Eran los tiempos de radio nocturna, del final de la jornada con la dosis con su dosis de magia para prolongarla, una hora o un rato más hasta que el sueño venciera. Allí, en algún punto del dial, apareció Jesús Quintero, “El loco de la colina”, que tomaba el nombre de una canción de Lennon y MacCartney cuando The Beatles hicieron su ‘Magical Mistery Tour’ y nos esforzábamos los seguidores en obtener la mejor traducción.
De las sombras de las ondas salió
Quintero y especulábamos qué aspecto tenía: si joven o no tanto, si un verso
suelto en medio de la rigidez de los esquemas radiofónicos y, sobre todo, su
estilo de hacer radio, innovador, original, con pausas de silencio inacabables
pero provechosas. O simplemente, un loco, que “día tras día… ve ponerse el sol…
pueden adivinar sus intenciones y él nunca muestra sus sentimientos”.
Quintero, cuando ya le pusimos rostro en
la tele, pintaba de colores a los animales, perro verde y ratones colorados,
rarezas que solo certificaban su condición de estrafalario. Vistiendo,
hablando, riendo… y entrevistando. Desmenuzando aquellas pausas que servían
para escrutar su propia personalidad y la de sus invitados, pausas silenciosas
que invitaban al oyente a imaginar no solo el escenario sino también el
pensamiento, los pensamientos.
Y el genio, el andaluz universal, el
hombre capaz de hacer reflexionar a los demás, incluso saltándose los guiones.
Lo de menos ya era el líder de las ondas cuando dábamos por bueno que a esas
horas escuchábamos unos pocos o la cama también se hizo para reflexionar…
escuchando, cuando el silencio dejaba de ser impenetrable. La vida, como que se
paralizaba y él seguía allí, osado, audaz, único. La suya era una profundidad
jovial en permanente proceso de búsqueda.
Un genio andaba suelto, por eso gentes
de toda condición social, hasta los más jóvenes, le aguardaban, robaban tiempo
al sueño para escucharle. Y para verle, que cuando el fenómeno también
dimensionó en la televisión, su avance era incontenible. Siquiera para ver a El
Risitas, al que convirtió en personaje, uno de los que iban desfilando ante los
micrófonos y ante las cámaras para amenizar o atraer la atención de los
radioyentes y los telespectadores.
Entrevistas largas, pausadas,
reflexivas, diálogos envolventes… Y los silencios, las pausas convertidas en
arte, el recurso característico e infalible para aportar magia, misterio e
imaginación. Aquellos espacios aparentemente vacíos pero que se rellenaban
solos, a la espera de que alguien, él mismo, rompiera eso que se dice mientras
no se habla.
Jesús Quintero, en la colina mediática,
marcó un estilo, fue un genio sobresaliente, viendo al mundo girar y girar,
como dicen los versos que cantara Paul. Vio ponerse el sol y los ojos en su
cabeza. Dicen que todo el mundo quería ir a su programa pero no sabían cómo
iban a salir de allí.
Ahora, en estos tiempos tan pletóricos
de ruido, se agradecerían los silencios de Jesús Quintero y el arte que
confeccionó.
1 comentario:
Muy buen artículo. Muy buen reconocimiento.
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