“Todo
va bien”, es el mensaje que la Unesco invitaba a escribir para conmemorar el
Día Mundial de la Libertad de Prensa que tiene hoy, 3 de mayo, un lugar
reservado. Pero no hay que confundirse ni dejarse arrebatar por un exceso de
optimismo o un canto idílico. Hay que precisar: si todo va bien en el ámbito
noticioso, es que entonces algo va mal en el periodismo. Y cuando esto ocurre,
cuando algo va mal, es que el ejercicio profesional se ha complicado casi sin
tregua hasta el punto de ser un freno a la protección de los derechos humanos,
por resumir.
No,
claro que no son buenos tiempos para la lírica, siguiendo aquella canción del
grupo Golpes Bajos, de modo que hay que moverse con el máximo realismo
posible, conscientes de que hay que dignificar la profesión y lo que es más
importante: afrontar sin ambages los problemas que caracterizan el periodismo
de nuestros días, sabiendo el calado de los cambios que está produciendo la
denominada revolución digital.
Por
lo tanto, nada de resignación ni conformismo y mucho menos, de
autocomplacencia. Al revés, renovemos el espíritu de superación y luchemos con
todos los recursos que pueda inspirar la vocación para actuar de forma cabal y
consecuente, con sentido de la responsabilidad e imbuidos de un afán motivador
para doblegar los problemas que afectan al periodismo y sus servidumbres.
La
directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, ha sentenciado que “la libertad
de prensa es la piedra angular de las sociedades democráticas”. Y lanza una
advertencia: “Sin un debate de ideas, sin hechos comprobados y sin una
diversidad de perspectivas, la democracia es solo una sombra de sí misma”. Por
consiguiente, no exageramos cuando, en el análisis cotidiano de las cuestiones
que inciden en la comunicación de nuestros días, afirmamos que muchas de ellas
afectan a la convivencia democrática o significan de hecho un peligro para el
propio sistema.
Porque
hay que erradicar la desinformación. Y seguir luchando contra la impunidad de
los crímenes contra periodistas. Y garantizar que los medios independientes
puedan seguir funcionando. Y cumplir con el mandato sagrado de que la
información continúe siendo un bien común en la era digital y en la sociedad
del conocimiento. Y luchar contra la precariedad en el empleo. Y redefinir el
papel de las redes sociales para que nadie se llame a engaños.
Azoulay
estima que “la cuestión es fundamental ya que se trata tanto de proteger la
libertad de expresión como de luchar contra la desinformación y el discurso de
odio”.
El 3 de mayo sirve, en fin, para recordar a los
gobiernos de todo signo la necesidad de respetar su compromiso con la libertad
de prensa, como lo es también un día de reflexión entre los profesionales de
los medios de comunicación sobre cuestiones de libertad de prensa y ética
profesional. Igualmente importante, el Día Mundial de la Libertad de Prensa es
un día de apoyo a los medios de comunicación que son blanco de las restricciones,
o abolición, de la libertad de prensa. Igualmente, es un día de recuerdo para
los periodistas que perdieron la vida en la persecución de una noticia. Querían
cumplir con el sagrado deber de informar. Buscar la verdad y trasladar a la
ciudadanía el fruto de su dedicación.
O sea, como afirmación para conmemorar la fecha,
está bien, todo va bien, pero conscientes de que la realidad es a menudo
muy dolorosa.
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