Se ha encendido la luz de alarma en el apartado de las audiencias de la radio. Llevamos algún tiempo leyendo informaciones sobre una progresiva reducción pero datos de estudios específicos recientes apuntan que esta vez va en serio. Cierto que, en el pasado, cuando hubo de enfrentarse a problemas estructurales serios, principalmente los derivados de la irrupción de alternativas, el medio fue capaz de superarlos, incluso desde el plano tecnológico. La innovación del podcast (una emisión de radio o televisión que un usuario puede descargar desde internet mediante una suscripción previa tanto en una computadora como en un reproductor portátil) es un buen ejemplo de ello, aún en fase de extensión y perfeccionamiento.
Parece que han llegado las primeras flaquezas. Al menos, en ciertos segmentos de edad. En tan solo diez años, en efecto, la radio ha perdido un 20 % de oyentes de la denominada ‘generación Z’ que integra a los nacidos en finales de los años noventa y principios de los 2000. Es casi el doble de los que han abandonado la televisión. Se advierte que el tiempo de escucha (un indicador indispensable para medir la fidelidad al medio) se comporta también a la baja: entre quienes son seguidores habituales o empedernidos, apenas llega a los cincuenta minutos, la mitad que hace unos años. Para el futuro del medio, especialmente para las cadenas o empresas privadas de radio cuyos ingresos dependen de lucir cuotas de audiencia en el mercado publicitario, estamos ante datos preocupantes
El profesor asociado de Empresa, Programación de radio y estructura del sistema audiovisual, director regional de las emisoras de Atresmedia Radio Catalunya, Francesc Robert-Agell, ha publicado un trabajo en el que escribe que el producto de las empresas de radio (información y entretenimiento) es un bien de experiencia con atributos que son evaluados por el consumidor después de la “compra” y el uso. Solo entonces se puede generar hábito.
Señala que “la digitalización del consumo de contenidos de niños y adolescentes ha truncado la manera en la que se producía el primer contacto con la radio. Por ejemplo, ¿quién decide ahora qué se oye en el coche (suponiendo que toda la familia escuche lo mismo durante el viaje)? Compartir un dial de radio o recomendarse canciones o programas entre amigos son costumbres que han sido sustituidas por el consumo digital individual inmediato”. La conclusión es que “sin hábito, no hay escucha”.
Como en otros episodios críticos, es la propia radio la que debe frenar la huida. Existe una opinión muy extendida entre los entrevistados para el trabajo de Robert-Agell de que la música, sin dejar de estar presente, no va a ser el contenido principal de atracción de la oferta sonora para los jóvenes, puesto que plataformas digitales como Youtube o Spotify suplen este papel. Entonces, el contacto vendrá dado por la creación de contenidos que creen comunidad y esto lo logra la radio hablada dirigida específicamente a esta generación. Existe, igualmente, la convicción también expresada mayoritariamente de que aún se está a tiempo de hacer viable el contacto de los más jóvenes con los productos sonoros de las empresas de radio. “Pero no parece que pueda ser una iniciativa de carácter individual sino a la que debe hacer frente el conjunto del sector”, concluye el profesor catalán. La luz de alarma está encendida.
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