Un joven natural de Kenia que estudia en los Países Bajos ha hecho lo que otros muchos por estas fechas: reunir lo que ha ahorrado trabajando para remitirlo a los diez miembros de su familia. Según se ha sabido, una agencia de transferencias ha retenido, por distintos costes, y se supone que en el marco de la legalidad, un 20% del dinero destinado a los familiares del joven keniata.
No descubrimos nada sobre la falta de escrúpulos del capitalismo salvaje, ese que no entiende de humanidad ni de solidaridad sino de cuenta de resultados al final del mes, al final del ejercicio. Ni siquiera en tiempos como los que corren ni en circunstancias como las que concurren en el caso del estudiante de Kenya se ablanda el corazón de los que manejan el dinero a su antojo. Es crudo pero real: otra forma de explotación.
Por eso, cada vez más llaman la atención las iniciativas que desde las redes sociales y desde organizaciones que quieren alzar su voz contra las injusticias y los desequilibrios, intentan frenar este tipo de abusos: comisiones excesivas, gravámenes elevados, márgenes que merman considerablemente una cantidad ahorrada para una necesidad. El capitalismo no sabe ni quiere saber nada de razones humanitarias; que se lo digan a la banca, bien pertrechada, por mucho que las estafas se hayan disparado y por mucho que ciertas hipotecas hayan hecho quebrar al sistema, finalmente salvado por lo público. Por lo de todos, por el esfuerzo de ahorradores, inversores, pensionistas…
Tras conocerse la historia del joven keniata, se ha sabido que más de 44 mil millones de dólares se ‘perdieron’ -mejor decir se concentraron- por envíos de dinero en el último año. El Banco Mundial recomienda que el coste de estas transacciones no exceda del 5% del total pero la agencia de transferencias del caso (Western Union) se vienen desenvolviendo sin una mínima presión pública que propicie una reducción de sus tarifas, en cierto modo, escandalosas.
Nos hemos unido a una campaña que circula en la red sobre este particular. Hemos rubricado la iniciativa que servirá de poco o nada pero que debe servir para plasmar una sensibilidad, para remover los espíritus y para no resignarse ante los bárbaros ataques del capitalismo y su falta de escrúpulos.
Por ejemplo: ¿le supondrá muchas pérdidas a Western Union reducir a un 5% sus tarifas para los países más pobres? Seguro que no. Una disminución de sus inmensos beneficios, sustanciada en determinaciones como la señalada, seguro que aumentará el flujo de fondos con destino a los países en desarrollo. Así, el volumen de negocios será menor pero la contribución a la supervivencia de personas cobrará mayores y mejores caracteres.
Claro que para eso ocurra hace falta tener más humanidad y más sensibilidad.
No descubrimos nada sobre la falta de escrúpulos del capitalismo salvaje, ese que no entiende de humanidad ni de solidaridad sino de cuenta de resultados al final del mes, al final del ejercicio. Ni siquiera en tiempos como los que corren ni en circunstancias como las que concurren en el caso del estudiante de Kenya se ablanda el corazón de los que manejan el dinero a su antojo. Es crudo pero real: otra forma de explotación.
Por eso, cada vez más llaman la atención las iniciativas que desde las redes sociales y desde organizaciones que quieren alzar su voz contra las injusticias y los desequilibrios, intentan frenar este tipo de abusos: comisiones excesivas, gravámenes elevados, márgenes que merman considerablemente una cantidad ahorrada para una necesidad. El capitalismo no sabe ni quiere saber nada de razones humanitarias; que se lo digan a la banca, bien pertrechada, por mucho que las estafas se hayan disparado y por mucho que ciertas hipotecas hayan hecho quebrar al sistema, finalmente salvado por lo público. Por lo de todos, por el esfuerzo de ahorradores, inversores, pensionistas…
Tras conocerse la historia del joven keniata, se ha sabido que más de 44 mil millones de dólares se ‘perdieron’ -mejor decir se concentraron- por envíos de dinero en el último año. El Banco Mundial recomienda que el coste de estas transacciones no exceda del 5% del total pero la agencia de transferencias del caso (Western Union) se vienen desenvolviendo sin una mínima presión pública que propicie una reducción de sus tarifas, en cierto modo, escandalosas.
Nos hemos unido a una campaña que circula en la red sobre este particular. Hemos rubricado la iniciativa que servirá de poco o nada pero que debe servir para plasmar una sensibilidad, para remover los espíritus y para no resignarse ante los bárbaros ataques del capitalismo y su falta de escrúpulos.
Por ejemplo: ¿le supondrá muchas pérdidas a Western Union reducir a un 5% sus tarifas para los países más pobres? Seguro que no. Una disminución de sus inmensos beneficios, sustanciada en determinaciones como la señalada, seguro que aumentará el flujo de fondos con destino a los países en desarrollo. Así, el volumen de negocios será menor pero la contribución a la supervivencia de personas cobrará mayores y mejores caracteres.
Claro que para eso ocurra hace falta tener más humanidad y más sensibilidad.
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