Ayer fue Cuba. Hoy Venezuela. Antes Nicaragua y también Perú. De Argentina y Chile, mejor no hablar. Brasil, ¡oh! Brasil. Haití, con todo lo que sufrido y encima, acosada por corrupción. Por distintas razones, pero se palpa la inestabilidad política. La carencia de liderazgos sólidos también contribuye a hacer bueno aquel pensamiento de hace décadas: América, ahora mismo, es un continente asentado sobre un barril de pólvora. Una ruina económica, una fractura social cada vez más difícil de soldar y una institucionalidad debilitada y decadente, casi a la deriva.
Las imágenes del intento de arresto del presidente encargado de Venezuela, que así sigue siendo reconocido por medio centenar de países, Juan Guaidó, en los garajes de su propio domicilio, junto a las del diputado Freddy Guevara, al que sí habían detenido el mismo lunes, en una autopista de la capital, tras insinuar las autoridades algún vínculo con la voluntad de desestabilizar algunos sectores de Caracas, especialmente en la zona oeste, donde se registraron graves incidentes entre policía y bandas criminales en los que murieron hasta cuatro integrantes de los cuerpos policiales, las imágenes, decíamos, son ilustrativas del ambiente de miedo y terror. Guevara había sido acusado de promover las protestas antigubernamentales de 2017, hechos por los que fue indultado en agosto del pasado año, después de que se hubiera refugiado en la embajada de Chile en la capital venezolana.
La Comisión Presidencial para los Derechos Humanos puso en conocimiento de distintos organismos internacionales la sucesión de hechos que ahora elevará a la Corte Penal Internacional (CPI). Otra entidad, no gubernamental, el Foro Penal (FP), ha informado de doscientos noventa y nueve presos políticos detenidos en el día de ayer, de los que doscientos setenta y siete son hombres y veintidós mujeres. Ciento setenta son civiles y ciento veintinueve militares.
La solución venezolana no es sencilla, por supuesto. El encono traspasa todo intento civilizado de acercamiento y de diálogo. La fractura social se palpa en medio de cortes de energía eléctrica, crecimiento de la delincuencia común, carencia de combustibles y materias primas y malestar general de la población por el déficit de los servicios públicos y de las prestaciones sociosanitarias, entre ellas, el programa de vacunación. Hablar de crisis económica y financiera –la dolarización es un hecho consumado que se acepta sin rechistar- es un rosario inacabable de penurias y tribulaciones.
Lo hemos escrito aquí sin reservas: la revolución bonita de la que alardeó Chavez, el socialismo del siglo XXI, ha sido un rotundo fracaso. Mientras, el país se ha ido quedando aislado. Sin recursos y sin proyecto de vida ni de futuro. Todo se desmorona en Venezuela, donde el conglomerado de la oposición no es capaz de renunciar a los tradicionales personalismos y las ambiciones políticas desmesuradas para unirse y ofrecer una alternativa. De pena.
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