viernes, 5 de mayo de 2023

ENCONTRONAZO

 

No debió suceder nunca. La escena de los prolégomenos del acto institucional de Madrid, los del 2 de mayo, ni por protocolo ni por otras reglas, no tenía que haberse producido. Por sentido común, simplemente, aunque fuera  empleado en el último momento. El episodio ha dado la vuelta al país y refleja el alto grado de crispación, acentuado si se quiere por la proximidad electoral. Pero que por un quítame allá una cuestión protocolaria se haya puesto de relieve el desencuentro de políticos que se saltan a la torera elementales  principios de cortesía institucional, prueba que la tensión se eleva sin reservas y que ni siquiera el respeto a lo que se representa constituye un freno para evitar los desmanes. Miren que en el ámbito político hay situaciones protocolarias dispares, complicadas de resolver cuando hay que criterios contrapuestos o caprichos y personalismos, pero nunca antes se había vivido un momento en que a un ministro de un Gobierno legítimo y constitucional se le impedía por funcionarios responsables (que cumplían indicaciones al pie de la letra) subir al escenario desde el que habrían de seguir el desfile civico-miltar las primeras autoridades. De verdad, por mucho decreto regulador vigente desde hace muchos años, jamás el protocolo fue sometido, tan visiblemente, a un auténtico escarnio. Tan sometido que puede ser considerado desde el Día de la Comunidad de Madrid como rehén u objeto de desconsideración y de encono de las diferencias que suscita una presencia de autoridades y representaciones. Cierto que no abundan tales diferencias o rigideces; por fortuna, las cosas habladas y convenidas con antelación, respetadas, ayudan a quitar hierro.

Pero el daño ya está hecho –la escena es muy poco edificante, desde luego- y cabe imaginar las premuras y los esfuerzos que sucederán en reuniones y sesiones preparatorias con tal de que no vuelva a repetirse. De todos modos, es obvio que la cuestión va más allá del ámbito protocolario. La política en nuestro país ha llegado a extremos tales que ni siquiera en una conmemoración de rango institucional, donde deben imperar cualidades que la hagan brillante y aún más considerable y trascendente, haya paz, armonía y respeto a la institucionalidad.

Sin adentrarnos en los intríngulis más o menos arteros de las comunicaciones previas entre los respectivos gobiernos, parece claro que el ministro Bolaños forzó la situación y que, en todo caso, no debió ir a la confrontación, sabedor de que la presidenta Ayuso, también tensando la cuerda hasta el tope, ansía esas tiranteces porque se mueve en ellas con destreza y elasticidad. Juega con ventaja, claro, y es que la pléyade de corifeos mediáticos -algunas opiniones vistas tras el incidente son significativas-, haga lo que haga la presidenta madrileña, ocurrra lo que ocurra, la presentarán como ganadora, fortaleciendo su discurso. Y eso debió tenerlo presente el ministro, si merecía la pena ir a una disputa en la que no había seguridad, ni mucho menos, de salir airoso. Cierto que estará defendiendo su condición, su alta representación formando parte del Gobierno, pero ya habrá comprobado que eso poco importa cuando de lo que se trata es de deslegitimar y de propiciar el enfrentamiento, sobre todo cuando hasta se emplea el victimismo sin miramientos. El postureo, la gestualidad sí es rentable. Y en este caso, las víctimas, envalentonadas, sacan jugo de la fragilidad. Puede incluso que estén hablando a posteriori  de heroicidad y de arrestos. Llegará un día que no sonría la fortuna  y los vientos no sean favorables a la presidenta Ayuso. En algo se equivocará, aún cuando veamos, como se ha comprobado, los ímprobos esfuerzos de aliados para blanquear sus determinaciones. Pero el protocolo no es un capricho y el sentido de patrimonialización debe ser tan reprobado como el de la exclusión. La política es otra cosa.

El encontronazo, desde luego, nunca debió suceder.

No hay comentarios: