Se va alargando el tiempo, los duros meses de la emergencia sanitaria, pero solo se aprecian brotes verdes de la tan ansiada reactivación. Y ese pensamiento, depender del turismo, se va contrastando en períodos de carencia como son los que venimos padeciendo. Es como un proceso de supervivencia en el que falta o no hay una función vital como es la respiración.
Se amontonan cuestiones que merecen ser racionalizadas para su debate. Canarias registra otro período de crisis y unas cuantas voces se repiten con el mismo pensamiento: no dependamos del turismo, o no dependamos exclusivamente del turismo. Pero, ¿de qué entonces? La diversificación de la economía y unos cuantos conceptos derivados, como si fuera sencillo idear y estructurar un proceso productivo, como si hubiera fuentes de sobra para ensayar y cambiar los papeles de los agentes sociales y de los ciudadanos, tan acomodaticios ellos.
Asistimos a un hecho histórico, de muy incierto final. En sus entretelas se va descubriendo que hay motivos para tener susceptibilidades hacia el turismo. Se admite que la idea de no estar supeditados al sector turístico está asociada, en momentos así –ya más de un año de práctica parálisis- sugiere que otras actividades habrían inmunes al virus.
Pero la realidad es la que es y tantos avisos de cambio son inevitables pero su materialización es más complicada. Tanto, que muchas personas siguen creyendo que quizás mañana todo vuelva a ser como antes, como antes de aquel día de marzo que dio paso a un estado de alarma y el resto ya lo conocen. O lo han ido experimentando.
Lo cierto es que numerosos expertos, intelectuales y economistas han visto cómo aumenta la desconfianza hacia el sector turístico, con sus destinos de ensueño, sus imaginativas promociones y sus inversiones multimillonarias para goce y disfrute de tantas personas. Muchas incógnitas están aún por despejar, sencillamente porque la pesadilla continúa mientras las recetas están aún por escribir. Canarias afronta escenarios en los que muchos actores no saben con exactitud su papel. Y hay plétora de retos. Saben que hay que remontar y seguro que no les faltará empeño… pero desconocen si se puede llegar al final de una tarea que muestra aristas desconocidas, rugosas e inciertas.
Crisis anteriores de otros sectores productivos debieron ser difíciles de superar, claro que sí. Y hemos llegado hasta aquí, sorteando obstáculos y adaptándonos, asimilando con ganas y explorando territorios erizados y procelosos. Pero ¿ahora? En los años noventa, tras la unión de las dos Alemanias, se produjo una fuerte contracción del consumo. ¿Qué salvaron los alemanes de sus recortes en los gastos? Pues al turismo. Una semana en el Mediterráneo se había convertido para ellos en más importante que la renovación cada cuatro o cinco años de su coche que bien podía aguardar un tiempo adicional.
Es natural deducir, en medio de estas circunstancias, que Canarias no debería depender tanto del turismo. Solo que hay un problema: ¿qué otra actividad no supone dependencia?
Un dilema inquietante. Porque la pandemia –aún inacabada- está propiciando cambios sustanciales y el turismo es un negocio del que dependen cada vez más factores que están, por cierto, en una multiplicidad muy heterogénea que resta fuerza, por cierto, a la pretendida reactivación del negocio.
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