En pleno fragor del asalto al Palacio de La Moneda, Chile, septiembre de
1983, el presidente constitucional Salvador Allende, pronunció un discurso memorable
del que entresacamos una frase:
Pero es la expresión de su voluntad. De ahí el valor y el alcance de la afirmación del presidente Allende, una enseñanza que deberíamos asumir con todas las consecuencias y emplearla a sabiendas de que ha de constituir una norma de conducta, sobre todo en la sociedad de nuestros días, tan proclive a fenómenos que desvirtúan la historia, a confundir, a solapar y a sembrar el desconcierto, si nos apuran, hasta el hartazgo.
¡Quién iba a decir que en la sociedad del conocimiento, nos encontraríamos con desvíos y perversiones incontables hasta el punto de conducir a ese no creerse nada, desconfiar de todo o hartarse de los escenarios que se suceden, además, vertiginosamente!
Por eso el valor de la historia. De la historia local, esa de difícil
localización y de compleja o complicada investigación.
Escribe el prologuista: “Estanislao González, navegando río arriba, ha rescatado valiosos materiales con los que ha construido este libro, esta nave en la que nos invita a surcar el tiempo hacia atrás, hacia el pasado, para enriquecer nuestros conocimientos y nuestros sentimientos con diversas y bellas pinceladas que constituyen un significativo y atrayente mural de la historia de la comarca de Ycoden, en sus múltiples aspectos”.
Pero, ¿cómo era Ycode, como era Icod de los Vinos en aquel tiempo? El historiador Juan Núñez de la Pena hace una descripción del lugar de entonces en 1676. Dice:
“El lugar de Icod puede ser Villa, por ser tan grande, cógense en su jurisdicción de todos los frutos, de vinos de malvasía, trigo, centeno, y otras semillas, lábrase mucha seda; en este lugar no se conoce a ninguno por su propio nombre, ni legítimo apellido, sino es por alcuña, que unos a otros se ponen (...). Tiene este lugar muy buena parroquia con dos beneficiados, y muchos capellanes, buena música, que todos los de este lugar son más inclinados a ella, que otros, y los más tienen buenas voces; hay dos conventos de religiosos, uno de S. Agustín y otro de recoletos de S. Francisco, gran convento, y otro de monjas de la Concepción de la orden de S. Bernardo, cerca de este lugar está una ermita de S. Felipe Neri, de mucha devoción en toda la isla, hay en este lugar su alcalde, y dos escribanos, y mucha gente noble, como en los demás lugares”.
En 1768 el rey Carlos III crea
los cargos públicos de síndico personero, diputado del común y fiel de fechos para los lugares que contaran
con alcalde real, siendo elegidos por los propios vecinos mediante sufragio
censitario. Se forma así el primer «ayuntamiento» de Icod.
Pero repasemos también la
descripción del insigne tinerfeño José de Viera y Clavijo, a finales del siglo
XVIII:
“Dista dos leguas de mal camino de La Rambla, y nueve
de La Laguna. Es una bella población, cabeza de partido en lo eclesiástico,
plantada en una especie de valle delicioso que sube desde el mar hasta la falda
del mismo Teide, que le envía un ambiente fresco y saludable. Casi todo el
terreno está plantado de viñas y emparrados de malvasía, su principal fruto.
Cógese mucha seda, y hay algunos telares de tafetanes, pañuelos, cintas, etc.
El piso es algo desacomodado, porque gran parte del lugar está en pendiente.
Las aguas son excelentes y en abundancia. Los naturales, inclinados a la
navegación y comercio de las Indias. El lugar es rico. La iglesia parroquial, de
3 naves, es buena y está bien adornada. Sírvenla dos curas beneficiados
provisión del rey, con crecido número de clérigos. Hay un convento de recoletos
de San Francisco, otro de San Agustín, y otro de monjas de San Bernardo, todos
de bastante comunidad. Hay un hospital y diez ermitas. La feligresía es de 4468
personas, y de ellas algunas en los pagos de San Felipe, El Miradero, Buenpaso,
Pedregal, Corte de la Nao, Abrevadero, El Amparo, Fuente de la Vega y
Cerrogordo, Las Abiertas, Los Castañeros, Socas, Las Cañas. Tiene Icod en la
costa del mar una caleta llamada de San Marcos, a donde llegan algunos barcos
pequeños a cargar de vinos”.
En esas coordenadas se ha
movido el autor de esta obra que enriquece el caudal bibliográfico dedicado a
la historia del municipio. El doctor González es consciente de que la
investigación histórica implica estudiar, comprender e interpretar
acontecimientos pasados. El propósito de esta modalidad de investigación es
llegar a ideas o conclusiones sobre personas, sucesos o episodios. La
investigación histórica implica más que simplemente compilar y presentar
información objetiva; también requiere la interpretación de la información.
Algunos especialistas sostienen que “típicamente,
las historias se enfocan en individuos particulares, problemas sociales y
vínculos entre lo viejo y lo nuevo”.
Por eso, pone énfasis en su exhaustiva
investigación en la interpretación de documentos, diarios y similares. Sabemos
que los datos históricos se clasifican en fuentes primarias o secundarias. Las
fuentes primarias incluyen información de primera mano, como publicaciones de
testigos visuales y documentos originales. Las fuentes secundarias incluyen
información de segunda mano, como una descripción de un evento realizada por
alguien que no sea un testigo ocular, o la explicación de un autor de un libro
de texto de un evento o teoría. Las fuentes primarias pueden ser más difíciles
de encontrar, pero generalmente son más precisas y preferidas por los
investigadores históricos. Un problema importante con esta modalidad es la
dependencia excesiva de fuentes secundarias. Pero eso, dejemos que sea el
doctor González quien lo explique si lo estima conveniente.
Lo bueno de la búsqueda y el rescate, y de
los frutos publicados, es que pareciera que estamos ante una historia
inagotable, la que deja abiertas tantas ventanas, para seguir indagando, para
encontrar nuevas aristas, para continuar explorando y descubriendo hechos y
matices. En definitiva, para seguir interpretando. Si esa historia es inagotable,
Estanislao González también es incansable a la hora de procesarla y
desmenuzarla, de modo que hace bueno el pensamiento del poeta escocés, Robert
Burns, quien señaló: “La historia es cuestión de supervivencia. Si no
tuviéramos pasado -añadió-, estaríamos desprovistos de la impresión que define
a nuestro ser”.
Entonces, la prosa limpia y precisa de la que habla el
profesor Izquierdo en su prólogo, se va desgranando en las seiscientas páginas
de este volumen para que apreciemos los valores costumbristas, folklóricos y
etnográficos y para recrearnos en los aspectos musicales (danzas, coplas,
romerías…) o plásticos, como retablos y pinturas, sin olvidar materias más
festivas o populares como las tablas de San Andrés, las hogueras de San Juan o
los hachitos, una celebración que se remonta a la época aborigen. Los guanches
usaban los hachos o antorchas, confeccionados con madera de tea, para
alumbrarse por la noche. Los antiguos pobladores de las islas las encendían
para festejar el solsticio de verano. Desde La Vega hasta El Amparo, al compás
de tajarastes, al viento ramas, flores y cintas, siempre hay un desfile animado
y bullanguero.
Es una de las señas de identidad de Ycode, la que el autor,
un hombre del pueblo (recuerden la frase de Allende), describe con mimo y con
rigor, enamorado de su historia y de sus costumbres, desglosando, en fin,
contenidos artísticos, religiosos y sociales hasta reactivar la afirmación de
Azorín:
“No hay pueblo español, chico o grande, que no encierre una
enseñanza”.
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