A la espera de lo que se decida en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, la conclusión a la que se llega es que el abstencionismo se eleva y se eleva de manera preocupante. Llámese castigo, cansancio, desencanto… como se prefiera, lo cierto es que esta deserción ante las urnas, en medio de las circunstancias que predominan en Europa, es uno de los hechos que tiñen de incertidumbre el panorama social y político en el primer cuarto de siglo. ¿Peligra la democracia?
Los partidos políticos, principalmente los derrotados, aquéllos que no pasaron a la próxima y definitiva cita electoral, tendrán que reflexionar y replantearse muchas cosas. Cierto que factores como el terreno abonado que encuentran los populismos, el afán de castigo, la ausencia de ganchos programáticos, la extensión de la corrupción, el rechazo hacia la política en general o la carencia de liderazgos inciden en el comportamiento de la ciudadanía. Pueden ser tantas las razones de este hastío, que inquieta esa inhibición, ese desentendimiento y esa falta de compromiso ante un deber cívico.
Los ciudadanos, el cuerpo social, han de comprender que este es un problema de todos, que a todos concierne. La democracia se mantiene viva gracias al trabajo de todos, a la participación y a la dinámica que se imprima con aportaciones sustantivas y renovables. Por eso, quienes han sufrido un varapalo como los partidos tradicionales., conservadores y socialistas, en la primera ronda de los comicios presidenciales en Francia han de asimilar que no basta con el conformista principio de que, una vez alcanzado el fondo del pozo, solo cabe ir mejorando.
Los errores son, este caso, lecciones. Tendrán que ensayar nueva fórmulas para intentar reconstruir y volver a captar preferencias e identificaciones, a sabiendas de que el tiempo sigue pasando, que los fieles que rompen una vez la fidelidad de su voto luego les es muy costoso cambiar, que la vida interna de las organizaciones políticas ha de encontrar incentivos de participación, empezando por enriquecer la formación de los militantes o afiliados y no solo pensando en el perfeccionamiento de la fórmula de elecciones orgánicas.
“Un partido que es capaz de hacer autocrítica muestra que se mantiene despierto”, dijo en cierta ocasión la doctora y política argentina, luchadora infatigable contra el peronismo, Alicia Moreau de Justo. A los partidos, seguramente, les faltará madurez para afrontar procesos que promuevan los pueblos con sus decisiones. Hay que estar despiertos para asumir procesos que dependen de ellos y que, en determinadas coyunturas como la que nos ocupa, en algún momento tendrán que emprender. Lo ocurrido en Francia –las incógnitas para la segunda vuelta de mantienen; pero sea cual sea el resultado, el porvenir sociopolítico sigue siendo incierto- tiene que impulsar una nueva era para todos, pero especialmente para quienes son víctimas de sus propios errores y han generado el hastío y la desconfianza.
Por eso preguntábamos si peligra la democracia, si será que se está autodestruyendo por reiteración de métodos inapropiados al cabo del tiempo. Atentos, porque quienes no se arrugan para poner en cuestión los principios esenciales del funcionamiento democrático, las libertades y el pluralismo, ya están ahí, no para brindar más democracia, precisamente. Se sabe hacia dónde van: en sentido contrario. Cuidado.
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