Tiempos convulsos en el país. Polarización galopante. Encono y
crispación. Irrespeto. Desconsideración. Atmósfera dialéctica
irrespirable. Concordia, por debajo de
los mínimos. Nada de transigir. Recurrente ‘y tu más’. Radicalismo a veces
salvaje. Periodismo, salvo excepciones, cada vez más sesgado: el terreno está
sembrado con todas las semillas nocivas para que la convivencia sea un
imposible. Contribuye el mal uso de las redes sociales. Pobre democracia. Para
colmo, la subida al pico de la corrupción está expedito. Conductas que
abochornan. Porque el ser humano es así, porque no hay conciencia, porque los
escrúpulos han desaparecido como por ensalmo. La política, entre todos, la han
convertido en lo que que no se desea, en lo que se practica contra legem, contra principios elementales. Seguirá siendo
el arte de lo posible pero ya no queda nobleza. Y sus entretelas apestan.
Así quedan sin valor y sin utilidad práctica iniciativas
teóricamente respetables, qué diantre, así como los esfuerzos, todos, que desde
distintos estamentos y a cargo de actores sociales de diferente naturaleza, se
vienen llevando a cabo para sanear la vida pública y para restituir la
credibilidad maltrecha en la política. Parece no, seguro que se está
produciendo un progresivo alejamiento de esto donde ya predomina el descontrol
hasta hacer improbable la aparición de un antídoto, o los que fueran menester,
con tal de sanear y acabar con esas conductas reprobables y ennegrecedoras del
desenvolvimiento político en el que falta nobleza, ya lo dijimos, pero también
honestidad, sensatez, en cierto modo, responsabilidad.
Si los presuntos autores de estas fechorías fueran conscientes
del significado de todos esos desvíos de la rectitud, de todas esas
infracciones, de todos esos impactos negativos que suscitan rechazo y
repulsión, queremos pensar que si reflexionaran en las consecuencias para la
sociedad en la que conviven, en el daño que directa o indirectamente causan, se
comportarían (un suponer) de otra manera. Si la sociedad está enferma, como
solemos decir, aquí se ha desatado una metastásis. El único camino posible para
proteger los intereses generales es comprometerse con el respeto y con la
equidad, con la integridad pública, entendida como la adhesión a valores éticos
comunes, principios y normas destinadas a proteger, mantener y priorizar el
interés público sobre los intereses privados, sobre las tentaciones de
enriquecimiento ilícito, sobre los fraudes y demás comportamientos que solo
merecen ser afeados, principalmente cuando se producen en determinadas
circunstancias y en escenarios de clara inestabilidad social.
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