Los organizadores esperan unos doscientos mil visitantes y unos ingresos superiores a los catorce millones de euros, cifras que, por sí solas, revelan la importancia de la Feria Internacional de Turismo (FITUR) cuya trigésimoprimera edición se desarrolla esta semana en Madrid, tras la inauguración de pasado mañana a cargo de la reina doña Sofía.
En un contexto de recesión económica, es el turismo el sector que parece resistir, de ahí que el escaparate de FITUR concentre el interés de responsables públicos, empresarios, profesionales y consultores que, independientemente de promociones concretas o puntuales en ese pequeño gran universo turístico, pueden auscultar -si saben aprovechar el tiempo y tocar las teclas adecuadas- las respuestas de las modalidades y las tendencias de los mercados.
A fin de cuentas, ese es el sentido, el termómetro de una feria de estas características. En ella hemos estado en tareas de cobertura mediática y como responsables de políticas turísticas municipales. Allí hemos vivido grandezas y miserias, recelos por insularismos trasnochados, discusiones por la ocupación de unos centímetros, inútiles presencias, trabajo indesmayable a pie de mostrador, reuniones empresariales cuasi secretas, fotos con codazos, satisfacción por respuestas positivas de agentes o negocios redondeados y críticas sobre situaciones anecdóticas elevadas absurdamente a categoría. En cualquier caso, en uno y otro cometido, defendimos la presencia en la feria de cualquier destino o producto turístico.
Y es que doblado el cabo de las treinta ediciones se supone que FITUR es ya una convocatoria madura y que, por tanto, tiene que servir como núcleo que irradie las potencialidades turísticas de las islas con una generosa visión de su diversificada oferta. Téngase en cuenta que estamos hablando de la presencia de unas once mil empresas de ciento sesenta y seis países, algunos de los cuales acuden por primera vez o se reincorporan después de años de ausencia.
El entorno más positivo y la recuperación que apunta el sector hacen de esta edición de FITUR una cita cuyas repercusiones deben ser medidas de forma práctica a medio y largo plazo estudiando bien las respuestas que los propios actores aporten y teniendo en cuenta que las actividades promocionales que en ella se desarrollen son gastos sensibles que en los tiempos que corren deben ser aún más valorados.
En efecto, el que los aeropuertos españoles registraran el año pasado un tráfico de más de 192 millones de pasajeros (un incremento del 2,7 por ciento con respecto a 2009); o que hasta el pasado mes de noviembre se haya batido un récord de cruceristas (6.7 millones); o que las ayudas públicas en forma de subvenciones a fondo perdido que se conocen como Incentivos Económicos Regionales hayan financiado en nuestro país el año pasado más de veinte proyectos turísticos son hechos que revelan esa recuperación en un sector fundamental en la economía productiva del país pero que debe estar atento, por cierto, a cómo se va moldeando una nueva industria turística resultante de fusiones y quiebras de empresas y grupos.
De todo esto también debe hablarse en FITUR 2011, un suponer.
En un contexto de recesión económica, es el turismo el sector que parece resistir, de ahí que el escaparate de FITUR concentre el interés de responsables públicos, empresarios, profesionales y consultores que, independientemente de promociones concretas o puntuales en ese pequeño gran universo turístico, pueden auscultar -si saben aprovechar el tiempo y tocar las teclas adecuadas- las respuestas de las modalidades y las tendencias de los mercados.
A fin de cuentas, ese es el sentido, el termómetro de una feria de estas características. En ella hemos estado en tareas de cobertura mediática y como responsables de políticas turísticas municipales. Allí hemos vivido grandezas y miserias, recelos por insularismos trasnochados, discusiones por la ocupación de unos centímetros, inútiles presencias, trabajo indesmayable a pie de mostrador, reuniones empresariales cuasi secretas, fotos con codazos, satisfacción por respuestas positivas de agentes o negocios redondeados y críticas sobre situaciones anecdóticas elevadas absurdamente a categoría. En cualquier caso, en uno y otro cometido, defendimos la presencia en la feria de cualquier destino o producto turístico.
Y es que doblado el cabo de las treinta ediciones se supone que FITUR es ya una convocatoria madura y que, por tanto, tiene que servir como núcleo que irradie las potencialidades turísticas de las islas con una generosa visión de su diversificada oferta. Téngase en cuenta que estamos hablando de la presencia de unas once mil empresas de ciento sesenta y seis países, algunos de los cuales acuden por primera vez o se reincorporan después de años de ausencia.
El entorno más positivo y la recuperación que apunta el sector hacen de esta edición de FITUR una cita cuyas repercusiones deben ser medidas de forma práctica a medio y largo plazo estudiando bien las respuestas que los propios actores aporten y teniendo en cuenta que las actividades promocionales que en ella se desarrollen son gastos sensibles que en los tiempos que corren deben ser aún más valorados.
En efecto, el que los aeropuertos españoles registraran el año pasado un tráfico de más de 192 millones de pasajeros (un incremento del 2,7 por ciento con respecto a 2009); o que hasta el pasado mes de noviembre se haya batido un récord de cruceristas (6.7 millones); o que las ayudas públicas en forma de subvenciones a fondo perdido que se conocen como Incentivos Económicos Regionales hayan financiado en nuestro país el año pasado más de veinte proyectos turísticos son hechos que revelan esa recuperación en un sector fundamental en la economía productiva del país pero que debe estar atento, por cierto, a cómo se va moldeando una nueva industria turística resultante de fusiones y quiebras de empresas y grupos.
De todo esto también debe hablarse en FITUR 2011, un suponer.
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