Esteban Domínguez y José Ramón Peraza presentan esta noche su libro Los Realejos de ayer y de hoy. La convocatoria, a las ocho de la noche, en la casa consistorial realejera. Es el trabajo entusiasta e inquieto de "dos cronistas locales de su tiempo", como les definimos en el prólogo de la obra que a continuación se reproduce:
"La historia de los pueblos es tan densa como dispersa en algunos casos. No se han preocupado mucho por ella los propios pueblos, de modo que, pese a honrosas excepciones, ese descuido ha propiciado la pérdida de no pocas cosas y de no pocos valores. Suerte que algunas tradiciones permanecen o se mantienen gracias a testimonios, incluso orales, que van dando forma a un peculiar costumbrismo.
"Esa historia se llena de episodios, anécdotas, sucesos y personajes que enriquecen el quehacer y la evolución de las poblaciones. El tiempo y la imaginación popular tienden a deformarlos.
"Por eso, es bueno que haya personas dedicadas a plasmar las vivencias, a contar lo ocurrido, lo que vieron o lo que les han relatado puede incluso que algún protagonista.
“Son aquellas pequeñas cosas”, dice Serrat en un verso, las que, no por menor tamaño, dejaban de importar o de tener cierta enjundia. Precisamente empezaban a ser significativas o más apreciadas cuando alguna de esas personas las plasmaba: un artículo, una nota informativa, unas impresiones audiovisuales… Gracias a ello quedaba constancia y se convertía en una referencia, en una fuente quién sabe si para iniciar una investigación más rigurosa o profundizar adecuadamente. Sería injusto e incongruente, hasta un penoso desperdicio, que en plena sociedad de la información, con inimaginables posibilidades de expansión y difusión de cualquier mensaje, alguien no se preocupara o no quedara un hueco para esta otra historia hecha a base de pequeñas cosas.
"O sea, que no “las mató el tiempo y la ausencia”, por seguir con el poeta.
"En este caso, porque lo han impedido Esteban Domínguez y José Peraza, dos realejeros de pro pese a que sus rumbos laborales, profesionales y existenciales les hayan vinculado a otras localidades. Jamás se olvidaron de la suya natal, a la que ahora dedican una parte de sus esfuerzos y de sus inquietudes escribiendo la que es una interesante crónica sobre Los Realejos de ayer y de hoy.
"Domínguez y Peraza, ciertamente, se convierten en cronistas locales de su tiempo, en personas a las que movió un noble afán de querer perpetuar lo que vivieron o lo que han conocido, directa o indirectamente. Asumen ese papel de cronistas plenos de voluntarismo, entusiasmados con cada acto, con cada hecho o con cada testimonio que engrandezca a Los Realejos.
"Porque, como en cualquier otro pueblo, están la abuela centenaria, el sacristán de toda la vida, el primer dirigente vecinal, el zapatero artesanal, el cuidador de tal plaza, el relojero, el chófer que iba a la capital todos los días, el peón que creció entre plantones y edificios construidos a toda mecha, el mancebo que lo hizo entre los más variados fármacos, la maestra autodidacta que enseñó a tanta gente, el operador del antiguo cine y el guardia que lo fue y vio cómo se sucedían los cambios de alcalde y concejales.
"Figuran también los hechos que quizá algún día alteraron el sosiego y el aburrido devenir de la localidad. De las entonces cotidianas perras de vino, del costumbrismo: la procesión, el sepelio, la prueba deportiva, los campeonatos domésticos de cualquier juego, los cortes de luz, el ilustre pregonero o mantenedor, la banda de música, las verbenas, el enamoramiento costoso...
"Los autores estaban ahí, en muchos de esos escenarios, conviviendo con quienes los pisaban o eran sujetos pasivos. Fueron niños y corretearon; fueron jóvenes y se movieron entre el desenfado y la conciencia; hasta que maduraron y nunca se alejaron de ese particular núcleo existencial. Unas veces tomando notas; otras, haciendo fotografías; y otras hablando, preguntando y conversando para rescatar aquel hecho o aquella versión.
"El fruto de toda esa inquietud lo recogen en este volumen que habla del pasado y del presente realejero. Han hurgado en viejos y mohosos archivadores que se creían perdidos; han reproducido, en tipografías de computadora, manuscritos, recortes de prensa dispersos y desordenados y textos alusivos que les facilitaron otros autores. Han hecho acopio de un material importante que ahora, con este libro, será todavía más valioso. Lo han exhumado para escribir unas páginas con un amor a la tierra casi doloroso. Y que son un canto a su quietud rural, a sus personajes populares, a sus hijos ilustres, a sus tradiciones, a sus afanes y a su crecimiento.
"La historia de los pueblos es tan densa como dispersa en algunos casos. No se han preocupado mucho por ella los propios pueblos, de modo que, pese a honrosas excepciones, ese descuido ha propiciado la pérdida de no pocas cosas y de no pocos valores. Suerte que algunas tradiciones permanecen o se mantienen gracias a testimonios, incluso orales, que van dando forma a un peculiar costumbrismo.
"Esa historia se llena de episodios, anécdotas, sucesos y personajes que enriquecen el quehacer y la evolución de las poblaciones. El tiempo y la imaginación popular tienden a deformarlos.
"Por eso, es bueno que haya personas dedicadas a plasmar las vivencias, a contar lo ocurrido, lo que vieron o lo que les han relatado puede incluso que algún protagonista.
“Son aquellas pequeñas cosas”, dice Serrat en un verso, las que, no por menor tamaño, dejaban de importar o de tener cierta enjundia. Precisamente empezaban a ser significativas o más apreciadas cuando alguna de esas personas las plasmaba: un artículo, una nota informativa, unas impresiones audiovisuales… Gracias a ello quedaba constancia y se convertía en una referencia, en una fuente quién sabe si para iniciar una investigación más rigurosa o profundizar adecuadamente. Sería injusto e incongruente, hasta un penoso desperdicio, que en plena sociedad de la información, con inimaginables posibilidades de expansión y difusión de cualquier mensaje, alguien no se preocupara o no quedara un hueco para esta otra historia hecha a base de pequeñas cosas.
"O sea, que no “las mató el tiempo y la ausencia”, por seguir con el poeta.
"En este caso, porque lo han impedido Esteban Domínguez y José Peraza, dos realejeros de pro pese a que sus rumbos laborales, profesionales y existenciales les hayan vinculado a otras localidades. Jamás se olvidaron de la suya natal, a la que ahora dedican una parte de sus esfuerzos y de sus inquietudes escribiendo la que es una interesante crónica sobre Los Realejos de ayer y de hoy.
"Domínguez y Peraza, ciertamente, se convierten en cronistas locales de su tiempo, en personas a las que movió un noble afán de querer perpetuar lo que vivieron o lo que han conocido, directa o indirectamente. Asumen ese papel de cronistas plenos de voluntarismo, entusiasmados con cada acto, con cada hecho o con cada testimonio que engrandezca a Los Realejos.
"Porque, como en cualquier otro pueblo, están la abuela centenaria, el sacristán de toda la vida, el primer dirigente vecinal, el zapatero artesanal, el cuidador de tal plaza, el relojero, el chófer que iba a la capital todos los días, el peón que creció entre plantones y edificios construidos a toda mecha, el mancebo que lo hizo entre los más variados fármacos, la maestra autodidacta que enseñó a tanta gente, el operador del antiguo cine y el guardia que lo fue y vio cómo se sucedían los cambios de alcalde y concejales.
"Figuran también los hechos que quizá algún día alteraron el sosiego y el aburrido devenir de la localidad. De las entonces cotidianas perras de vino, del costumbrismo: la procesión, el sepelio, la prueba deportiva, los campeonatos domésticos de cualquier juego, los cortes de luz, el ilustre pregonero o mantenedor, la banda de música, las verbenas, el enamoramiento costoso...
"Los autores estaban ahí, en muchos de esos escenarios, conviviendo con quienes los pisaban o eran sujetos pasivos. Fueron niños y corretearon; fueron jóvenes y se movieron entre el desenfado y la conciencia; hasta que maduraron y nunca se alejaron de ese particular núcleo existencial. Unas veces tomando notas; otras, haciendo fotografías; y otras hablando, preguntando y conversando para rescatar aquel hecho o aquella versión.
"El fruto de toda esa inquietud lo recogen en este volumen que habla del pasado y del presente realejero. Han hurgado en viejos y mohosos archivadores que se creían perdidos; han reproducido, en tipografías de computadora, manuscritos, recortes de prensa dispersos y desordenados y textos alusivos que les facilitaron otros autores. Han hecho acopio de un material importante que ahora, con este libro, será todavía más valioso. Lo han exhumado para escribir unas páginas con un amor a la tierra casi doloroso. Y que son un canto a su quietud rural, a sus personajes populares, a sus hijos ilustres, a sus tradiciones, a sus afanes y a su crecimiento.
"Esteban Domínguez y José Peraza son habituales colaboradores de medios de comunicación. El primero ha aprovechado su profesión para relacionarse con gente destacada de la política, del periodismo, de las artes y de la farándula. El segundo dispone, incluso, de su propio blog que aglutina informaciones del valle, que para eso él reside en ese centro singular que es La Vera y tiene un poco de los tres municipios.
"De su mano, hemos conocido “Aquellas fiestas de San Pedro” y el sabor de las de Tigaiga, con sus “Tocadores, cantadoras y bailes de salón”. Hemos sabido de sus alcaldes, alguno calificado de leyenda. Hemos asistido a la confesión sincera de Remedios Luis: “Mis Navidades fueron de potaje de coles con gofio y una cebolla”. El perfil de “Juana, la del Puerto, [que] cambiaba caballas por papas y coles” permite conocer las dificultades de subsistencia de la época, en tanto que “Las escuelas y los maestros nacionales (1950-65) del Realejo bajo” suponen una auténtica evocación. Hemos recorrido el Jardín de Zamora y hemos imaginado “La desaparecida Cruz de la Degollada” mientras tañían las “¡Campanas del Carmen!”. Porque es inevitable recrear su Octava.
"Pero también, gracias a su aportación, es posible releer a Eduardo Westerdhal, José Siverio, Padrón Albornoz, Leopoldo Morales, Guillermo Camacho Pérez-Galdós y Rodríguez Ramírez. Hasta han rescatado los sentidos y ensoñadores versos de R. Siverio publicados en “Hespérides”, en la década de los años veinte del pasado siglo.
"De manera que esta memoria, esta crónica realejera de ayer y de hoy, atrapa y hace que nos familiaricemos con sus rincones y sus tradiciones, con su tipismo y sus personajes. Las páginas propician recorrer de nuevo “el ocho de los caminos”, sabiendo que los autores abogan por “Un solo pueblo” cuya pequeña gran historia han robustecido con esta obra, recopilación de escritos que permiten refrescar e interpretar, con llaneza y sin pretenciosidades, la dimensión pasada y presente.
"Los autores, identificados legítimamente con su sentimiento realejero, hacen en este tomo de más de trescientas páginas una atrayente y respetuosa crónica no exenta de tono crítico en algunos pasajes. En definitiva, un testimonio sensible que sirve para conocer mejor y comprender la dimensión de cosas que sobreviven al tiempo y al olvido".
"De su mano, hemos conocido “Aquellas fiestas de San Pedro” y el sabor de las de Tigaiga, con sus “Tocadores, cantadoras y bailes de salón”. Hemos sabido de sus alcaldes, alguno calificado de leyenda. Hemos asistido a la confesión sincera de Remedios Luis: “Mis Navidades fueron de potaje de coles con gofio y una cebolla”. El perfil de “Juana, la del Puerto, [que] cambiaba caballas por papas y coles” permite conocer las dificultades de subsistencia de la época, en tanto que “Las escuelas y los maestros nacionales (1950-65) del Realejo bajo” suponen una auténtica evocación. Hemos recorrido el Jardín de Zamora y hemos imaginado “La desaparecida Cruz de la Degollada” mientras tañían las “¡Campanas del Carmen!”. Porque es inevitable recrear su Octava.
"Pero también, gracias a su aportación, es posible releer a Eduardo Westerdhal, José Siverio, Padrón Albornoz, Leopoldo Morales, Guillermo Camacho Pérez-Galdós y Rodríguez Ramírez. Hasta han rescatado los sentidos y ensoñadores versos de R. Siverio publicados en “Hespérides”, en la década de los años veinte del pasado siglo.
"De manera que esta memoria, esta crónica realejera de ayer y de hoy, atrapa y hace que nos familiaricemos con sus rincones y sus tradiciones, con su tipismo y sus personajes. Las páginas propician recorrer de nuevo “el ocho de los caminos”, sabiendo que los autores abogan por “Un solo pueblo” cuya pequeña gran historia han robustecido con esta obra, recopilación de escritos que permiten refrescar e interpretar, con llaneza y sin pretenciosidades, la dimensión pasada y presente.
"Los autores, identificados legítimamente con su sentimiento realejero, hacen en este tomo de más de trescientas páginas una atrayente y respetuosa crónica no exenta de tono crítico en algunos pasajes. En definitiva, un testimonio sensible que sirve para conocer mejor y comprender la dimensión de cosas que sobreviven al tiempo y al olvido".
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