El doctor Pedro Eustaquio Pérez García, Chicho, tuvo ayer el reconocimiento que se merecía. Por la respuesta institucional y popular; por los contenidos de las celebraciones; por los reencuentros; por los abrazos pletóricos de sentimentalidad; por la evocación hecha emotividad, hasta el punto de casi no dejar hablar a su amigo del alma, Cayetano Mejía; por los testimonios videográficos llegados desde Galicia y desde tierras americanas. Todo envuelto en un aire de bolero, el género al que el doctor Chicho, como le citaron varias veces, dedicó buena parte de sus ratos de ocio y diversión, compartidos, como prefería, con sus amigos y allegados.
Ya tiene su nombre en el callejero orotavense, del puente a la alameda, un pasaje que transitó en innumerables ocasiones. Con su viuda, Marisela, hijos, numerosos familiares y amigos (muchos venidos desde Galicia), siendo testigos de aquella voluntad de perpetuar en la memoria el quehacer de un hombre apreciado, como tuvimos oportunidad de contrastar los presentes. Lo decía David, su hijo menor, que leyó un sentido texto alusivo. De alguna forma, todos estábamos descubriendo que esta respuesta es la mejor prueba del respeto y del afecto que se granjea en la vida. Lo valoró en su intervención el alcalde, Francisco Linares, destacando la unanimidad del acuerdo.
Después, al Liceo Taoro. Música y palabras, introducidas por Cándido López, tan sobrio como siempre. De nuevo Cayetano Mejía y luego Isidoro Sánchez que se adentraron en el proceso de los preparativos, Chicho in memoriam, que cristalizaba precisamente allí, donde arrancaba, por cierto, el compromiso de una cita anual, cada 1 de abril en torno a Chicho.
Quinegua entre amigos, Los soles del Paraguay, Chago Melián (que improvisó algunas estrofas con el nombre del homenajeado), Trío Ucanca, el arpista José Luis León (que entusiasmó al público con un recorrido de interpretaciones inspiradas en varias películas), y hasta Arístides Galán, cantaron e hicieron más inolvidable al médico fallecido. Y el aire del bolero envolviéndolo casi todo.
Su trayectoria, por cierto, en el ejercicio de su profesión, en el deporte, en la música y en el alfombrismo, quedó sellada en un tomo que lleva por título Chicho y punto (Le Canarien), distribuido al final del emotivo acto. A él pertenece el siguiente texto, Chicho, ese otorrino, músico y deportista:
“Conocimos y tratamos lo justo a Pedro Eustaquio Chicho Pérez García, como para contrastar su pericia profesional (era médico otorrinolaringólogo), sus inclinaciones musicales, sus aficiones deportivas… y su talante, el de un hombre atento, bromista, desprendido y correcto al que conocía todo el mundo y al que todo el mundo correspondía a sus cualidades.
Una tarde desapacible dijo adiós, después de larga enfermedad a la que parecía poder vencer dado su grado de resistencia, el popular galeno villero que era hijo predilecto, si no recordamos mal, de la localidad de Padrón, municipio de La Coruña. De su provechosa estancia en Galicia se trajo ese título y la licenciatura en Medicina, cursada en Santiago de Compostela.
Hace unos meses, en efecto, compartiendo almuerzo con algunos de sus amigos en el Puerto de la Cruz,en las cercanías del muelle cuyos aires siempre apreciaba, las informaciones que llegaban eran desalentadoras. Hubo tiempo para las remembranzas que los presentes coleccionamos para deleite común, esas vivencias que siempre saben diferente cuando el final se intuye inminente. Pero Chicho se reafirmó y seguro que pudo seguir apreciando el sabor de la amistad y cultivando los valores que le distinguían.
Nos parece verle en algún partido con el Veteranos Orotava, junto a su primo Isidoro. Esa vena deportista de los Sánchez, la dinastía, es inagotable. Era asiduo del Municipal Los Cuartos, incluso antes de que sembraran el césped y a su lado contemplamos más de un partido del Trofeo Teide. Fue responsable más de veinte años de los servicios médicos de la U.D. Orotava. Pero intervenía cada vez vez que era necesario en encuentros de cualquier categoría, incluso para atender a los lesionados visitantes. Y le recordamos, desde luego, animando como uno más de sus aficionados al San Isidro de baloncesto, su denominación de toda la vida, el club que presidió durante seis años.
Asistimos al nacimiento de Quinegua, un grupo musicovocal que se encargó de promover para dar rienda suelta al género del bolero. Nos regaló una de sus grabaciones como también cantara una noche memorable en la venta-guachinche de Genaro, en Santa Úrsula, donde villeros y ranilleros congeniaban y brindaban sin la más mínima reserva con tal de disfrutar. Era un excelente animador de este tipo de festejos.
Un día, hace más de una década, acudimos a su consulta, en La Orotava –también prestó servicios en la Seguridad Social del Puerto-, después de un episodio de epistaxis, ya casi a la desesperada después de que las hemorragias nasales nos persiguieran desde niño. Observó e hizo lo que tenía que hacer. Fue una intervención tan precisa que –lo confesamos- no he vuelto a sangrar desde entonces. “Doctor, te debo una”, nos despedimos. “Pero no me pagues en sangre”, replicó con ironía.
Así era Pedro Eustaquio, serio en su desempeño y sandunguero con su voz y su guitarra, cuando había que vivir la parranda y la esencia romera, “la fiesta más bonita que hay en Canarias”. Su amigo del alma, Juan Felipe Hernández González, le despedía ayer mismo con unas estrofas tituladas “El requinto y la guitarra”. Las dos primeras dicen:
La guitarra queda sola
ya no tiene compañero,
de su caja brotan lágrimas
que mojan el clavijero.
Las gotas de mi dolor
humedecen tu madero,
hoy se me ha ido el amigo
con quien tocaba ‘Bolero’.
Hasta siempre, doctor y amigo”.
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