lunes, 25 de marzo de 2024

Desconfianza en aumento

 

En el curso de la intervención que sirvió para rendir cuentas en la asamblea general de la Asociación de Periodistas de Tenerife (APT), aludimos al informe emitido recientemente por la revista especializada Control (ctrl) Publicidad en el que se destacaba lo siguiente:

  • Entre los españoles, los niveles de confianza en los medios de comunicación se sitúan a la cola mundial.
  • Más de la mitad de los españoles no confían en las buenas intenciones de los medios de comunicación.
  • Los españoles se muestran desconfiados con las intenciones de las distintas fuentes de información.
  • En España, solo 3 de cada 10 personas consultadas afirman que las emisoras públicas de radio y televisión ofrecen programación de calidad.

Los datos son reveladores de una situación que, en general, no es buena y no invita al optimismo. Estar a la cola no es una tarjeta de visita digamos que muy positiva o muy favorable. Y si se desconfía de las buenas intenciones de los medios así como de las intenciones de las distintas fuentes de información, no son de extrañar conclusiones negativas. Así, hoy en día, con frecuencia los consumidores no confían en sus marcas; los votantes, en sus políticos; los clientes, en sus agencias; las audiencias, en los medios; los empleados, en sus jefes y empresas, y así sucesivamente. Por consiguiente, una de las grandes preguntas de nuestra época es en quién podemos confiar.

La empresas o firmas editoras promueven informaciones que fomentan la confrontación y la controversia pensando que lograrán el esperado incremento de audiencias, pero lo cierto es que la calidad y los contenidos de interés escasean. De paso, intentan disfrazar o minimizar el cada vez más creciente apego a las ayudas o subvenciones que exponen una situación de mayor o menor dependencia. Pero ese aparente pluralismo en el tratamiento del hecho informativo, independientemente del momento sociopolítico en el que nos encontramos, no es tal o va palideciendo: las empresas, a la hora de conocer y presentar sus balances, no entienden de matices y de esas cosas. Solo de comparativas interanuales que, naturalmente, sirven para interpretar cómo nos fue con estos gobernantes y cómo nos va ahora.

Las consecuencias son claras. No solo cuesta incorporar lectores o radioescuchas jóvenes: se produce el abandono de lectores mayores habituados al consumo de información. Las líneas editoriales son respetables, si acaso faltaría explicitarlas para que los consumidores no alberguen dudas y sepan por qué escogen ese medio o ese producto. Pero, a partir de varios casos, se habla desde hace tiempo de dos hechos: uno, algunas coberturas se convierten casi en una amenaza para la salud mental; y dos, asistimos a una suerte de fatiga de las noticias.

La situación es tan preocupante que el informe anual Digital News Report, del Instituto Reuters, publicado en España por la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, indica por primera vez desde que se realiza el estudio, que “los españoles que no confían en los medios superan en número a los que confían. Uno de cada tres no tiene interés ni se fía de las noticias”.

Sin ánimo de exageración: panorama desolador.

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