lunes, 3 de febrero de 2020

JAJAGANDA


Se le atribuye al académico letón Solvita Denise-Liepnice, autor de uno de los informes sobre la OTAN en 2017, el origen del vocablo: el original, hahaganda, traducido como jajaganda. Las dos primeras sílabas se identifican como la onomatopeya de la risa (ja-ja); y ganda, por su parte, con las finales de propaganda. ¿De qué se trata? Muy sencillo: de desinformar a través del insulto y del humor, elementos que sustancian un discurso de burla y descrédito. El término se va extendiendo cada vez más, como se puso de manifiesto en la visita de la activista sueca Ingrid Thumberg a la Cumbre del Clima celebrada en Madrid el pasado mes de diciembre.
Hay que explicar algo más para entender bien lo que es y el alcance de la jajaganda, otro mal sobrevenido en la comunicación de nuestro tiempo. Volvamos a los orígenes: Denise-Liepnice se concentró en el método utilizado por los medios de comunicación rusos para desinformar a través del humor. Se valieron hasta de chistes o gráficas que caricaturizaban a los líderes políticos norteamericanos para seguir una linea ridiculizante. Existe un documento de la Unión Europea, en efecto, que “analiza la intromisión electoral y la desinformación pro Kremlin” y señala al citado académico como autor de la jajaganda.
En la práctica no hay datos ni evidencias. Entonces, se recurre al insulto, aunque sea disfrazado de supuesto humor, para (des)informar. Es una derivación de los bulos o de las noticias falsas, cuya propagación, por cierto, está empezando a crear serios problemas a los responsables de las redes sociales. En el contexto de la jajaganda vale todo: se descalifica y se insulta -sobre todo a personajes y cargos públicos; si son políticos, mejor- atendiendo a comportamientos de su pasado, estereotipos, condición social, bagaje intelectual y hasta los rasgos físicos, no importa una discapacidad o una diversidad funcional. Y es fácil manipular, claro: con imágenes, con insinuaciones más o menos veladas, con el lenguaje y dobles significados: “Yo no digo que sea así ni que hizo eso, pero...”, una de las frases recurrentes para tirar la piedra, descalificar y tratar de justificarse o ponerse a buen recaudo. Los insultos terminan calando: aunque sean una señal de zafiedad, pueden parecer propensos a la normalización de nuestra convivencia y de los canales de comunicación. Hay que oponerse con rotundidad.
El caso es burlarse y desacreditar. Es emplear el insulto, el lenguaje soez y el humor vulgar como elementos de desprestigio; pero, lo que es más grave, para producir piezas de desinformación y trazar una línea informativa con ellos. Se dirá que, de esa forma, se desacreditan solos pero no dejan de causar daño, posiblemente el que persigan. Hasta Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, ha recurrido a su arma más poderosa, la red social twiitter, para denigrar con estos métodos a la activista sueca ya mencionada.
De modo que ya está aquí la jajaganda, que hay que reprobar, por mucha invitación que se curse (un suponer) a la sonrisa o la carcajada. No olvidemos el viejo dicho: el humor es cosa seria. Porque una cosa es ironizar -y para eso hay que saber, crear y hacerlo bien- sobre algún hecho, una determinación o una declaración, y otra muy distinta, emplear estas herramientas de forma claramente aviesa, malintencionada y perniciosa, lo que en el fondo equivale a desinformar. Se insulta -cada vez de manera más gruesa, porque instalados en la impunidad, es gratis y no pasa nada-, se siembra la duda, se pone el foco en donde interesa y, claro, se distrae la atención. Si eso no es desinformar...
El objetivo es claro: largar sin miramientos, travestidos de humor y sarcasmos, contra una entidad, contra determinado responsable, contra una organización política o sindical, contra una ideología... cuanta más mofa y cuanto más insultante mejor, para mermar y mermar, para desprestigiar, para dañar la imagen y cuestionar sus fundamentos. Y hasta para calumniar. Efectivamente, la jajaganda, como narrativa de desinformación, puede resultar muy eficaz.
En el sitio digital estandarte.com lo despachan con la siguiente tacada: “Ejemplos hay muchos pero como aquí no somos 'jajagandistas', no vamos a repetirlos porque sabemos que su poder precisamente está en la propagación. Humor, sí (y mucho); para desinformar no, gracias”.


1 comentario:

zoilolobo dijo...

Estoy muy de acuerdo con Salvador en el planteamiento que hace de la "jajaganda", pero utilizarla como hacen algunos para contrarrestar ataques racistas, de género, etc., no me parece tan grave como en un principio pudiera creerse. Quiero decir que me parece lícito usarla como defensa contra la calumnia, la humillación, el descrédito y tantas otras ofensas en las que cada día nos vemos inmersos.
Cuanto envidio a "EL ROTO" en el diario El País por su agudo e inteligente sentido del humor con el que rechaza todo tipo de abusos en el seno de nuestra sociedad.
SALUDOS CORDIALES