Pues se ha cumplido un año de la aparición del virus, de su rapidísima propagación, de la pandemia, de la declaración del estado de alarma, de las medidas gubernamentales para prevenir y para frenar, de despliegues y dispositivos para contener, de nuevos conceptos, de estadísticas y de curvas, de hundimiento de sectores productivos, de emergencia de otros, de aprovechamientos varios, de comportamientos incívicos e irresponsables, de avances en las investigaciones científicas, de agotamiento del personal sanitario, de establecimientos hospitalarios saturados, de tragedias dolientes en las residencias sanitarias, de fallecimientos sin acompañamiento...
Un año, 2020, que cambió nuestras conductas y nuestros hábitos, que se llevó vidas y acabó con costumbres o las alteró, que cercenó planes e ilusiones, que hizo aflorar miserias pero también sentimientos solidarios, que inspiró libros y canciones convertidas casi en himnos, que quebró estructuras y forzó fenómenos como las migraciones, que redujo la movilidad hasta límites inimaginables, que estereotipó frases como la de las circunstanncias que obligan o atendiendo las indicaciones de las autoridades, que impulsó la imaginación para encontrar alternativas y desarrollarlas, que consagró la digitalización y que aceleró más allá de los límites para poder disponer de vacunas, la grandísima esperanza de la humanidad, el pinchazo indispensable para la normalización.
La de cosas que han sucedido en el año fatídico, el año del miedo, sí, o del temor. También el de los negacionistas, camino de no se sabe qué meta. El año de la resistencia: convive como puedas. De las expectativas: a ver cómo se cumplen los planes de vacunación y qué nos enseñan las experiencias que se van acumulando en todos los órdenes. Alguien estará tomando nota y registrando ciclos, episodios y datos para saber lo que hay que hacer cuando salte otro virus con sus cepas. En el año del pesimismo es admirable el grado de resiliencia. Pero hay que acordarse de las víctimas, de quienes vieron truncadas sus vidas. Y sus afanes. Por eso, hay que valorar y fortalecer los sistemas públicos sanitarios. Y la importancia de respetar y cumplir con las indicaciones de gobiernos y autoridades.
La conclusión es que un virus ha hecho tambalear las fortalezas del mundo. Se ve que no eran tan potentes o tan sólidas. Un año para reflexionar sobre lo que fuimos, somos y seremos. Una insignificancia frente a un virus, aún no derrotado del todo. Parece detectarse algo de luz en el túnel oscuro e inquietante. Pero los peligros, las amenazas, las carencias y los desvíos siguen ahí...
No hay comentarios:
Publicar un comentario