martes, 26 de abril de 2022

iNCERTIDUMBRE FRANCESA

 

Casi diecisiete millones de franceses se abstuvieron, votaron en blanco o nulo en la jornada electoral del pasado domingo. Se nota que están cansados de la política y que ni siquiera les animan factores (si es que hay o tienen entidad suficiente) orientados a mermar la desconfianza ciudadana.

Lo escribimos tras la primera vuelta: los partidos políticos (a los que queda el examen de las legislativas del próximo junio, otra prueba delicada) han de replantearse seriamente muchas cosas sobre su funcionamiento y sus respuestas a una sociedad cuya institucionalidad europea respiró aliviada cuando los resultados fueron confirmando el triunfo de Emmanuel Macron. Hay amenazas que siguen latentes y se ha vuelto a comprobar que una buena parte del electorado acude –o no acude- a las urnas con un probado afán de castigo. Eso es malo para la democracia, va menguando su esencia.

En su primer discurso como presidente electo, Macron lanzó un mensaje cuya interpretación deja bien clara la voluntad de una parte del electorado, que le otorgó su confianza para bloquear a su contrincante, Marine Le Pen. O sea, no fue propiamente un voto de adhesión. Cabe preguntarse hasta dónde puede resistir esta forma de hacer política. O sea, diseñar estrategias y trabajar a favor de lo que hay que evitar.

Pero es que, además, el indiscutible triunfo de Macron viene acompañado de un siempre inquietante ascenso de la extrema derecha, encarnado en un populismo sin límites que empieza a probar ciertas mieles: hace cinco años, Le Pen había ganado en dos departamentos. Ahora lo ha hecho en treinta.

Los resultados dejan un Francia fracturada. Y la incertidumbre de su futuro, cuando habrá de enfrentarse a no pocos problemas, algunos de envergadura. Se nota una ciudadanía desmotivada. Y una democracia a la que inyectan coramina. Tristemente, el sustrato ideológico sigue palideciendo, razón que explica las deserciones masivas y las incoherencias ante las urnas. Da igual, con tal de castigar y aunque luego, a los cien días, casi nadie se acuerde de lo que se había ofertado y de lo que se esperaba.

Marchons, marchons!” (“Vamos a caminar”), dice la letra de La Marsellesa. A los franceses no les queda otra.



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