Misterio perpetuo, crimen perfecto…
Gregorio Dorta Martín trata aquí, en este relato novelado, de dar una respuesta
a la gran pregunta, ¿Quién mató al cartero?, quién asesinó a Manuel
Cabrera Mesa, el popular Manolito el cartero, un personaje del Puerto de
la Cruz, conocido en todos los barrios, en todos los rincones y todos los
ambientes de la ciudad donde era apreciado por su desparpajo y su
espontaneidad.
Le agradecemos al autor la oportunidad de haberlo
prologado, el relato, y de acompañarles en este acto de presentación cuyo
primer atractivo es el título, porque sigue siendo una pregunta sin respuesta.
Por consiguiente, un enigma sin resolver después que hayan transcurrido más de
tres décadas desde aquella noche de diciembre de 1992, cuando el frío envolvía
la proverbial quietud de la ciudad solo alterada por los gritos y las
exclamaciones ante los televisores, donde transmitían un inusual encuentro de
fútbol entre el Tenerife y el todopoderoso Milan entrenado por Fabio Capello,
después entrenador del Real Madrid.
¿Qué ocurrió aquella noche? Porque también
se vio quebrada por el estallido del disparo de una pistola que acabó con la
vida de Manolito. Allí, en el interior del edificio de Correos y
Telégrafos, acabó su vida: los goles de aquel encuentro importaron poco –en
realidad, nada- mientras una interrogante empezó a repetirse de forma
incesante: ¿Quién mató al cartero?
Esa es la interrogante que aún rebota y que
da título a un relato que se esperaba siquiera para aproximarnos a una
respuesta. Desde entonces, desde aquella amarga y fatídica noche, el misterio y
la incertidumbre rodean un hecho luctuoso, con muchas incógnitas aún por
despejar. El autor hace un acercamiento a su resolución treinta y dos años
después, con una recopilación de testimonios que acercan a la reconstrucción de
las últimas horas de la vida de aquel funcionario público.
La editorial Autopublicar.es lo
incluye en su colección ‘Libros para el infinito’, con un diseño de
portada de Jorge Herreros y la ilustración forense de la misma a cargo de
Sergio Hugo Castro, cortesía del criminólogo Félix Ríos, el relato de Dorta va
enhebrando sus pasos, va reconstruyendo los hechos que antecedieron al disparo,
al impacto… y a las escenas que sucedieron, con su reguero difícilmente
perceptible de estupor, desconcierto y confusión. Hasta tres veces dispararon
sobre el cuerpo de la víctima de aquel suceso inexplicable que esconde –y
posiblemente, esconderá para siempre- unos cuantos enigmas.
En el almacén de la memoria personal se
amontonan los recuerdos de aquel personaje popular, un tanto aventurero,
desenfadado, al que gustaban los hechos llamativos y las historias que, más o
menos verosímiles, circulaban en una ciudad pequeña a la que su vocación
turística y los extranjeros no arrebataron –más bien al contrario- los cuentos
y las historias que, casi siempre deformadas o exageradas, engrosaron el
imaginario colectivo, un concepto de ciencias sociales acuñado en 1960 por el
filósofo y sociólogo francés Edgard Morin, alusivo al conjunto de mitos y
símbolos que, en cada momento, funcionan, efectivamente, como de “mente” social
colectiva.
Permitan que aquí aluda a un popular
personaje portuense, Gilberto Hernández Linares, amigo personal del funcionario
asesinado, a quien gustaban todas estas historias llenas de audacia, misterios,
enigmas e hipótesis que abonan las apreciaciones anteriores. Gilberto hubiera
sido un excelente crítico de este relato porque le hubiera encontrado
imperfecciones y porque él se hubiera imaginado acaso escenarios y conductas
diferentes.
Y sabido es que el Puerto de la Cruz es muy
dado a alimentar las representaciones fantasiosas de la realidad que, como
recoge “Wikipedia, la enciclopedia libre” en el universo digital, llegan a
trascender las mismas circunstancias que se han producido en el mundo real
hasta adquirir las fuerza y el atractivo del mito, convirtiéndose a veces, en
los iconos de toda una etapa en la historia de un pueblo.
Es significativo que, como la
visión de estos "imaginario entidad" es a menudo "cruz", en
el sentido de que son percibidos y aceptados como patrimonio común,
independientemente de las directrices religiosas, sociopolíticas y culturales
de las personas que forman parte de la comunidad.
Por supuesto, un papel cada
vez más importante en la formación y la reelaboración de la imaginación
colectiva es desempeñado por los modernos medios de comunicación, que hacen
accesible, global, tanto la información como las imágenes. Sobra decir que las
redes sociales han contribuido decisivamente a la difusión de mensajes e
informaciones de todo tipo, a menudo cimentadas en falsedades. En consecuencia,
el tamaño de las comunidades que pueden compartir un patrimonio común simbólico
es cada vez más grande, y el concepto de "pueblo" es sustituido
gradualmente por el de la aldea global.
En el prólogo de la narración
de Dorta Martín, escribimos que en las primeras semanas de pesquisas e
investigaciones –y de habladurías, por qué no decirlo para hacer efectivo lo
del imaginario- cobró cierto peso aquella teoría que circuló como justificante
de lo ocurrido: el cartero Cabrera Mesa reconoció la voz del asaltante y hasta
identificó su mirada, supuestamente captándola, dos hechos que elevaron el
posibilismo del esclarecimiento de lo acontecido. Pero, seguramente, no
debieron pasar de una conjetura más. Absolutamente indemostrable.
A la narración no le faltan
elementos que acentúan las interrogantes. Los sospechosos –entre ellos, una
mujer de origen escandinavo-, la adquisición de dos vehículos utilitarios, un
botín de cuatrocientas mil pesetas de la época, dos bolas de crack en
posesión de un vecino, una joven que coincidió con el presunto autor en el
momento de su huida, la elaboración de una ilustración gráfica hecha por el
médico forense, un dictamen sobre el curso de los proyectiles que interesaron
el cuerpo de la víctima, unas cuerdas olvidadas, el examen de las huellas
dactilares y hasta una discusión en los calabozos policiales… Los elementos se
van sucediendo para alimentar, sobre todo, las dudas. Y para sustanciar, en
fin, un hecho inextricable.
Al cabo de treinta dos años,
cuando este libro ve la luz, numerosas siguen siendo las incógnitas. A estas
alturas, son muchos los que nos preguntamos ¿Quién mató al cartero? Las
páginas que siguen no contienen la respuesta pero nos acercan y devuelven a la
actualidad las interioridades conocidas de un caso que ha prescrito, para
frustración de familiares, compañeros… y posiblemente de los miembros de los
cuerpos policiales actuantes.
Un misterio perpetuo, un
crimen perfecto.
Un suceso auténticamente
misterioso.
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