión Europea. Ellos nunca pensaron llegar a tanto y nosotros nunca pensamos llegar situación tan obscura e inestable. Pero está visto que en ésta Política cualquier individuo con ganas rodeado de individuos manejables puede llegar tan alto como ser Vicepresidente !!!
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