En cierta medida, han
sorprendido a lo largo del agitado mes de agosto las escenas –algunas de ella,
espeluznantes- de violentos
enfrentamientos entre elementos de extrema derecha y la policía que se han
registrado en varias ciudades del Reino Unido. El fascismo, desatado, dijimos
en una conversación. No estamos acostumbrados a que eso suceda en Gran Bretaña
y menos, que ello sea consecuencia de la difusión de información falsa que
fomenta el racismo, la misoginia y la violencia. Es la primera gran prueba a la
que se enfrenta el primer ministro laborista, Keir Starmer, quien ha
reaccionando adoptando claras medidas de choque que tratan de paliar disturbios
sociales e incidentes que, se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo van a acabar.
Allí, como es lógico, tienen el temor de que el fenómeno se extienda y luego
resulte más difícil de atajar y mitigar.
Los enfrentamientos
comenzaron en Southport, una localidad balneario al noroeste de Inglaterra,
donde un grupo que decía “protestar”, por la muerte de tres niñas apuñaladas en
la zona el 29 de julio, lanzó ataques sobre una mezquita. Los manifestantes afirmaban
que el ataque a las niñas había sido perpetrado por un inmigrante (lo cual era
falso). Más de cincuenta policías resultaron heridos durante la respuesta de
emergencia.
Posteriormente, los hechos
han propiciado un debate en redes sociales que está dando que hablar. Un
experto, Richard Fern, de la Swansea University, se posiciona en el digital
The Conversation, diciendo que “la cruel verdad es que, si intentamos
verificar la información y obligar a las plataformas a eliminar los contenidos
que incitan al odio, vamos por mal camino. No funcionará. Un mensaje eliminado
será inmediatamente sustituido por otro”.
Y es que, como ha quedado
demostrado, quienes difunden desinformación en internet siempre van un paso por
delante de quienes intentan detenerlos. Lo que les importa no es el mensaje,
sino la audiencia. El odio es un cebo para los clics. Y los algoritmos de las
redes sociales lo potencian con esteroides. Efectivamente, Fern señala que no es la veracidad del mensaje lo
que cuenta, ya que los propagadores de información engañosa están dispuestos a
afirmar cualquier cosa con tal de que genere clics, ingresos o poder. Publican
llamamientos a “construir un muro” y “a detener los barcos”. Afirman que “estas niñas fueron
asesinadas en nombre del islam”. La exactitud de los hechos no es importante:
lo principal es identificar un público objetivo sobre el que ejercer influencia
y poder a través de las redes. Si se suprime lo que dicen, encontrarán
fácilmente otra forma de hacerlo llegar al público al que quieren llegar. Y
mientras tanto, denunciarán que el establishment les
censura. Richard Fern es tajante cuando señala que “apelan a la emoción más que
a la racionalidad y, aunque sus mensajes resulten ridículos y dudosos para
muchos de nosotros, se ganan un público para su causa. Así que es en este
público –más que en el mensaje– en lo que tenemos que centrarnos”.
Aunque luego no es muy
optimista. Escribe que el fact-checking (comprobación o
verificación de hechos, en español) no es inútil, pero no resuelve el
problema central. “Lo que hace falta es identificar los canales de
comunicación, los caminos compartimentados que conducen de los emisores a las
comunidades a las que se dirigen, y ocuparlos. Un buen comienzo sería atemperar
los torrentes de odio que incitan a cometer actos violentos, creando otras
fuentes que emitan otros mensajes de mejor calidad. Incluso podríamos bloquear
ciertas redes responsables de estos contenidos”, sugiere.
Es mejor que jugar al gato y
al ratón con las noticias falsas. Una vez identificados los canales de
información, podemos actuar sobre los algoritmos que los crean y sobre las
audiencias a las que van dirigidos. Podremos hablar directamente a los destinatarios
de la desinformación y el discurso del odio. Podemos movilizar nuestra energía
para producir puntos de vista diferentes, nuevos símbolos y nuevos mitos
fundacionales, y mitigar los efectos del algoritmo. La aludida comprobación o
verificación de hechos ya sólo convence a los conversos.
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