La Organización Mundial del Turismo (OMT), por medio de su Comité Mundial de Crisis, había fijado posición a finales del pasado año. Planteó que era necesario redoblar los esfuerzos en “trabajar con las partes para actualizar y revisar las orientaciones basadas en datos empíricos para los viajes internacionales, en consonancia con el Reglamento Sanitario Internacional y las disposiciones centradas en ofrecer orientación para que se adopten enfoques efectivos, coherentes y basados en los riesgos (donde se incluye un uso certero de los diagnósticos y el acortamiento o la supresión de las cuarentenas) que tengan en cuenta los niveles de transmisión, la capacidad de respuesta en los países de origen y destino y las consideraciones específicamente vinculadas a los viajes”.
Dicho Comité solicitó, en primer lugar, “el establecimiento de indicadores de evaluación de riesgos con base empírica e internacionalmente acordados y su armonización entre los países, como es el caso del sistema de semáforos de la Unión Europea; y en segundo término, “la garantía de que los países aseguren que las medidas que afectan al tráfico internacional estén basadas en riesgos, tengan base empírica, sean coherentes y proporcionadas y se enmarquen en plazos temporales”.
Cuando los nubarrones de la emergencia sanitaria vuelven a teñirse de negro, amenazando con quebrantar el proceso de recuperación puesto en marcha en el sector, habrá que plantearse la utilidad de los propósitos consignados en declaraciones como las citadas, algunas de las cuales impregnaron recientemente la de Glasgow (Cumbre del Clima de la ONU, COP26), con el fin de prever las medidas que se deben adoptar, desde el ángulo turístico, para combatir la emergencia climática.
Tal es así que el director general de Medio Ambiente de la Comisión Europea, Patrick Child, se ha mostrado partidario de “un cambio cultural en el sector”. Estima que “hay que ir más allá de la mentalidad de crecimiento tradicional para tener un ecosistema turístico más responsable, sostenible y climáticamente neutral”.
Child es partidario de un imprescindible incremento de la oferta de productos y servicios turísticos sostenibles. Entiende que es necesario contar con “métricas compartidas robustas” para poder establecer la sostenibilidad de estos productos. En este sentido, mencionó las certificaciones europeas para medir la sostenibilidad de las empresas. Con un ejemplo: la etiqueta ecológica Ecolabel, a conceder a alojamientos turísticos implementada por la Comisión Europa, para aquellos establecimientos que cumplen con los criterios que los hacen sostenibles desde el punto de vista medioambiental.
El director general Child destacó que “en la UE estamos liderando el proceso, el sector turístico ya está en la senda del cambio y además es de los primeros que está llevando a cabo esta transición", quien señaló que esta delantera que lleva el sector turístico del viejo continente “va a propiciar que Europa se posicione como un destino de calidad que será conocido globalmente por sus sostenibilidad. Consecuencia de ello es que algunos destinos atraigan a un mayor número de viajeros concienciados.
Claro que hay que dejar atrás los negros nubarrones. Y cómo hacerlo, no será fácil. Es indispensable coordinar esfuerzos. Ya se está viendo que algunos gobiernos europeos, como el de Alemania, luchan contra la incomprensión de los negacionistas. Las primeras medidas acarrean impopularidad. Austria, por ejemplo. Las restricciones elevarán su nivel y eso no gustará a los sectores afectados. Confusión, desconcierto, desinformación en aeropuertos. Se recrudecen los problemas sanitarios y asistenciales. En nuestro país, es probable que los jueces vuelvan a tener la última palabra. Es decir, se reanudará o se prolongará la controversia. Pareciera que, en medio de la irresponsabilidad y la negligencia, no hemos aprendido nada.
Es una papeleta, desde luego. A la espera de alcanzar soluciones de choque estables, eficaces y duraderas, el frenazo puede ser impactante. A la recuperación y a la implantación de otras alternativas.
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