Leíamos ayer que la sequía podría dejarnos sin leche y sin cerveza. Y lógicamente se encendieron las alarmas. Debe ser muy inquietante la situación cuando los registros indican que Europa nunca ha estado tan seca como en estas últimas décadas. Que productos alimentarios básicos, como la la leche, se vean amenazados, genera temor. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Anotemos que una vaca necesita más de cien litros de agua al día para producir leche y que a lo largo de los últimos años han cerrado granjas que se ha comprobado no están en condiciones de competir con las macrogranjas a causa de los precios. La sequía en el continente hace prever a algunos expertos que acabaremos importando leche de los Estados Unidos de América y China. Algunos escarceos se han visto ya en países como Brasil y Argentina. A la sequía -ya no explicó esto el industrial José Sánchez Rodríguez, antes de fallecer- hay que añadir los problemas derivados del mercado y la guerra de precios. También los del autoconsumo y de la sostenibilidad.
El riesgo no se centra solo en la leche. Otro caso llamativo de la
ubicuidad de los impactos de la sequía lo encontramos en la cerveza. Hace poco,
el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, el hombre que inicia la
jornada diariamente con una conferencia de prensa, decretaba la paralización de
la producción de cerveza en los estados del norte, que sufren una grave sequía
afectando especialmente a la ciudad de Monterrey. Es la segunda más poblada del
país y sede de potentes industrias cerveceras. La producción de cerveza
requiere grandes cantidades de agua y en el norte de México está poniendo en
compromiso el agua para uso doméstico. Diversos estudios indican que el cambio
climático está amenazando a la industria cervecera en varios lugares del mundo.
El caso es que el cambio climático se acelera. Son las sequías más
fuertes de los últimos tiempos. Basta comprobar la reducción de las reservas
hidráulicas en nuestro país. El calentamiento de la atmósfera sigue un proceso
gradual por la emisión de gases de efecto invernadero. El profesor e
investigador del Departamento de Biogeografía y del Cambio Global del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Fernando Valladares, escribe que últimamente o llueve mucho menos
de lo normal o llueve mucho más y de forma torrencial. Las lluvias extremas se
han vuelto más frecuentes e intensas en ciertas zonas de Europa durante el
último siglo y hay evidencias de que “el cambio climático de origen humano es
responsable de ello”. Los máximos de precipitación se asocian claramente con
las anomalías térmicas y con la tendencia sostenida de calentamiento global.
“No olvidemos –añade Valladares- que el
efecto devastador de las lluvias e inundaciones de julio de 2021 en Europa se
vio amplificado por la alteración humana de las cuencas de los ríos, su
artificialización y la pérdida de vegetación y suelo natural. Un año después,
muchas de estas zonas inundadas de Europa han sufrido la sequía más intensa
desde la Edad Media”.
Advierte luego que los cimientos de Países Bajos se pudren y ello trae
causa de que los veranos secos hacen descender el nivel de las aguas
subterráneas, los postes quedan expuestos y los hongos, que necesitan oxígeno
para sobrevivir, van originado ese efecto de putrefacción. En este caso es la
escasez de agua, y no el exceso, lo que causa el desastre. La conclusión es que
los holandeses tienen que replantearse su estrategia de gestión del agua.
Quizás deban encerrar las aguas subterráneas en lugar de mantener el mar fuera.
Si no toman medidas, las casas podrían derrumbarse en una década. Sin apoyo
gubernamental para estos macrorriesgos climáticos, las empresas de seguros no
pueden asumir los gastos que, de momento, recaen en los propietarios.
El anticiclón de las Azores, junto con la zona de bajas presiones de
Islandia, determina los patrones de viento y lluvia en el Atlántico norte. El
anticiclón influye mucho en el clima de buena parte de Europa, sobre todo la
lluvia invernal en la mitad occidental del continente. Puede decirse que es
cada vez más intenso. “Y hay que decirlo con claridad”, señala el profesor
Valladares quien reconoce que no siempre es posible: “A veces porque no se
tienen las cosas claras y otras veces porque da miedo hacerlo. La conexión de
los eventos climáticos extremos como sequías, olas de calor o tormentas
extraordinarias con el cambio climático es científicamente evidente. Por ese
lado resulta fácil hablar claro”. En Canarias hemos tenido recientemente un
buen ejemplo. Una corriente de investigación, a propósito, es partidaria de no
verse condicionados “por el temor a la reacción de los ciudadanos”. Es la misma
corriente que pide, sin reservas, “trabajar por una ciudadanía informada, capaz
de apoyar a quienes hagan esas conexiones tan evidentes para la ciencia. No hay
margen para mensajes tibios y políticas climáticas flojas”.
Sobre todo cuando ya se ha vaticinado que nos podemos quedar, por la
sequía y otros factores, sin leche ni cerveza.
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