Es un lugar común,
desde hace meses y si apuran, desde hace años, la crisis del periodismo. En
efecto, asomarse a cualquier página o comunidad sobre periodismo significa
encontrar un punto entre dramático y apocalíptico que
puede ahogar a cualquiera y que, en todo caso, pone a prueba la vocación, las
ganas y la ilusión de los que quieran adentrarse en un oficio, el del
periodismo, que, pese a todo, nos sigue pareciendo uno de los mejores modos de
pasar por la vida.
A la tormenta perfecta que azota la tradicional industrial de la prensa
–entre otras cosas porque no termina de adaptarse al hábitat dominado por las
redes sociales, hasta el punto de que encuestas específicas están indicando que
cada vez hay más consumidores de la información que se enteran de las noticias
o se informan a través de las redes- se ha unido lo
que un bloguero llama un ‘tridente cenizo’ compuesto
por esa conjunción más o menos
planetaria y lamentable formada por la explosión de las noticias falsas o la
desinformación, el fraude de la publicidad y la proliferación de los
bloqueadores de anuncios que amenazan con destrozar los modelos de negocio que
empiezan a desarrollarse en el entorno digital del periodismo.
El escenario que se viene consolidando no es
exagerado, de modo que la credibilidad del oficio está en entredicho. Y en nada
ayuda este paisaje apocalíptico donde terminamos por llamar posverdad a lo que
no son más que patrañas o embustes (la desvergüenza de algunos diarios y
canales de emisión es abrumadora) y donde, por desgracia, muchos han hecho
del cinismo su bandera y han entendido que lo de menos es que las noticias que
se publiquen sean verdaderas o falsas y que lo único que importa es que alguien
pique y pinche en sus páginas y se trague, sea como sea, la publicidad
programática que se ajusta a su perfil.
El problema es que no se atisban soluciones mágicas para arreglar el desaguisado,
pero sí que podemos compartir todos un par de convicciones.
La primera es que la única manera de curarse
de la intoxicación de basura disfrazada de información que sufrimos es apostando
por la honestidad y la credibilidad frente al pseudoperiodismo manifiestamente
mejorable que nos rodea. Y la segunda es que esa
responsabilidad nos corresponde a todos: a quienes nos dedicamos a este oficio
y a los ciudadanos que reclaman una prensa libre, honesta y rigurosa y luego
hacen bien poco por defenderla.
Sí, la situación es penosa en muchos aspectos
y tenemos más problemas que antes, pero también tenemos más oportunidades
que antes, así que mejor dejarse las guadañas en el cajón y
dedicarse a aprovecharlas.
Suele afirmarse que toda crisis tiene una
oportunidad dentro. Y ésta del periodismo, también. Y está en manos de los
periodistas la posibilidad de seguir quejándonos como
plañideras perpetuas por todo lo malo que nos está pasando o moverse para
cambiar las cosas.
Muchos han dejado de lamerse las heridas y
están demostrando con valentía que el periodismo puede estar acorralado pero no
liquidado. Y con su ejemplo le están dando una buena lección a la legión de
cenizos y simplones que hablan de los periodistas como si fueran zombies
sin oficio ni beneficio y de los medios de comunicación como
una caterva de sinvergüenzas que se venden por un par de faldones de
publicidad.
Que
cunda ese ejemplo y el periodismo seguirá igual o más vivo que nunca por muchas
noticias falsas que haya.
1 comentario:
¡Cuanta razón rezuma tu artículo de hoy!
No es fácil recuperar el terreno perdido, pero habrán de intentarlo los verdaderos profesionales de la información ajustándose lo más posible a la verdad que nos rodea; aunque bies es cierto que hasta las verdades pueden "fabricarse" eficazmente para algunos interesados en inclinar el periodismo a su favor y en beneficio propio.
Zoilo López
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