En el curso de la
intervención que sirvió para rendir cuentas en la asamblea general de la
Asociación de Periodistas de Tenerife (APT), aludimos al informe emitido
recientemente por la revista especializada Control (ctrl) Publicidad
en el que se destacaba lo siguiente:
- Entre los españoles, los niveles de confianza
en los medios de comunicación se sitúan a la cola mundial.
- Más de la mitad de los españoles no confían en
las buenas intenciones de los medios de comunicación.
- Los españoles se muestran desconfiados con las
intenciones de las distintas fuentes de información.
- En España, solo 3 de cada 10 personas consultadas afirman que las
emisoras públicas de radio y televisión ofrecen programación de calidad.
Los datos son
reveladores de una situación que, en general, no es buena y no invita al
optimismo. Estar a la cola no es una tarjeta de visita digamos que muy positiva
o muy favorable. Y si se desconfía de las buenas intenciones de los medios así
como de las intenciones de las distintas fuentes de información, no son de
extrañar conclusiones negativas. Así, hoy en día, con frecuencia los
consumidores no confían en sus marcas; los votantes, en sus políticos; los
clientes, en sus agencias; las audiencias, en los medios; los empleados, en sus
jefes y empresas, y así sucesivamente. Por consiguiente, una de las grandes
preguntas de nuestra época es en quién podemos confiar.
La empresas o firmas editoras promueven
informaciones que fomentan la confrontación y la controversia pensando que
lograrán el esperado incremento de audiencias, pero lo cierto es que la calidad
y los contenidos de interés escasean. De paso, intentan disfrazar o minimizar
el cada vez más creciente apego a las ayudas o subvenciones que exponen una
situación de mayor o menor dependencia. Pero ese aparente pluralismo en el
tratamiento del hecho informativo, independientemente del momento sociopolítico
en el que nos encontramos, no es tal o va palideciendo: las empresas, a la hora
de conocer y presentar sus balances, no entienden de matices y de esas cosas.
Solo de comparativas interanuales que, naturalmente, sirven para interpretar
cómo nos fue con estos gobernantes y cómo nos va ahora.
Las consecuencias son claras. No solo cuesta incorporar lectores o
radioescuchas jóvenes: se produce el abandono de lectores mayores habituados al
consumo de información. Las líneas editoriales son respetables, si acaso
faltaría explicitarlas para que los consumidores no alberguen dudas y sepan por
qué escogen ese medio o ese producto. Pero, a partir de varios casos, se habla
desde hace tiempo de dos hechos: uno, algunas coberturas se convierten casi en
una amenaza para la salud mental; y dos, asistimos a una suerte de fatiga de
las noticias.
La situación es tan preocupante que el informe anual Digital
News Report, del Instituto Reuters, publicado en España por la Facultad de
Comunicación de la Universidad de Navarra, indica por primera vez desde que se
realiza el estudio, que “los españoles que no confían en los medios superan en
número a los que confían. Uno de cada tres no tiene interés ni se fía de las
noticias”.
Sin ánimo de exageración: panorama desolador.
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