Tenía
Rafa, Rafael Cobiella Suárez, ese don de la reserva, el de la
discreción, el de observar y de intervenir lo justo, si había que
precisar algún momento o algún personaje de las vivencias que se
relataban. La última vez que hablamos, por ejemplo, en la esquina
del 'Dinámico' de toda la vida que da a José de Arroyo, donde
contábamos hazañas juveniles en el banco de la uve y ahora reparten
fortuna en un quiosco, hace un par de semanas, mientras aguardaba al
coche que había de trasladarle:
-Cada
vez que estoy aquí y miro, me encuentro con Tito Pérez y tu padre,
en un paréntesis de sus vasos de vino.
Otra.
Hace unos meses, en el curso de un almuerzo que compartimos en La
Vera, donde nos fue presentado el anteproyecto de remodelación del
hotel Taoro, vaticinó:
-Tienen
que lograr que el Taoro sea un sitio señorial, que todos se afanen
para visitarlo.
Para
entonces, ya había dado sobradas muestras de sobrellevar con
entereza su visible enfermedad. Rafa era el de siempre, el Rafa
sonriente, el hombre amable y cercano al que se le pedía un favor y
le gustaba hacerlo. El conversador que parecía ausente pero estaba
allí, al tanto de lo que se fraguaba.Sus compañeros de una tertulia
que llamaron 'La Pinza' lo saben muy bien. Como lo sabe su amigo del
alma, Juan Cruz Ruiz, el Maestro, que ha escrito un texto
enternecedor sobre los valores de la amistad y de la predisposición
humana para hacer el bien.
Rafa
se sonreía cuando su padre, don Celestino, me llamaba como el abuelo
paterno:
-Ahí
viene don Graciano a buscar el periódico.
La
cercanía de la vecindad contribuyó a estar cerca el uno del otro
desde la adolescencia.A la consulta del sapiente e inolvidable galeno
entrábamos como si de la familia se tratase. Después, pese a la
diferencia de edad, seguimos caminos distintos pero siempre con
respeto y tolerancia. Tanta, que durante el ejercicio de la actividad
pública, cuando había alguna declaración, se permitía bromear
pidiéndonos el significado de algún vocablo.
Seguramente,
porque se acordaba de aquella ocasión en que publicamos una
necrológica de Esteban de León González, repartidor de Diario
de Avisos, internado
en una de las clínicas familiares, sobre el que circuló la noticia
de su fallecimiento una tarde de miércoles santo. Hasta tres
fuentes en un trayecto de quinientos metros nos lo transmitieron.
Pero no era cierto: Esteban, a quien dijimos adiós en el título del
obituario, se había caído de la cama pero sobrevivió. Rafa, que
estuvo presente en el proceso de recuperación y había leído el
cariñoso texto, cada vez que nos encontrábamos, bromeaba:
-¿Te
acuerdas cuando mataste a Esteban?
Era
la tónica de su desenfado. Sus amigos ahora han entristecido de
verdad. Sabían lo que había. Y redoblaron su afecto. Le echarán de
menos.
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