“La vida es un gran
suspiro. Aprende a suspirar”, dice uno de los versos del infatigable Chema
Muñoz que hoy nos ofrece esta nueva entrega poética, “La voz deseada”, editada
por Círculo Rojo, con portada de Fran de Miguel, una pintura titulada “Buscando
nuevos retos.
Una voz, recia y firme, de convicciones sólidas, distribuida en tres partes, de treinta composiciones cada una: “La voz que siempre quise”, “La voz que fuera un día” y “La voz que fuera un suspiro”, el suspiro vitalista del autor que se abre haciendo de su canto una sucesión de convicciones que reflejan una personalidad comprometida con los derechos de la naturaleza. Su mensaje es una invocación permanente por los valores humanos y a los afanes del hombre por plasmarlos.
“Las voces que se desean son voces de las gargantas/ de los que gritan al son con el color de la nuestra,/ la voz que sea el ejemplo, la dirección, el camino a escoger/ ha de ser limpia en las manos, que su eco sea eterno,/ más alta que las montañas, más verdadera que el cielo,/ voz que siga una deriva que sea a favor de todos,/ que señale un horizonte que nos sirva como meta,/ voz que cumpla y que prometa dar voz a los que no tienen voz,/ voz que vive por los suelos a los pies de los caballos”, va imaginando Muñoz en una confesión abierta de lo que ha querido que fuera su voz. Tan sincera que afirma que no es su voz, ni la tuya, “ni siquiera el resquicio del graznido de un cuervo,/ ni risa de una hiena ni el quebradizo ruido de una rama reseca”. Tan sincera que no quiere ser preguntado por las voces ni por las palabras que caben en la suya pues “se ensamblan en ella logros sin destreza, gritos de victoria y todo el material para un poema”.
El lenguaje sencillo sirve de soporte a la multiplicidad poética conceptual contenida en las tres partes de esta nueva obra de Muñoz, en la que se recrea, por cierto, en esa nueva mitología modernista basada en los relatos de experiencias de todos “pues todos sufrimos y gozamos –piensa el autor- de los mismos errores y desdichas, de los mismos impulsos y creencias, de que todo ha de ser con los valores de los principios naturales, principios ancestrales que hoy se tratan de cambiar al gusto del consumidor”.
Chema Muñoz, en sus voces sucesivas, la que siempre quiso, la que fuera un día y aquella que cobró forma de suspiro, coloca ordenadamente sus sentimientos y nos acerca su personal forma de apreciar, en el transcurso de la historia, la belleza, lo exótico, la naturaleza de las cosas, los sueños, la sucesión imaginativa… Y nos aproxima, igualmente, a la paz, al egoísmo humano de la violencia social, a los engaños y a las falacias como instrumentos cotidianos de quienes habitamos en el planeta.
Muñoz quiso sentir una voz que significara, en sí misma, una suerte de rebeldía, una contienda, casi apresurada, y aunque no sirviera de nada, “cuando nos hablamos todos como en un tumulto todos a la vez, sordos estaban todos, y sordo el mundo”.
Es esa voz, la que fuera un día, que se estremecía cuando “sonaban las campanas a la luz de la luna/ y corrían torrentes naciéndose a la vida,/ asustaban sonidos escondidos en sombras/ y la noche era estruendo reventando en las sienes”. Era la voz que gritaba en la paz de la tarde cualquier reclamo para aguardar al día siguiente los sueños, los sueños nuestros de cada día, los que mantienen la ilusión y las expectativas. Lo dice en otro poema porque: “Nadie quiere ser, sollozo y ser silencio/ viendo pasar los días sin un futuro cierto,/ sin esperanza alguna, jugando una mirada que valore sus vidas/ tan solo por un gesto”.
Y por sus inquietudes, por su constante afán de búsqueda, como si quisiera dar respuesta a todas las interrogantes que sus propias experiencias le sugieren, Chema Muñoz se pregunta:
“¿Dónde fueron la sal, los timones del alma, la ternura?/ dónde aquel calor humano que nos vino del cosmos/ nacido de un osario, de un profundo universo sin timón,/ sin rosa de los vientos, sin libro de bitácora/ que vino de un impulso nacido de un ocaso?”
Acaso las respuestas estén en esas estrofas que tratan de explicar, en causalidad poética, sus soledades, “el agua tranquila de nuestra adolescencia”, las borrosas costumbres o los rostros ajenos.
Porque ya estamos en el suspiro, la tercera parte de este sugerente poemario cuyo autor ha querido olvidar y no ha podido el sabor de lo añejo “aquel torcido espejo que nos hizo ver de lado toda la niñez,/ eran frías y tristes las noches, también las madrugadas,/ fría la almohada, y fría la soledad en el sueño de aquel beso/ que nunca besó mi boca y posó en otro nido”.
Sin obsesionarse con el tiempo, Muñoz sabe que ha de manejarlo. Y por eso valora que “fueron buenos los años que aún tengo en mis manos,/ aquella sensación, la suavidad caliente de la brisa en la tarde/ la cobarde intención de un te quiero cobarde que guardé/ para siempre, mi primera canción, tu cómplice silencio,/ y el placer de tenerte tal cual tú y yo nacimos/ tal fuéramos uno siendo tú y yo todo en un solo racimo,/ bebemos ese vino que nació desde entonces y que nunca bebimos”.
Pero el suspiro, contrariamente a lo que dice el poeta, no es el fin de las historias, “esa entelequia natural del desnudo en el alma”, porque “allí donde muere la vida y lo profano se olvida la vida de lo humano”, quedan ilusiones e inquietudes derramadas al paso de los siglos, “viéndose huir como un extraño el tiempo escapándose de nuevo/ como arena en las manos, ceniza que se aleja hacia el cielo enfurecida,/ tiñendo la duda del color con que acaba la vida un ermitaño”.
Escribe Chema en “La voz deseada” que debemos aprender a suspirar. En la lectura de sus versos tenemos un buen manual para hacerlo. Hay espacios, territorios, evocaciones, metáforas y construcciones poéticas de sobra para descubrir los senderos y hasta los vericuetos de este escritor, cantautor, músico y compositor nacido en Ciudad Real y afincado en la isla, cuya obra sale del alma acaso porque él siempre ha escuchado la voz de las almas, o sea, “La voz deseada”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario