sábado, 8 de enero de 2011

LUGARES DE PERRAS DE VINO

La eclosión turística, ya en los años 70 del pasado siglo, acabó en el Puerto de la Cruz con la costumbre de muchos de sus habitantes de echarse las perras de vino en lugares del propio municipio. Los propietarios o arrendatarios de pequeños y modestos establecimientos que se dedicaban a esta actividad fueron cerrando las puertas. El caso es que los turistas sí venían buscando tascas y lugares típicos. En cambio, los portuenses fueron abriendo otros horizontes, preferían ventas y bochinches especialmente de la ruta norte.

Puestos a evocar los lugares donde se despachaba vino o donde había unas pocas especialidades para comer, habría que citar el bar de Isidoro Torres, en la calle Doctor Ingram, donde servía lapas, burgados y pulpos. Los primeros peninsulares encontraron un buen refugio en casa de Liberia Baute, en la calle Cruz Verde. Muy cerca estaba el popularmente conocido bar “Basura”, regentado por Casimiro Rodríguez Delgado.

Por lo general, eran locales pequeños, con barra y mostrador y una elemental ornamentación. Alguna acuarela, algún objeto típico o antiguo y almanaques que debían servir de un año para otro pues a menudo ni eran cambiados.

En la calle Santo Domingo, en el antiguo garaje de Francisco Machado, estaba Baute. Dicen que despachaba “chiclana”, con raciones de bogas y chicharros. En la misma calle, un bodegón se hizo muy popular entre los que gustaba “merendar”: “El Presidio”, dirigido por Juan Palmero. Con los años se convirtió en un restaurante de estimable nivel. Siguiendo el trayecto, en la Punta del viento, estaban “Los jesuitas” y en llegando a la Punta de la carretera, abría sus puertas “Casablanca”.

“La Gorda”, con dos accesos calle La Hoya y plaza de los Reyes Católicos, se convirtió en uno de los lugares más frecuentados, dicen que por la calidad de los caldos procedentes de cosechas privadas de la zona de Acentejo.

María Yanes, popularmente conocida como María “Campolimpio”, tenía una pequeña venta al principio de la calle Blanco, muy cerca de Las Cabezas. Sentada en una especie de trono, desde allí dirigía y observaba las operaciones de despacho de vino, chochos y manises.

Germán Molina Padrón tuvo un pequeño negocio -la fama de los tollos elaborados por su esposa Candelaria es imborrable- en la calle Lomo, esquina a Teobaldo Power.

Se convirtió en un clásico, como el de Francisco Fernández, ‘el Capitán’, enfrente de la antigua Casa Sindical. En la calle Lomo, por cierto, en un local de Lola García, Servando Pérez despachó cuartas y cuartas. Siguiendo esa ruta, en la esquina con Mazaroco, un local de nombre muy llamativo “Rompeyraja”. Otro emplazamiento de la calle Lomo, el de Vicente Torres Ortiz, popularmente conocido por ‘el Choli’.

Cercanías de El Peñón: alli estaba Mamerto Lorenzo, que se hizo localmente célebre los días de fútbol y entierro. Se hizo moneda corriente entonces echar una cuarta o una cerveza, acompañada de una tapa de chochos.

Agustín, el de El Templete, y Frasquita, popularmente ‘La abejona’, convirtieron sus locales y sus ocupaciones en medios de vida, lo mismo que sucedió con muchos de los mencionados.

Hasta que fueron envejeciendo y cediendo al desarrollismo que ya iba configurando una oferta de restauración distinta, con otras exigencias y otras preferencias entre los hábitos de los consumidores. Pero fue paradójico: los portuenses, en una era de esplendor económico, siguieron probando y encontrando sitios más allá del Botánico y de Las Arenas; los turistas que venían para disfrutar de una estancia placentera fueron hallando en hoteles y restaurantes modernistas o especializados una oferta gastronómica de altísima consideración.

1 comentario:

Salvador García Llanos dijo...

Muy bueno. Te faltó Mario que estaba donde está el Rancho Grande hoy, pero tú no habías nacido.
(Magali Acosta)