Se cumplen cuarenta años de la histórica victoria del PSOE en las elecciones legislativas de octubre de 1982, con Felipe González a la cabeza, pero con una organización sin igual que contó con un respaldo popular inaudito, el reflejo de las ansias de cambio social y político que los españoles tenían en unos momentos decisivos para completar la Transición, ahuyentar los atavismos e iniciar una nueva etapa en la que algunos hitos habrían de marcar el salto a la modernidad. “España pasa en menos de una generación de la misa y el partido único a la democracia avanzada y a la completa integración en Europa”, escribe Sergio del Molino en su obra “Un tal González” (Alfaguara).
Aquella, la del 28 de octubre, fue una noche
memorable. En todos los sentidos. Alegría incontenible de los socialistas. Y de
muchos que, no siéndolo, participaron de la ilusión que despertaba su llegada.
Eran inevitablemente emotivas y cargadas de contento las escenas de los mayores
(algunos de ellos supervivientes de la guerra incivil o de la represión
posterior) en las que pudieron sentirse partícipes de algo que ansiaban y venía
a recompensar una colección de ingratitudes y tribulaciones.
Cuarenta años han trascurrido desde entonces. Un
partido que ha experimentado el ejercicio del poder y el paso a la oposición.
El crecimiento en instituciones públicas y la pérdida o el retroceso en muchas
de ellas, para tratar de aprender y corregir errores, son los escenarios,
independientemente de los avatares que caracterizaron la larga y tortuosa
carrera política. De todo ha habido: las mieles y la travesía del desierto.
Episodios gratificantes y otros no tanto, amargos. Pese a ello, pese a las
adversidades, ha resistido y las ha superado.
Lo cierto es que aquella noche puede decirse que se
inició un notable proceso de transformación del país, afectado por el
terrorismo y por una crisis económica considerable. Había que sentar las bases
del Estado del bienestar pero también el proceso de modernización de la
economía y el de la integración en Europa.
Claro que las cosas han cambiado mucho desde
entonces. El PSOE no es el mismo de aquel 1982, los procesos de cambios y las
circunstancias históricas lo han hecho evolucionar de forma desigual. Aquel que
fuera vicepresidente de Adolfo Suárez y ministro de los gobiernos de Unión de
Centro Democráticos (UCD) que ayudó a fundar y mantener, Fernando Abril
Martorell, le espetó en cierta ocasión al vicesecretario general de los
socialistas, Alfonso Guerra: “Cuidad ese partido, que es un bien de Estado”. La
frase fue el titular de una entrevista en la desaparecida ‘Interviú’ y sirve
para condensar la importancia que para la convivencia política y democrática
entraña el actual partido gubernamental.
En efecto, teniendo en cuenta las exigencias de
nuestros días, así como las dificultades derivadas de cualquier situación y de
las sucesivas coyunturas, no solo en el plano nacional, el PSOE tiene que
esforzarse en mantener la estabilidad. El funcionamiento interno, de cuyas
bondades pudieron presumir en el pasado, es un pilar fundamental para su propia
subsistencia y para su misma credibilidad. Sería muy positivo que el cesarismo
no fuera la nota predominante y que esas diferencias y susceptibilidades públicas
de algunos dirigentes, tan solo por un exigible sentido de la madurez y de la
coherencia, las limaran en los órganos.
No son tiempos fáciles y hay que seguir sorteando
imponderables. Menos fáciles, si los comportamientos derivaran en otros males.
O si no se quiere seguir siendo un bien de Estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario