Se veía venir. Ni todas las advertencias ni todas las apelaciones sirvieron de nada. Ni el parte diario de contagios y muertes. Ni los llamamientos a la desesperada de agentes sociales y del sector turístico. Ni siquiera los avisos de las autoridades británicas, remisas a a sacar la isla de su célebre semáforo. Ni las sesudas consideraciones de los científicos. Ni los progresos en la pauta de vacunación. Ni los debates ni los testimonios a cuenta de las experiencias que ha sido posible contar y de las mascarillas.
Aquí seguíamos relajados y lo siguiente. Con fiestas, diversión y melopea. Haciendo uso hasta de la rivalidad absurda para comparar. Hasta que llegó el Gobierno de Canarias y acordó, tras el análisis de los datos epidemiológicos, subir a Tenerife al nivel de alerta 3, a partir de las cero horas del sábado próximo, debido al incesante aumento de los contagios, que han crecido de forma exponencial a lo largo de los últimos seis días.
Es decir, un desastre.
Busquen culpables, échense a la cara los reproches, de poco (o de nada) servirá. Quedó escrito: somos incorregibles. Creemos que esto no va a con nosotros, hasta que se produce lo peor: el freno a la reactivación, a la recuperación de eso que, globalmente, llamamos economía y a los intentos de normalizar la convivencia y las tareas cotidianas.
El desiderátum.
Tan solo los datos dados a conocer ayer, son para asustarse. El ejecutivo autónomo detalló que Tenerife tiene una Incidencia Acumulada (IA) de 98,64 casos por 100.000 habitantes a siete días y de 170,58 a 14, cifras que casi duplican las de Canarias, con una IA a siete días de 53,72 y de 99,08 a 14. ¡Ah! ¿Pero es que aquí se asusta alguien?
A esto hay que sumar otros indicadores, como puede ser que la variante que impera en el conjunto del archipiélago es la británica, que tiene un mayor nivel de transmisión. Asimismo, aunque el foco más importante de contagios está en las personas mayores de 45 años, la IA en mayores de 65 años también es un indicador preocupante en Tenerife al situarse en 36,49, muy por encima de los 19,08 de media regional; sin embargo, la ocupación COVID en los hospitales tinerfeños, de momento, es estable y en riesgo bajo, informaba en la tarde-noche de ayer la agencia Europa Press.
Ahora llegan las quejas y los lamentos. Muy propio del desenvolvimiento y hasta de la idiosincrasia. Ya saben: un esfuerzo inútil que conduce a la melancolía. Que si yo ya lo dije, que si hace falta más mano dura, que si los policías hacen la vista gorda, que si los ayuntamientos pasan, que quién impide que hagamos una fiesta en el chalé… en fin, ajijides y quejidos en busca de la razón inalcanzada.
Quedó escrito: somos incorregibles.
¿Y ahora? Da igual: el daño ya está hecho. Remontar va a costar. Y con estos comportamientos, mucho más.
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