Se
le atribuye al académico letón Solvita Denise-Liepnice, autor de
uno de los informes sobre la OTAN en 2017, el origen del vocablo: el
original, hahaganda,
traducido
como jajaganda. Las dos primeras sílabas se identifican como la
onomatopeya de la risa (ja-ja); y ganda, por su parte, con las
finales de propaganda. ¿De qué se trata? Muy sencillo: de
desinformar a través del insulto y del humor, elementos que
sustancian un discurso de burla y descrédito. El término se va
extendiendo cada vez más, como se puso de manifiesto en la visita de
la activista sueca Ingrid Thumberg a la Cumbre del Clima celebrada en
Madrid el pasado mes de diciembre.
Hay
que explicar algo más para entender bien lo que es y el alcance de
la jajaganda, otro mal sobrevenido en la comunicación de nuestro
tiempo. Volvamos a los orígenes: Denise-Liepnice se concentró en el
método utilizado por los medios de comunicación rusos para
desinformar a través del humor. Se valieron hasta de chistes o
gráficas que caricaturizaban a los líderes políticos
norteamericanos para seguir una linea ridiculizante. Existe un
documento de la Unión Europea, en efecto, que “analiza la
intromisión electoral y la desinformación pro Kremlin” y señala
al citado académico como autor de la jajaganda.
En
la práctica no hay datos ni evidencias. Entonces, se recurre al
insulto, aunque sea disfrazado de supuesto humor, para (des)informar.
Es una derivación de los bulos o de las noticias falsas, cuya
propagación, por cierto, está empezando a crear serios problemas a
los responsables de las redes sociales. En el contexto de la
jajaganda vale todo: se descalifica y se insulta -sobre todo a
personajes y cargos públicos; si son políticos, mejor- atendiendo a
comportamientos de su pasado, estereotipos, condición social, bagaje
intelectual y hasta los rasgos físicos, no importa una discapacidad
o una diversidad funcional. Y es fácil manipular, claro: con
imágenes, con insinuaciones más o menos veladas, con el lenguaje y
dobles significados: “Yo no digo que sea así ni que hizo eso,
pero...”, una de las frases recurrentes para tirar la piedra,
descalificar y tratar de justificarse o ponerse a buen recaudo. Los
insultos terminan calando: aunque sean una señal de zafiedad, pueden
parecer propensos a la normalización de nuestra convivencia y de los
canales de comunicación. Hay que oponerse con rotundidad.
El
caso es burlarse y desacreditar. Es emplear el insulto, el lenguaje
soez y el humor vulgar como elementos de desprestigio; pero, lo que
es más grave, para producir piezas de desinformación y trazar una
línea informativa con ellos. Se dirá que, de esa forma, se
desacreditan solos pero no dejan de causar daño, posiblemente el que
persigan. Hasta Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, ha
recurrido a su arma más poderosa, la red social twiitter,
para denigrar con estos métodos a la activista sueca ya mencionada.
De
modo que ya está aquí la jajaganda, que hay que reprobar, por mucha
invitación que se curse (un suponer) a la sonrisa o la carcajada.
No olvidemos el viejo dicho: el humor es cosa seria. Porque una cosa
es ironizar -y para eso hay que saber, crear y hacerlo bien- sobre
algún hecho, una determinación o una declaración, y otra muy
distinta, emplear estas herramientas de forma claramente aviesa,
malintencionada y perniciosa, lo que en el fondo equivale a
desinformar. Se insulta -cada vez de manera más gruesa, porque
instalados en la impunidad, es gratis y no pasa nada-, se siembra la
duda, se pone el foco en donde interesa y, claro, se distrae la
atención. Si eso no es desinformar...
El
objetivo es claro: largar sin miramientos, travestidos de humor y
sarcasmos, contra una entidad, contra determinado responsable, contra
una organización política o sindical, contra una ideología...
cuanta más mofa y cuanto más insultante mejor, para mermar y
mermar, para desprestigiar, para dañar la imagen y cuestionar sus
fundamentos. Y hasta para calumniar. Efectivamente, la jajaganda,
como narrativa de desinformación, puede resultar muy eficaz.
En
el sitio digital estandarte.com
lo
despachan con la siguiente tacada: “Ejemplos hay muchos pero como
aquí no somos 'jajagandistas', no vamos a repetirlos porque sabemos
que su poder precisamente está en la propagación. Humor, sí (y
mucho); para desinformar no, gracias”.
1 comentario:
Estoy muy de acuerdo con Salvador en el planteamiento que hace de la "jajaganda", pero utilizarla como hacen algunos para contrarrestar ataques racistas, de género, etc., no me parece tan grave como en un principio pudiera creerse. Quiero decir que me parece lícito usarla como defensa contra la calumnia, la humillación, el descrédito y tantas otras ofensas en las que cada día nos vemos inmersos.
Cuanto envidio a "EL ROTO" en el diario El País por su agudo e inteligente sentido del humor con el que rechaza todo tipo de abusos en el seno de nuestra sociedad.
SALUDOS CORDIALES
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