sábado, 1 de abril de 2023

BARBUZANO, GENIO, DESTREZA Y VALOR

 

Cuando Juan Barbuzano Martín llegó al Puerto de la Cruz, de la mano de Manuel López Hernández, un practicante de Las Palmas de Gran Canaria afincado en la ciudad, donde se hizo muy popular, ya venía precedido de un aura labrada en los terreros donde exhibía su singular estilismo y su poderío luchístico sobre los que forjó hazañas individuales, casi siempre centradas en el derribo de un buen número de adversarios o en inolvidables y decisivas agarradas con rivales de máxima exigencia.

Años 70 del pasado siglo. Entradas agotadas en el desaparecido parque San Francisco a donde acudía gente de todas las latitudes, venidas incluso de su isla natal, El Hierro, que hacían cola desde horas antes para poder verle luchar. Con qué alegría abonaban su premio/aportación cuando vencía y daba la vuelta al recinto.

“¡Ay, Barbuzano, nunca te gano!”, verso inmortalizado en el Himno a la Lucha Canaria que cantaran Los Sabandeños.

El luchador, que era un atleta, técnicamente superdotado, fue labrando una leyenda, desde Isora, en La Palma, en La Victoria, en el Puerto, en la plaza de toros capitalina, frente a Santiago Ojeda, el Pollo Mague, Mario Tomás Babache y otros puntales de la época.

El mismo himno consagra las cualidades que distinguieron a Barbuzano:

“La lucha canaria es/ mano al calzón y a la espalda/ genio, destreza y valor / y limpieza en la mirada”.

Nos parece estar siguiendo la secuencia con exactitud cronométrica en los movimientos.

Su paisano, Eligio Hernández Gutiérrez, que lo estudió a fondo desde sus tiempos juveniles, se entusiasmaba cuando había de relatar una de sus hazañas. Ahora acaba de escribir una emotiva elegía en la que condensa a los valores del inolvidable luchador:

Juan Barbuzano ha encarnado como nadie las virtudes y los valores de nobleza e hidalguía ancestrales de la lucha canaria y del pueblo canario. La hidalguía (sinónimo de caballero noble y generoso) y la nobleza del deportista autóctono canario es mucho más profunda y de mayor grandeza que la del caballero medieval o que el de la nobleza aristocrática. Nuestro linaje es el del humilde campesino, que para ser un verdadero caballero, como dijo Cervantes en boca del hidalgo Quijote, tiene que seguir el camino de la virtud, el de la más importante, que es la nobleza, de la que Juan Barbuzano ha sido un arquetipo inigualable, como caballero en el terrero, que nunca tuvo ni un gesto hostil contra el adversario vencido, al que levantaba del suelo con un abrazo fraternal, que se premiaba con aplausos multitudinarios”.

No exagera Hernández cuando asegura en su texto que Barbuzano “elevó la lucha canaria a la categoría de arte y ciencia”. Y para eso rescata la dimensión poética de Pedro García Cabrera al ponderar a un luchador imaginario de La Victoria, donde Barbuzano proporcionó tardes de gloria deportiva:

 “Él le imprimía a la lucha

bríos de cumbres y mares y trabajaba la brega,

desde el comienzo al remate,

como un hijo que se gesta

en el vientre de una madre.

Nunca se vio luchador

de tan viriles quilates

caer vencido en la arena

con tanto temple y coraje”.

Pero Barbuzano proyectó sus cualidades en otras especialidades luchísticas, la grecorromana y el sambo. En la primera fue campeón de España y en sambo, se proclamó campeón de Europa y subcampeón del mundo, en Teherán. Con esas conquistas, accedió a la Medalla nacional de plata al Mérito Deportivo. En las últimas veces que nos cruzamos, mencionaba que conservaba encuadernada la publicación de un comentario nuestro, encargado por Alfonso García Ramos, a raíz de su logro en Teherán, aparecido en La Tarde, titulado: “¡Bravo, Juan!”.

Barbuzano es leyenda de pleno derecho. Las frases finales de la elegía de Eligio Hernández lo corroboran:

“La lucha canaria y la memoria de los luchadores como tú, no morirán nunca, porque está en los veneros del pueblo canario, mientras el Teide ondee en el Atlántico y se canten las folías, como dijo el poeta Manuel Verdugo”.

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