lunes, 10 de abril de 2023

Acorralado, pero no liquidado

 

Es un lugar común, desde hace meses y si apuran, desde hace años, la crisis del periodismo. En efecto, asomarse a cualquier página o comunidad sobre periodismo significa encontrar un punto entre dramático y apocalíptico que puede ahogar a cualquiera y que, en todo caso, pone a prueba la vocación, las ganas y la ilusión de los que quieran adentrarse en un oficio, el del periodismo, que, pese a todo, nos sigue pareciendo uno de los mejores modos de pasar por la vida.

A la tormenta perfecta que azota la tradicional industrial de la prensa –entre otras cosas porque no termina de adaptarse al hábitat dominado por las redes sociales, hasta el punto de que encuestas específicas están indicando que cada vez hay más consumidores de la información que se enteran de las noticias o se informan a través de las redes- se ha unido lo que un bloguero llama un ‘tridente cenizo’ compuesto por  esa conjunción más o menos planetaria y lamentable formada por la explosión de las noticias falsas o la desinformación, el fraude de la publicidad y la proliferación de los bloqueadores de anuncios que amenazan con destrozar los modelos de negocio que empiezan a desarrollarse en el entorno digital del periodismo.

El escenario que se viene consolidando no es exagerado, de modo que la credibilidad del oficio está en entredicho. Y en nada ayuda este paisaje apocalíptico donde terminamos por llamar posverdad a lo que no son más que patrañas o embustes (la desvergüenza de algunos diarios y canales de emisión es abrumadora) y donde, por desgracia, muchos han hecho del cinismo su bandera y han entendido que lo de menos es que las noticias que se publiquen sean verdaderas o falsas y que lo único que importa es que alguien pique y pinche en sus páginas y se trague, sea como sea, la publicidad programática que se ajusta a su perfil.

El problema es que no se atisban soluciones mágicas para arreglar el desaguisado,  pero sí que podemos compartir todos un par de convicciones.

La primera es que la única manera de curarse de la intoxicación de basura disfrazada de información que sufrimos es apostando por la honestidad y la credibilidad frente al pseudoperiodismo manifiestamente mejorable que nos rodea. Y la segunda es que esa responsabilidad nos corresponde a todos: a quienes nos dedicamos a este oficio y a los ciudadanos que reclaman una prensa libre, honesta y rigurosa y luego hacen bien poco por defenderla.

Sí, la situación es penosa en muchos aspectos y tenemos más problemas que antes, pero también tenemos más oportunidades que antes, así que mejor dejarse las guadañas en el cajón y dedicarse a aprovecharlas.

Suele afirmarse que toda crisis tiene una oportunidad dentro. Y ésta del periodismo, también. Y está en manos de los periodistas la posibilidad de seguir quejándonos como plañideras perpetuas por todo lo malo que nos está pasando o moverse para cambiar las cosas.

Muchos han dejado de lamerse las heridas y están demostrando con valentía que el periodismo puede estar acorralado pero no liquidado. Y con su ejemplo le están dando una buena lección a la legión de cenizos y simplones que hablan de los periodistas como si fueran zombies sin oficio ni beneficio y de los medios de comunicación como una caterva de sinvergüenzas que se venden por un par de faldones de publicidad.

 Que cunda ese ejemplo y el periodismo seguirá igual o más vivo que nunca por muchas noticias falsas que haya.

1 comentario:

zoilolobo dijo...

¡Cuanta razón rezuma tu artículo de hoy!
No es fácil recuperar el terreno perdido, pero habrán de intentarlo los verdaderos profesionales de la información ajustándose lo más posible a la verdad que nos rodea; aunque bies es cierto que hasta las verdades pueden "fabricarse" eficazmente para algunos interesados en inclinar el periodismo a su favor y en beneficio propio.
Zoilo López