El número 30 de Periodistas, la revista de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), dedica buena parte de su contenido a la figura del corresponsal, una especie en extinción, titulo genérico de un trabajo muy bien desglosado, con interesantísimos testimonios y puntos de vista que permiten entender perfectamente el papel de quienes han desempeñado una tarea esencial en el conjunto de la comunicación y en el desarrollo de los medios a los que han pertenecido, cuando no al de las ciudades o puntos de la geografía desde donde transmitían sus informaciones.
Ahora, en una de esas largas entrevistas (Faro de Vigo, 11 septiembre 2021), cuya lectura debe ser completa pues siempre hay algo de lo que aprender, la que fuera corresponsal de RadioTelevisión Española en varias capitales, Rosa María Calaf, con quien coincidimos en cierta ocasión en Buenos Aires, acaba de precisar algunos factores condicionantes del ejercicio y del papel del corresponsal. Preguntada si se puede seguir hablando de esta figura tal y como se conocía antes, Calaf contesta:
“En absoluto. Hace años, decía que la figura del corresponsal era una especie en extinción. Ahora, ya digo que es una especie extinta. Lo que el corresponsal necesita, el modelo mediático no lo permite. El corresponsal necesita tiempo, investigación, recursos y espacio. Eso es imposible en este periodismo de usar y tirar, donde la inmediatez está por encima de la calidad de contenido, del rigor. Si tú pones que lo importante es ser el primero, no importa lo que cuentes, que lo importante es lo que impacta, no lo que importa, ¿qué consigues? Los corresponsales que están trabajando ahora lo hacen en unas condiciones de dificultad extrema”.
Hay que diferenciar, naturalmente, entre quienes lo eran de medios o cadenas importantes, de publicaciones de ámbitos nacional o regional y los de ciudades y pueblos. El corresponsal, sobre el papel, era una persona modesta, a menudo con otras ocupaciones profesionales pero que, por vocación y desenvolvimiento, era capaz de prestar unos servicios extraordinarios para hacer llegar la información y hasta para crear hábitos entre los destinatarios de sus mensajes.
Ya hemos dejado escrito que las cosas han cambiado mucho, naturalmente, desde aquella década de los sesenta en que comenzamos a percibir la importancia de la comunicación escrita y audiovisual hasta nuestros días, en que algunas conceptuaciones, especialmente desde el punto de vista tecnológico, son muy distintas. Siempre hubo corresponsales -con el paso del tiempo, empezarían a llamarse delegados o jefes de delegación- y eso, en mayor medida, garantizaba la cobertura de acontecimientos o sucesos salvo que la dimensión de éstos aconsejara la concurrencia de un enviado especial.
Hoy en día el equivalente o el homólogo sería el freelance traducido como el periodista independiente, un profesional autónomo, trabajador por cuenta propia, es aquel que trabaja de forma independiente o se dedica a realizar trabajos de manera autónoma que le permitan desenvolverse en su profesión o en aquellas áreas que pueden ser más lucrativas y son orientadas a terceros que requieren de servicios específicos. Un autónomo es aquel (definición actualizada de Wikipedia) que invierte su tiempo de acuerdo a sus necesidades y las de sus clientes. En muchos casos, no cumplen horarios rutinarios o de oficina, tienen la autonomía de modificar su agenda de acuerdo a la carga de trabajo que posean y en la mayoría de los casos ofrecen sus servicios por medio de contratos, especificando el tiempo que trabajarán para el empleador y bajo qué condiciones.
Esto tiene ventajas e inconvenientes. Rosa María Calaf viene a concluir que el freelance es una figura precaria.
“Sí, el problema es que en España está muy mal tratado. Hay que tener en cuenta que hay muchas mujeres freelance en información internacional, probablemente más que hombres, igual que en las redacciones y en las escuelas de periodismo. Hay una precarización en ese sentido también. Está muy mal pagado en España, muy mal considerado, no puede vivir de eso, y tiene un riesgo: que acabe informando de aquello que le van a comprar y no de aquello que tiene que informar. Entonces, la selección de la información no la hace el periodista, y se ve sujeta a todos estos parámetros en un escenario en el que lo que prima es no contar realmente las cosas como hay que contarlas, sino conseguir audiencia, y eso en el mejor de los casos”.
Adiós al romanticismo que envolvía al corresponsal. En fin, la precarización conduce al mal periodismo. Calaf dixit.
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