La calurosa tarde de ayer dejaba datos desconsoladores sobre los estragos que causa el virus en Canarias. Esto es terrible. Tenerife, en el nivel 4 de alerta sanitaria. Gran Canaria y La Palma pasan al 3. Más de novecientos contagios en el archipiélago en solo veinticuatro horas. La quinta oleada de contagios resquebraja el sistema de Atención Primaria en Canarias. ¿Para qué seguir? Esto es como un caballo desbocado que no frena siquiera el estimable ritmo de vacunación. Y ya veremos los efectos de tener que acceder a locales y establecimientos, provistos de certificaciones en el dispositivo móvil.
En fin, desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase, allá por marzo del pasado año, la pandemia por coronavirus, con sus cifras, sus curvas y sus olas –ya son cinco, caramba-, con las medidas de los poderes públicos, con la proliferación de apreciaciones científicas, con amplios sectores de población pasándose por el arco del triunfo tanto en hogares propios como en espacios públicos las recomendaciones de las autoridades, con imágenes de fosas comunes y de cadáveres pudriéndose o quemándose en las calles y ciudades, con sistemas económicos productivos en barrena, con el personal sanitario dando una lección de entereza, pericia y profesionalidad, con resoluciones judiciales y de altos tribunales verdaderamente controvertidas y con otras consecuencias como la reprobable guerra sucia de los fabricantes de las vacunas que han hecho saltar añicos no pocas estructuras y hábitos sociales, desde entonces la crisis galopa y hace impredecible su salida. Ni cómo ni cuándo.
La comunicación, así, se ha convertido en un auténtico reto. Cuando se disponga de un mayor sentido de perspectiva será posible contrastar con más claridad lo que ahora frenan las cautelas y condicionan las prisas. La profesora asociada en el Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad Carlos III, Evangelina Martich, destaca en la revista Telos (Fundación Telefónica) la tónica de “mantener a la población informada, sin alarmarla, pero sin bajar la guardia frente a los riesgos, promoviendo la implementación de cuidados a los que no estábamos acostumbrados como sociedad y que han llegado a ser fuertemente criticados por líderes y representantes políticos de diferentes regiones, alegando que se estaban restringiendo derechos y libertades fundamentales, poniendo en riesgo ni más ni menos que a la propia democracia”.
Cuando aparezcan los estudios científicos y se escriban los libros sobre este episodio de nuestra historia en el siglo o la sociedad de la comunicación, se recordará la tensión entre calma y alarma como una de sus características, además del imperativo de conseguir informar y comentar con el máximo rigor posible, con un lenguaje sencillo y accesible sobre algo complejo y en buena medida desconocido. Los escenarios, tristemente, contribuyeron a agrandar el espacio de los bulos y las falacias. Pero algunas enseñanzas habremos aprendido, tal como publica Artich en Telos: “La sencillez a la hora de informar es efectiva; mantener un cierto nivel de tensión entre la calma y la alerta es necesario; los espacios de silencio por parte de los gobiernos generan desinformación; si la desinformación avanza, perdemos todos y la salida a esta crisis debe ser global, intersectorial y solidaria”.
Lo que la pandemia nos dejó.
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