lunes, 5 de agosto de 2024

UNA CENSURA MÁS

 

El título de uno de los numerosos libros de Juan Cruz Ruiz, Egos revueltos, parece apropiado para tratar de entender la crisis del Puerto de la Cruz, con la presentación de una moci`´ón de censura a su alcalde, la tercera en veintinueve años de los cuarenta y cinco que ya dura la democracia municipal, siempre contra alcaldes socialistas y siempre con Coalición Canaria (CC) con el dedo en el gatillo de una figura legítima (la censura) tras las tramas correspondientes, en las que también aparece el Partido Popular (PP), y a una de las cuales se suma ahora la Asamblea Ciudadana Portuense (ACP), hasta hace nada denostada públicamente (bolivarianos, comunistas…) por quienes ahora van a ser sus socios de gobierno. Aunque eso, en la política de nuestros días, es peccata minuta. La ley es lo que importa: mayoría simple de concejales. Uno más que los ganadores, que se quedaron a catorce votos de la mayoría para gobernar en solitario y no tener que probar ahora, otra vez, el acíbar de la pérdida del poder.

De manera que no por el contenido de aquel libro, pero sí por el título, esta nueva censura portuense parece latir –al menos, en su fase preliminar que, en el contexto de la peculiar idiosincrasia portuense, suscita toda suerte de controversias- un ánimo sinónimo de anhelos, de aspiraciones, de personalismos, afanes y revanchas que desdibujan, como no podía ser de otra manera, el sustrato ideológico de la iniciativa. Son los egos de las minucias, de estas prácticas políticas de nuestros días, impulsadas por el acceso f´ácil y estable al sueldo, los egos que se revuelven en sus propias necesidades y carencias. Aunque, eso sí: en nombre de la ciudad y de los sacrosantos intereses comunes, de su buen nombre (¡faltaría más!) que hay que defender. Los egos revueltos que se llevan por delante a la coherencia y lo que haga falta. Total, van a tocar los cielos mientras los de siempre vuelven a ser penalizados, es probable que por sus propios errores.

La vida en los pueblos pequeños se va desgranando al compás de sus miserias, de sus pequeñeces, de diferencias intergeneracionales y de los odios que están de moda. Que también influyen, por supuesto. Cuando menudean los recelos políticos y no hay diálogo, la convivencia y las alianzas se tornan inalcanzables. Si ello va trufado de personalismos y ambiciones, con tal de alimentar los intereses partidistas, es fácil concluir que los desencuentros solo se resuelven hablando. En política de alianzas –una obviedad, pero hay que repetirla- las partes tienen que ceder y luego acreditar, con obras y estilo, que aquellas decisiones tenían razón de ser y los pasos se están dando.

El caso es que toda esta política revoltillada sigue alejando a la ciudadanía que quiere algo más que pan y circo. Ahorrémonos, por tanto, los colgantes.

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