miércoles, 7 de agosto de 2024

SIETE AÑOS SIN ROBERTO HERNÁNDEZ ILLADA

 

Se cumplen siete años del fallecimiento de Roberto Hernández Illada, un irrepetible dirigente deportivo del Puerto de la Cruz, cuyo nombre debería ser honrado con una instalación, por ejemplo, el nuevo Centro Insular de Deportes Acuáticos, cuyas obras están prácticamente finalizadas, pendientes de la señalización de una fecha para darlas por concluidas oficialmente y quedar abiertas a la utilización de deportistas y público.

 

Roberto, el último romántico –como le tratamos reiteradamente durante su intensa actividad deportiva-, dedicó al Club Natación Martiánez un quehacer indesmayable. Podría hacer frío y viento en aquella antigua piscina deportiva municipal, que él siempre estaría localizable en aquellas modestas instalaciones donde seguían materializándose las ilusiones de muchos niños y jóvenes de la ciudad y del norte tinerfeño que aprendían a nadar y luego competían desafiando imponderables.

 

Roberto había rescatado, además, el espíritu de aquel club y de aquellos deportistas que llevaron el nombre de Martiánez en los inolvidables años sesenta del pasado siglo a los ámbitos deportivos convencionales, cuando trataba de ganar un espacio junto al fútbol regional, el baloncesto y la lucha canaria. Los portuenses, que llegaron a contar con un campeón de España, como Fermín Rodríguez, fueron tenaces, conscientes de lo costoso que iban a resultar la disciplinas minoritarias y jamás se rindieron. La prueba es que muchos años después, superada la etapa de las piscinas de San Telmo (o de Gilbert, que así también eran reconocidas), resurgieron aquellos entusiastas afanes en las instalaciones del paseo Luis Lavaggi, frente al cementerio católico de San Carlos.

 

Ahí estaba, con su modestia de siempre, Roberto Herrnández Illada,  al que habían arrojado a la piscina para celebrar un ascenso o una permanencia, cuando los equipos peninsulares desfilaban para sufrir amargos reveses y, de paso, quejándose del frío ambiental (en invierno) y de la temperatura del agua. La naturaleza era aliada  de la garra del Martiánez, alentado por las expresiones de ánimo del ‘eterno’ Roberto.

 

Muchos años antes, había sido un baluarte decisivo en el ascenso a Primera categoría del Club Deportivo Puerto Cruz, tras los célebres encuentros frente al Juventud Silense y el Estrella lagunero. Roberto  se levantaba de madrugada para regar y acondicionar la vieja cazuela. Allí guió los primeros pasos futbolísticos de generaciones de jóvenes portuenses, a los que inculcaba valores de formación (que no fumaran, era su obsesión). Creó y puso en marcha el siempre recordado Juvenil Once Piratas, destacada representación en las categorías insulares y nutriente, durante décadas, de los equipos portuenses y del valle de La Orotava.

 

Siempre pendiente de los jóvenes, animado por el más amateur de los espíritus deportivos, aún tuvo tiempo de extender su ejemplo cuando se hizo cargo del Atlético Puerto Cruz, un conjunto en el que tenían cabida aquellos jugadores que no habían triunfado o no tenían continuidad en los de categoría superior.

 

Después, con las reestructuraciones de los estratos balompédicos y un par de descensos,  más el impulso cobrado por el Tenerife compitiendo ya en las máximas escalas, el fútbol regional entró en una decadencia de la que no se repone.

 

Seguro que le hacen falta dirigentes como Roberto Hernández Illada a quien recordamos en este séptimo aniversario de su fallecimiento con la esperanza de que su nombre se vea perpetuado en la flamante instalación a punto de estrenarse tras una ambiciosa remodelación. En ella desarrolló buena parte de su dedicación y de su trabajo desinteresado.

 

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