Está alcanzando un nivel de discordia el ámbito institucional, que ni los primeros tiempos de la democracia. Entonces, entre la falta de cultura democrática, la inexperiencia, un alto grado de intolerancia, el inmovilismo y el rencor, que también lo había, se sucedieron alguna situaciones que llegaron a complicar la convivencia y pusieron en tela de juicio valores que habrían de caracterizarla, entre ellos los de buenos modelos modales y cortesía institucional.
En las últimas fechas, hemos asistido al veto de la prologuista de un libro al acto de su presentación; a la exclusión de un consejero del Cabildo Insular en la inauguración de una estación depuradora en un término municipal y a la omisión de invitación a todo un Gobierno para que no estuviera en la toma de posesión de la presidenta de una Comunidad Autónoma.
Tres ejemplos, en distintas latitudes, de lo que no debe hacerse. Tres poco edificantes maneras de tensar la cuerda de las relaciones intercorporativas o intergubernamentales. Y tres absurdos que acentúan el rechazo hacia la política, enrarecen el ambiente y ponen al desnudo la manipulación al antojo de las instituciones. ¿Total, para qué? ¿Cuál es el valor de la acción excluyente? ¿Qué se ha ganado con ello? ¿En qué lugar quedan los promotores y ejecutores de tales determinaciones?
Pobres jefes y jefas de protocolo, quienes sufren el atragantamiento de decisiones poco congruentes, algunas tomadas <in extremis> para ser lidiadas sin margen de maniobra y explicadas con los nervios tensos como cuerdas de guitarra. Mucho temple se necesita y mucha persuasión se precisa para salir del trance sin alteraciones sensibles.
Pero el daño está causado y su reparación será complicada. No entienden quienes propulsan estas revanchas o maniobras que salen malparadas las instituciones pues la impresión que se llevan quienes se saben excluidos <por orden de> o se ven envueltos en situaciones de tensión –muchas de ellas visibles, por cierto- es, cuando menos, incómoda o desagradable.
No se gana mucho, por no decir nada, con determinaciones así. En algún caso, terminan resultando un asunto de perra chica y, si nos apuran, hasta un juego de niños. A los políticos hay que exigir altura de miras y estas han de contemplar educación, respeto y cortesía. Todo lo que no se conduzca por estos derroteros merece reprobación, sobre todo cuando quede demostrado que debajo de esas determinaciones solo late falta de educación y revancha.
Hay otros escenarios donde manifestar las discrepancias y las discordias. Porque la institucionalidad se degrada. También por hechos como los que comentamos. Las instituciones están para que las personas y los cargos públicos se comporten como mandan los cánones, para ser ejemplo de respeto, integración y tolerancia. Ya han transcurrido cuarenta años de democracia para haber aprendido, para haber entendido que obrando de esa manera, ese lugar común del <todos son iguales> se va agrandando, sin que la convivencia democrática salga muy favorecida que digamos.
Así que menos infantilismo y más cortesía.
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