La
semana ha registrado dos hechos preocupantes relacionados con la
comunicación de nuestros días: por un lado, en nuestro país el
Gobierno destituía al presidente de la agencia Efe, Fernando Garea,
al que designó como tal en julio de 2018, con el apoyo unánime de
los grupos parlamentarios en la comisión correspondiente; y en el
Reino Unido, el primer ministro británico, Boris Johnson, ha llevado
a cabo una feroz campaña contra la British Broadcasting Corporation
(BBC), la corporación pública histórico gran estandarte de la
sociedad británica, a la que acusan -incluso desde el ala dura del
partido conservador gubernamental- de mantener una línea editorial
contraria al brexit.
Lo
ocurrido reaviva una ya vieja controversia. En ambos lados. La
alternancia en el poder apenas ha sugerido cambios sustanciales en la
concepción de los modelos de las empresas o entidades públicas de
comunicación. El consejo de redacción de la agencia Efe no tardó
en reaccionar al cese de Garea en el que solicita a los grupos
parlamentarios una revisión de los esquemas de designación de la
presidencia, de modo que dependan de un amplio acuerdo parlamentario
y no del Gobierno. Sería difícil, no hay duda; pero los
profesionales de la agencia reivindican un cambio legislativo, porque
así se comprometieron los grupos que suman mayoría suficiente y
porque, según afirman en un comunicado, “Efe requiere la
desgubernamentalización por higiene democrática”. Por otro lado,
asociaciones de periodistas y la Red de Colegios Profesionales han
introducido en la polémica un matiz importante: “Los medios
públicos deben ser una garantía de acceso universal a una
información de calidad, plural e independiente”. El matiz conduce
a esta sustantiva apreciación: “Los medios públicos deben estar
dirigidos por personas que apliquen criterios estrictamente
profesionales para servir a la ciudadanía, no a gobiernos, partidos
o empresas”.
En
cuanto a la BBC, no es menor la envergadura del problema. Cien años
de historia avalan una trayectoria en la que siempre ha primado la
credibilidad, ganada a pulso a partir de probada independencia del
poder político. Johnson parece predispuesto a fracturar esa
característica esencial y hacer saltar por los aires los pilares de
una corporación de gran prestigio universal y con un gran peso
influyente en la opinión pública británica. El discurso del primer
ministro británico contiene elementos en clara sintonía con el
estrangulamiento económico. Recordemos que la BBC cuenta con un
peculiar sistema de financiación, basado en una contribución anual
de los hogares receptores que se eleva actualmente a ciento ochenta y
cuatro euros anuales. No abonarla acarrea sanciones económicas y
hasta penas de prisión. Eso hace, al menos teóricamente, que la BBC
sea de todos.
Son
los fundamentos, en definitiva, los valores de la cadena lo que está
en juego. Los conservadores sabrán lo que hacen: se sitúan en una
encrucijada de difícil determinación. No creemos que los británicos
quieran poner punto final al ejercicio de un periodismo responsable,
veraz, preciso y riguroso, dirigido a preservar una información que
la ciudadanía acepte sin perder para nada su espíritu crítico. Es
el modelo lo que está en juego, un modelo admirado en muchos países.
Pero mucho más: el prestigio, la confiabilidad -¡en la época de
los bulos galopantes!- y el rigor, factores que, por cierto, imprimen
carácter a la cultura e idiosincrasia de los británicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario